A partir de un célebre texto de Goethe, Beethoven compuso su Egmont, la historia del heroico campeón de los Países Bajos que luchó por su independencia y su libertad contra las fuerzas de la tiranía y la esclavitud encarnadas por la monarquía española y sus cómplices necesarios, especialmente el Duque de Alba. 

Es el mito de la libertad elevado a la categoría máxima por el romanticismo, la historia de amor por la patria humillada y encadenada, que es superior a la que pueda tener un amante cualquiera, pues aquí no es simplemente un patriota que moriría por su país, tal cosa sería indigna tanto de Goethe como de Beethoven. Es una causa superior, el amor a la libertad hasta sus últimas consecuencias. El conde de Egmont es ya el mártir de la libertad y la corona española es su verdugo. Muestra una época en la que se alterna la sombra de la tiranía con la luz del heroísmo que afronta el martirio, simplemente, porque es coherente, necesario. El sacrificio es sublime, inspirador; inspira valentía, grandeza de ánimo. 

Es la vocación del héroe más allá del tiempo y de la historia; es Egmont, nacido para servir de arquetipo, para convertirse en mito, en modelo de las naciones.