Hijo del maestro, poeta y jardinero Buenaventura Romera y de la maestra Teresa Navarro, sobrino de maestros y maestras, estudió Magisterio y después de haber ganado la plaza se dejó la educación para entregarse al arte, al que ha dedicado dotes de gestión, capacidad de trabajo y bonhomía desbordantes. Gestor cultural, comisario de exposiciones y pintor, es uno de los mayores referentes de la cultura de esta Región. Como poeta se agradece tanto talento inteligente y divertido en sus versos, pero como anfitrión, tras recibirnos en su casa de Puerto Lumbreras, él y su mujer, Isabel Navarro, otra gran maestra y también escritora, no tienen igual. Su casa es un lugar de encuentro, desde hace muchos años, de cantaores de flamenco, artistas plásticos, actores, escritores o músicos.

A la luz de las velas y en el entorno mágico del jardín, nos han invitado a compartir una cena con su familia y amigos, gentes de la música y un grandísimo actor lumbrerense y nacional. La exquisita cena, amenizada por la imitación que hace Marcos, como un niño feliz y travieso, del gran Paco Rabal, amigo de la familia, ha terminado con una sesión de canciones en directo, con las guitarras de su hijo Adrián, presentador de televisión en Zaragoza, y de algunos de los artistas presentes: momentos inolvidables mientras olíamos a jazmín y galán de noche a la luz de la luna y de los farolillos. Por eso en la foto que acompaña estas letras podéis ver a Marcos en su estudio, rodeado por los invitados de la noche, detrás de unas bolsas de papel que ha pintado Marcos para la ocasión.

Tras enseñarnos, en su salón, obras de arte propias y de grandes artistas españoles que rodean una maravillosa mesa octogonal con mucha historia, hemos salido a ver su cuidado huerto, en el que duerme la siesta en una hamaca colgada entre dos árboles y pinta al aire libre los cuadros de gran formato. Unas adivinanzas del libro de su padre y, como he pasado la prueba, me cuenta cosas y anécdotas de su trayectoria. De niño se quedó prendado por el colorido de un circo que se estableció en la rambla de Puerto Lumbreras. Llegó a trabajar en él, igual que, con los años, también hizo algún pequeño papel en películas de cine, porque también quiso ser actor. Me cuenta: «Empecé ganándome la vida decorando carrozas para las Fiestas de Murcia, junto a Carlos Gómez, Ramón Garza, Pedro Pardo, Párraga y Belzunce, porque vivir del arte siempre ha sido muy difícil en esta Región». Pese al recelo y corporativismo de algunos, con los años consiguió la plaza de director y programador de las salas de arte de Murcia.

Su trabajo como director del Pabellón de Murcia en la Expo de Sevilla ha pasado a la historia: «Fue muy intenso y de una gran responsabilidad, pero me siento más orgulloso de haber dirigido diez bienales de pintura y escultura, de haber comisariado más de 250 exposiciones o de haber puesto en marcha San Esteban, Verónicas y el Centro Párraga». Marcos ha dedicado toda su vida a los demás artistas y ahora, por fin, vuelve a centrarse a pintar sin descanso, «mientras el alma me suene, que diría Miguel Hernández», afirma. Nunca dejará de pintar y contagiarnos con la magia de aquél circo, lo sé.