Una de las muchas cosas que debemos a los romanos es la conducción de agua corriente, que tanto facilita la higiene y que tan necesaria es para la salubridad, especialmente cuando la canícula aprieta.

Del verbo latino duco, y este de la raíz indoeuropea *deuk-, con el significado de guiar -que también vemos en el sustantivo dux (guía o dirigente), del que deriva ‘duque’- tenemos una amplia familia de palabras, entre las que se encuentran sustantivos como ‘producto’ (lo que se lleva a cabo), ‘viaducto’ (obra de ingeniería que salva un obstáculo), ‘seductor’ (quien arrastra a otro apartándole del buen camino), ‘conductor’ (quien guía un vehículo), inducción (capacidad de llevar hacia un lugar), adjetivos como ‘dúctil’ (característica del agua, que se adapta a la forma del continente que la alberga) o ‘ducho’ (versado), así como una gran cantidad de verbos derivados, como ‘aducir’, ‘conducir’, ‘deducir’, ‘inducir’, ‘introducir’, ‘producir’, ‘reducir’, ‘reproducir’ o ‘educar’. En esta última palabra se encuentra la quintaesencia del modelo educativo propugnado por Sócrates, basado en la mayéutica, en el que el maestro debía actuar a la manera de la comadrona, ayudando a dar a luz a las ideas, iluminando las mentes a través del fomento del pensamiento inductivo. Por su parte ‘traducir’ implica conducir de un lugar a otro (de la lengua origen a la lengua meta) un texto o un discurso. Y volviendo a ‘ducha’, hasta ella nos lleva aqua ducta (agua guiada), con elisión del sustantivo, como ocurre con ‘ruta’ a partir de via rupta.