En la palabra utopía se da seguramente la paradoja perfecta, pues literalmente significa el ‘no lugar’, es decir, lo irrealizable por imposible y, sin embargo, lo que alienta al ser humano y a su permanente afán por superarse, a seguir avanzando. Como escribió Eduardo Galeano, «la utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar».

El diccionario de la Lengua Española recoge dos acepciones de la palabra, en primer lugar, el «plan, proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen de muy difícil realización» y en segundo lugar, la «representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano». 

Tiene su origen en un neologismo de época renacentista fundamentado, como ‘distopía’, en el griego topos (lugar), de modo que significa ‘sin lugar’, a través del prefijo negativo ou-, y es el nombre que dio Tomás Moro en 1516 en su obra homónima De optimo Republicae Statu deque Nova Insula Utopia a una isla imaginaria con un sistema político, social y legal perfectos, así como a la comunidad ficticia que la habita, en contraste con la sociedad inglesa de su tiempo. Platón, sin usar esa palabra, había tratado el concepto en su Republica (Politeia), y anteriormente lo habían hecho Homero con Esqueria, la isla de los feacios que describe en la Odisea, o Hesíodo en el tópico de la Edad de Oro en Trabajos y Días.