Comenzó, de adolescente, atraído por los sprais, el graffiti, la música hip hop y la cultura de la calle, hoy Goyo 203 ya no es un grafitero, sino un reconocido artista urbano, miembro del colectivo La Compañía de Mario, y sus obras, inmensas en tamaño y calidad, se pueden contemplar en los muros de cientos de edificios de todo el levante español. Nacido en San Pedro del Pinatar, ya nadie se acuerda que se llamaba José Luis y pocos saben que lo de 203 es por la fecha de nacimiento de su hija.

Quedo con él en un maravilloso rincón con vistas al Mediterráneo, en la casa de Cabo de Palos en la que vive con su pareja. No me extraña que me diga que allí «dedico mucho tiempo a mirar el mar, disfrutando hasta de los días de tormenta, porque siempre es un espectáculo distinto de luces y colores».

Lo suyo con el mar es una pasión tan intensa como la que le une a la pintura. Ambas cosas le han llevado, desde adolescente, a recorrer ciudades, mares y países. En su rincón, en torno a esa ventana, podemos ver unos lienzos con temas marinos, que está pintando para su próxima exposición en Cartagena, una mesa de trabajo y una estantería repletas de botes de pintura y un montón de tablas de surf. Tiene toda la pinta de guapo surfero de los que salen en las pelis, y una sonrisa, mientras habla, de las que te iluminan el día aunque te hayas quedado sin batería.

Acabó los estudios de Paisajismo en la Escuela Agropecuaria y trabajó un tiempo en los campos de golf, pero ya desde adolescente solo pensaba en subirse a las olas y subirse a las paredes. Con 16 años ya no le bastaba con el mundo del grafitti en Murcia o Cartagena, así que se fue a Madrid y Barcelona a contactar con el ambiente. Participó, durante años, en exhibiciones y competiciones pero «vi demasiadas luchas de ego en el mundo del graffiti y durante un tiempo dejé la calle, me recluí pintando acuarelas», me dice.

Pero un día descubrió el Street Art en Barcelona, donde seleccionaron y premiaron una obra suya en Artis Love, un gran festival solidario, para recaudar fondos para África. Volvió, renovado, a pintar en la calle, lo reclutaron en La Compañía de Mario y ahí ha conseguido ser todo un referente con una obra comprometida, llena de mensajes solidarios y de conexión con el medio ambiente, de animales en peligro de extinción, de personas con esos rostros que te hablan y esos ojos que dan vida a las paredes… Con dificultad, por la que está cayendo, hoy vive de su trabajo pictórico y de unos encargos «que me permiten facturar y pagar a Hacienda».

Me confiesa que «aunque oficialmente no estudié pintura, he aprendido en la calle, pintando codo con codo con muchos compañeros y con grandes maestros». Ha participado, además, en proyectos expositivos con artistas plásticos no callejeros y, hoy en día, Goyo ya es un maestro y un referente para muchos: «A los jóvenes me gustaría enseñarles la búsqueda constante por mejorar, abandonar los egos y la cerrazón, viajar y aprender, perseguir la transmisión de un mensaje útil y no olvidar el respeto por la gente, los monumentos y la ciudad».