Es el plan perfecto para los que se quedan. Para los que, todavía, no pueden huir del asfalto en busca de esos días de arena y sal. Se han convertido en la mejor alternativa cultural y de ocio para los lorquinos que buscan en los espacios abiertos el frescor que en las noches de verano no ofrecen las casas. Y de paso, contribuyen a rememorar una época dorada de los años 50, 60 y 70, donde cada noche de verano el mejor plan era un bocadillo, una cola de litro y un buen cartucho de pipas mientras se presenciaban los mejores estrenos del séptimo arte.

El cine de verano es el plan familiar perfecto, pero también para los amigos quinceañeros aburridos de tanto móvil, Internet y videojuegos; y para aquellas otras ‘jovencitas’ que rememoran en estas citas sus escarceos de antaño. No ha cambiado la forma de ir al cine de verano. La cola sigue siendo la cola. De la botella de cristal hemos pasado a las latas o el plástico, pero sigue siendo compañera indiscutible de estas noches de verano, como también los bocadillos. Y liados en el papel ‘albal’ de toda la vida. Pero, oh, sorpresa, el táper cobra protagonismo y, al apagarse las luces, una mano se desliza sigilosamente hasta una bolsa y de allí sale una de estas nuevas fiambreras de cristal que al abrirse pone en alerta a todos los del alrededor. «¡Tortilla de patata!». Y para deleite del comensal, como explica su cocinera, «con pimientos por encima».

Son los más sofisticados, los que no quieren renunciar a un clásico, una buena cena viendo una buena película. Mientras, las pizzas compradas al corte se van haciendo hueco entre el sector juvenil del cine de verano. Lo que no cambia es la necesidad de llegar bien temprano. Hasta casi una hora antes hay que acudir al de la Plaza de Calderón de la Barca para coger un buen sitio. Lejos, por supuesto, de las plataneras que dan a la calle Príncipe Alfonso, porque la sorpresa puede ser mayúscula con los primeros compases de la película, que suelen ser los más subidos de tono. Los pájaros que descansan en las ramas de los árboles salen despavoridos y con ellos alguna sorpresa que puede marcharse a casa con nosotros en forma de mancha.

La gran pantalla ocupa casi toda la fachada del Teatro Guerra, que durante el verano cierra sus puertas en el interior, pero las abre a las estrellas. Curiosamente en el coliseo, el más antiguo de la Región de Murcia, se llevaron a cabo las primeras proyecciones del entonces conocido como cinematógrafo. Corría el año 1899. Tuvieron que pasar muchos años más hasta que se monta el primer cine de verano, en la Plaza de Colón. En 1916 José Maldonado Sánchez, formando sociedad con el maestro carpintero Juan José Fernández, solicita autorización al Ayuntamiento de Lorca para montar un cine de verano en la Plaza de Colón, proyecto que realizó después Manuel Lorente, según relata Manuel Muñoz Zielinski en su libro Lorca. En los tiempos del cine mudo.

Pues a solo unos pasos disfrutamos, más de un siglo después, del cine en pantalla grande a la luz de la luna. Ni una sola silla queda libre en cada una de las proyecciones, que cuentan también con el apoyo de las mesas y sillas de los bares y cafeterías que circundan la Plaza de Calderón. The gentlemen: Los señores de la mafia fue la película que se proyectó –en la gran pantalla hinchable- el pasado martes. La película de 2019 tenía como protagonista a Matthew McConaughey, Charlie Hunnam, Hugh Grant y Michelle Dockery. Y, el martes, Mujercitas será el título elegido. Precisamente el año pasado, cuando se cortaron las proyecciones por la pandemia, se quedó pendiente y muchas fueron las peticiones de que se recuperara su emisión.

Lo que no ha cambiado de los cines de verano son las incómodas sillas. Antes eran de madera y plegables, las conocidas como sillas de ‘tijera’. Luego llegaron las de hierro, que dejaban el trasero marcado; y, ahora, son las de plástico, que después de un buen rato se convierten en una auténtica incomodidad para todos, pero hasta eso tiene su encanto para los nostálgicos de los cines de verano.