Creo que la primera vez que le hice una foto a Marifé López fue como maestra de mi hijo, en una de grupo de fin de curso, hará ya más de quince años. No parece haber pasado el tiempo por ella. He seguido su trabajo y, entre el baile y la enseñanza, no ha parado de hacer cosas muy interesantes y hoy es todo un referente dentro de la Asociación de Directores de Colegios Públicos de la Región. Me enseña su despacho, en la buhardilla de una casita con jardín, el rincón en el que, fuera del colegio, pasa muchas horas, sobre todo en los últimos tiempos, con clases online y ejerciendo de madre, a la vez. Me encanta la enorme ventana que ilumina la estancia.

Su colegio está en el barrio de Los Rosales de El Palmar, es público y está muy orgullosa de que sea un ‘centro de actuación educativa preferente’. Lo primero que hizo al ser nombrada directora fue promover el cambio del logotipo, con el lema de «Juntos de la mano». Me explica que «la escuela debe estar encarnada en su entorno, abierta a la comunidad, a las familias, al barrio, al tejido asociativo y, por supuesto, a la Administración».

A Marifé le apasiona un colegio donde la interculturalidad es fundamental, «la homogeneización no educa, empobrece. Puede parecer más cómodo educar separando alumnos según su procedencia social, familiar o religiosa, pero es un error, una limitación». De las cosas que más orgullosa está es de ver que alumnos de etnia gitana o magrebíes han logrado ser brillantes y completar estudios superiores. Lamenta que falten inversiones en la educación pública y me explica que en los países nórdicos, que admira, no hay colegios concertados y los mejores profesores y recursos no están en la enseñanza privada, sino en la pública.

Me cuenta lo que ha tenido que trabajar en su vida, que salió de una familia humilde y trabajadora, que bailaba desde niña y que a los 12 años ya era monitora de sevillanas y así se pagó la carrera. Ha bailado con la Compañía Murciana de Danza, con Antaviana Lírica de Pepe Ros, con la Compañía Siete Comediantes, etc. y se ríe cuando le digo que con razón es tan buena poniendo en danza a los alumnos, los colegios y los barrios por los que pasa como maestra.

«Las políticas educativas y sociales deben ir juntas», me dice, y que «no hay nada más hermoso que cuando un antiguo alumno viene un día al colegio a enseñarte sus buenas notas del instituto o de la universidad, o decirte que ha encontrado un buen trabajo o ganado una oposición. Te das cuenta de que la educación es el mejor trabajo del mundo».

Está satisfecha de que el equipo directivo de su colegio haya realizado una pequeña revolución en el barrio, implicando a las familias y a voluntarios que vienen al colegio a colaborar en proyectos y a realizar talleres de todo tipo: de escritura creativa, Viveros de Ciencia, tertulias y diálogos con las familias… «Es maravilloso cuando algunos maestros en prácticas que han pasado por el cole, luego, piden la plaza aquí porque aman nuestro proyecto o, teníendola en otro lado, vuelven como voluntarios». Me voy de casa de Marifé con la convicción de que es posible un mundo mejor si hay educadores con la vocación y creatividad que ella tiene.