Encima del restaurante cartagenero de prestigio universal que dirige José Luis Botella, su marido, vive Dolores (Lolo) Galindo. Nada más subir las escaleras uno se da cuenta de que entra en la casa de alguien enamorado del arte, ajeno a esa tonta moda minimalista actual de no colgar cuadros en las paredes. Hablamos en su rincón: un amplio y ordenado despacho desde el que dirige y preside el Instituto de Gestores Culturales de la Región. Nos acompañan tres bellísimos, joviales y distinguidos perros de concurso, bichones habaneros, con la denominación de origen, reconocida, de Los Gabatos. Su suegro ya criaba pastores alemanes y ellos hace años que se dedican a esta raza con la que han viajado por el mundo, ganando numerosos concursos internacionales.

Practicó la natación y estudió Danza en el Conservatorio de Murcia e hizo sus primeros pinitos de voluntariado cultural organizando exposiciones y actividades deportivas junto a su padre, Julián Galindo Aledo, del que tanto aprendió. Al tiempo que impartía clases de baile, Lolo empezó a trabajar para el ayuntamiento de Cartagena, puso en marcha la revista Crono del Patronato Municipal de Deportes, que creó su hermano, y después pasó a trabajar para la concejalía de Cultura. Dejó su puesto cuando un nuevo concejal la quiso relegar a preparar únicamente la cabalgata de Reyes Magos.

Con los años volvió, fue nombrada coordinadora municipal de Artes Plásticas, tiempos que yo recuerdo como la llegada de una bocanada de aire fresco y contemporáneo, que barría demasiados años anodinos y viejunos en las expos de la ciudad. Sólo duró dos años, pero aún hoy muchos artistas la echan de menos. El tiempo le ha dado la razón en muchas cosas, incluso en la defensa que hizo de la peatonalización del centro de la ciudad como presidenta de la Plataforma a tal fin. En aquél entonces muchos la pusieron en la diana, una pieza útil para una inútil, vaga y muy acomodada oposición al gobierno local.

A Lolo le fue mejor que a los artistas de aquí, tras su salida. Dejó su cargo y marchó a Londres donde amplió estudios, hizo un Máster de Arte, desarrolló importantes proyectos culturales a nivel internacional y colaboró en la creación, con Jorge de Juan, del Teatro Cervantes londinense. Si se quiso demostrar a sí misma que era capaz, desde luego que lo consiguió.

Ha trabajado en la Feria ARCO, ha sido crítica de arte, responsable de prensa de certámenes como el Cante de las Minas, columnista periodística, empresaria de servicios culturales y, a nivel social, se enorgullece de haber trabajado en defensa de colectivos desfavorecidos, toxicómanos, mujeres maltratadas, etc. integrándolos a través del arte y la cultura. Ha tenido alumnos de baile que luego formaron parte de la Compañía de Víctor Ullate y me cuenta que «la gente se ha olvidado que yo organicé cosas como la primera exposición de Charris». Trabajadora incansable y decidida a prueba de bombas, «siempre he procurado la excelencia en mi trabajo y dar participación a la gente. De nada nos sirve organizar exposiciones que casi nadie va a ver, ni otras sin calidad ni criterio para ver si se llenan».

Me dice que «vivimos unos momentos complicadísimos para las industrias culturales y sólo saldremos a flote si aunamos esfuerzos y se apuesta por la profesionalización, las buenas prácticas y la transparencia».