Me gusta la casa familiar de Silvia Márquez Chulilla. En lugar de acceder a demolerla para construir un ‘moderno’ bloque de viviendas, el matrimonio ha preferido remodelar, con exquisito gusto, una antigua casa de Algezares, respetando la fachada tradicional, el tejado, el porche y el patio. No es de extrañar en una culta pareja de músicos y, además, en una reconocida intérprete de música antigua. Quedo enamorado de la vivienda y en especial de ‘su rincón’: una habitación que acoge la biblioteca llena de publicaciones musicales y miles de partituras y, sobre todo, una valiosa colección de distintos pianofortes, claves, órganos y demás instrumentos antiguos que Silvia toca, afina, conserva y mantiene con mimo en perfecto estado. La fotografía la hago sentado en unas antiguas butacas del Teatro Romea que rescataron de la basura cuando se remodeló, en una habitación superior asomada a la inferior tras una barandilla, como si fuera la platea de un teatro. Con un café que yo me tomo con hielo, compartimos una agradable conversación: coincidimos en criticar la manía de esta región de demoler el patrimonio y las viviendas típicas de los pueblos, cosa que no pasa tanto en el norte de España. Silvia nació en Zaragoza y mañana se van a pasar unos días a Las Parras de Martín, «el pueblo de mi madre que está en Teruel, un pueblecillo a mil metros de altura, donde no hay ni cobertura, hace fresquito y el tiempo parece haberse detenido».

Silvia, catedrática de Clave en el Conservatorio de Murcia, es una intérprete prestigiosa a nivel mundial, fundadora del Grupo de Música Antigua La Tempestad y está dedicada por entero a dar conciertos por toda España y Europa, siendo solista de las más prestigiosas orquestas. Me cuenta que «la pandemia ha sido una debacle para la cultura y para la música. Al principio me vino bien porque ya no me acordaba de lo quera estar en casa, me sirvió para descansar, pero después ha sido duro porque todos los planes se te vienen abajo. Para los músicos que sólo viven de los conciertos ha sido un golpe tremendo». Da gracias por la salud de toda su familia y por la suerte que ha tenido al poder grabar, en estos meses, unos conciertos de clave con la Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia. Cree que ahora «hay que esforzarse en levantar a la gente del sofá, que no se queden en las plataformas digitales. Hay que levantar el sector de la música en directo».

Añade que «los monumentos, la pintura, la escultura, los podemos seguir contemplando, pero la música barroca no está viva hasta el mismo momento en que se interpreta y suena. No podemos seguir visitando catedrales sin tener ni idea de lo que sonaba allí, sería como ir a un museo con los ojos cerrados». Y se lamenta: «Sufro al comprobar que en esta Región proyectos sencillos y de bajo presupuesto no salen adelante porque para dar un paso se necesitan 25 intermedios, con enredos políticos de por medio. Hoy día, además, la prisa que agobia a la gente tampoco ayuda a la cultura: ¿Cómo vamos a conseguir que se detengan a escuchar una sonata de Corelli? Parece que vuelve lo rural, ojalá también venga un retroceso en la velocidad». Confiesa Silvia que «dar tantas clases online es absolutamente quijotesco».