Es imposible poner el pie en la Cueva Victoria y no pensar en los mineros que descubrieron restos arqueológicos cuando buscaban vetas minerales. Una parte del yacimiento, que acaba de abrir sus puertas al público por primera vez, fue explotada para la extracción de hierro y manganeso entre 1878 y 1952. Mientras conduce a los visitantantes a través de los senderos que transitaban las vagonetas, Olaya García Nos, codirectora del proyecto Cueva Victoria, explica el proceso científico que ha llevado a considerar al enclave, situado en el cerro de San Ginés (Cartagena), «la joya del Pleistoceno».

En grupos de cinco y seis personas, los expertos enseñaron las entrañas de la cueva en la primera de las dos jornadas de visita. La ruta empieza en la denominada ‘zona minera’. Allí, las características propias de una extracción mineral, en concreto, la existencia de pozos de ventilación, confieren en todo momento al visitante una sensación de amplitud e inmensidad que aleja cualquier atisbo de claustrofobia. Conforme se atraviesan los tres kilómetros del yacimiento (sin contar las galerías subterráneas de entre tres y cuatro kilómetros), la visita se va sumergiendo en la arqueología.

Cubil de hienas

El origen de lo que hoy puede observar el visitante se remonta un millón cien mil años atrás. Explican los expertos que la cueva fue, en principio, un cubil de hienas. Después de atrapar a sus presas, estos mamíferos las arrastraban al interior para poder conservarlas de las inclemencias del tiempo y de otros depredadores. Y entonces, colapsó. Una serie de elementos meteorológicos, entre los que destacan fuertes lluvias, obligó a las hienas a abandonar su guarida. Sus presas, sin embargo, se quedaron dentro.

Tras siglos de acumulación de sedimentos, y posterior fosilización, las paredes de la cueva presentan una gran variedad de restos óseos. Colmillos de elefante, restos de delfines, focas monje e, incluso, una falange homínida, han sido encontrados por los especialistas. Presenta también un gran valor desde el punto de vista de la espeleología, dicen los expertos, no solo por la belleza y grandes dimensiones de la cavidad, también porque sus depósitos de calcita conservan un completo registro del clima del pasado.

Coprolitos

Los restos de sus presas no fue lo único que las hienas dejaron en la Cueva Victoria. A lo largo y ancho del yacimiento, unas franjas blancas salpican las paredes. Se trata de coprolitos, heces, que presentan ese color debido a que las hienas trituran los huesos de sus víctimas (ricos en calcio) y los acaban devorando.

Curiosamente, estos coprolitos juegan un papel clave en el devenir de la ingestigación arqueológica, ya que son el elemento que permite a los especialistas certificar con precisión la edad de los restos encontrados.

A esta altura de la excursión, además de en los mineros que encontraron los restos óseos, se hace difícil no pensar en las décadas que diversos grupos de investigación llevan intentando desvelar los secretos de la Cueva Victoria.

La primera cita de restos óseos en Cueva Victoria la hace Arturo Valenzuela en una comunicación presentada en el primer congreso

Nacional de Espeleología, celebrado en Barcelona en 1970. Desde entonces, diversas líneas de investigación han abordado el yacimiento. En 1981, Eudald Carbonell y otros publican un artículo en la revista ‘Endins’ titulado Cueva Victoria: el lugar de ocupación humana más antiguo de la Península Ibérica.

También es fácil seguir tirando del hilo, reparar en alguna de sus esquinas menos iluminadas y pensar en ese homínido que perdió una falange en este mismo suelo.

Durante la media hora que dura la visita guiada, el yacimiento ofrece un viaje a otro tiempo (a muchos otros tiempos) y, además, deja abierta una puerta: los expertos siguen excavando, catalogando y analizando. Es bastante probable que sigamos sin saberlo todo de la Cueva Victoria.