«Pequeñuelos ganímedes / cruzan, van, vuelven y tornan / por el cinto tachonado / de esta esfera milagrosa». Con estos versos, Cervantes se referiría a las lunas de Júpiter poco antes de que Kepler las bautizara igual. Del improbable hecho de que Kepler tuviera en la mesita de noche La Gitanilla de don Miguel, resulta uno de esos azares que dan lugar a la especulación. Como por ejemplo, que los únicos tres astros habitables serán tres lunas de Júpiter y Saturno. «Cuando el Sol se transforme en una gigante roja, las montañas de hielo se convertirán en caudalosos mares». En ese momento quizá un huido de la tierra ponga rumbo a ellas rezándoles cristianamente como Brad, su hijo Larry y Jeff, la lengua de fuego sobre nuestras cabezas.

En un eterno cruzan, van, vuelven y tornan, nos encontramos a Brad Mehldau Trio las cerca de 800 personas que hoy aprietan las gradas del parque Almansa. El Festival Internacional de Jazz de San Javier cita por segunda vez a uno de esos músicos que dan sentido a su nombre. Por la izquierda y por la derecha hay consenso. Entre las manos de Brad, hoy también. Es conocida su habilidad para tocar simultáneamente dos melodías contrapuestas incluso a diferente compás, pero eso atañe solo al Brad solista. Que lo hay, es extenso en sus composiciones y algún día, algún ‘eclíptico’ promotor, nos permitirá verlo a costa de que lo aten a un madero y lo quemen. Aquí puedes ser excéntrico, pero sin pasarte.

Amenazantes y hermosas

Tres lunas gigantes, amenazantes y hermosas. Tres lunas de hielo giran por separado, distantes, pero en la misma órbita. Solo se miran cuando una toca y el resto calla. El primer solo largo vendría al quinto tema. Sin prisa. ¿Para qué empezar fardando? ¿Y fardar de qué? Pues de todo lo que sabe Larry Grenadier (contrabajo) y nosotros no. Aprendí para que no me engañaran, pero hoy hasta el cielo podría ser lila. Cada dos compases driblan y desaparecen y en un esfuerzo fútil por entenderlos se abre un hueco espacio-tiempo. Ahí es donde dicen que está el jazz, entre nota y nota. Mehldau lo retuerce tanto que acaba confesando su escondite. Asistimos a un interrogatorio. El pianista de Florida maneja con tanta pericia los formalismos que podría creerse que está todo atado, programado, reimprovisado, pero es un arte impredecible. Creo que el hecho por el que Brad Mehldau no permite que haya nadie en el escenario, ni fotógrafos, ni ruidos, ni luces, es por un compromiso patológico con la búsqueda al momento, en el que si es necesario usará la violencia.

Este concierto es una invitación a lo invisible. Mehldau le echa el ancla a la mano izquierda y roza el fondo con tal delicadeza que no asustaría a un erizo. Con la derecha juega. Lanza lejos la bola y ya veremos cómo llegar. Se acerca a ella sutil y afectado, pero seguro. En el primer tema tengo la sensación de estar escuchando un corazón de samba brasileño a contratiempo y sin bombo. Si no existe, ¿cómo puedo oírlo? De la música instrumental sabemos que evoca historias que no cuenta, ¿pero evocar sonidos que no están? Es fascinante. El segundo tema es una especie de ‘rondo’ lastrado. Tratan de salir de un mar con resaca. Sucede tan rápido y cuesta tanto que cuando los capuza una ola solo podemos contar los metros mar adentro a los que la marea los empujará. En ese estado ansioso estamos los oyentes, impotentes al verlos luchar contra las olas. Pero lo consiguen. Pisan la orilla. Dios santo…

Uno de los asuntos complejos es convencer a compases impares. Es más fácil cuando no se baila, pero no mucho más. Lo consiguen a base de beat ‘tumbao’. Hay que mirar los pies. Jeff Ballard (baterista) subdivide el pie izquierdo que hace sonar el hi-hat. A la misma velocidad va el derecho de Brad, por mutear o alargar las notas y dejar o quitar espacio al silencio. Todo instintivo, todo lleno de asfixia y de aire. En el cuarto tema, el pianista juega a escalar montañas de hielo. Me recuerda al ‘tono Shepard’ superponiendo octavas que crean la ilusión de una escala ascendente infinita. Un truco de mago, un chiste perverso.

El patio de una cárcel

Me va a reventar la cabeza. Paran un segundo dentro del quinto tema y siento cómo el auditorio se ha convertido en el patio de una cárcel a la hora del paseo. Pero suena la bocina y volvemos a la celda. Un montón de guardas llamados Larry nos azotan. No sabemos ni por dónde ni por cuándo ni por cómo. Pero a esa paliza se van sumando Brad y luego Jeff. Es insoportable. Hay tal tensión, tal grado de locura, que uno no sabe si saltar, gritar o romper a llorar. Para acabar con este dulce sinvivir, Jeff Ballard voltea las baquetas y finaliza su primer solo de batería con la punta del dedo índice. Le faltó chupárselo.

El gran momento de la noche llegó inesperadamente. Paseaban tranquilamente un standard de jazz a negras fingiendo ser chicos normales. Since I Fell For You, contenido en el álbum del trío, Blues and Ballads (2016). Larry vuelve a hacer un solo y alegremente me doy cuenta de que ha habido muchos y no he sentido ninguno como tal. Están excelsamente integrados. Y aquí llega el hito. Jeff y Larry se frenan en seco. Por primera vez son ellos los que bajan los brazos y agachan la cabeza. Brad mete las narices en el piano. Parece Bill Evans o el chico Schroeder. Sin miramientos corta el hilo y se va. Se va flotando sin haberlo hecho nunca en este vacío. Desarrolla un tema distinto. Busca. Encuentra motivos, los aparta, se gira y los recoge y los desarrolla y los cruza y los revuelve y los retorna, y cuando ya son varios y la armonía empieza a pesar los abandona a su suerte, los esparce de nuevo al vacío y vuelve al tema principal junto a sus dos compañeros. Esto ha sido su ‘solo’ del concierto. Y lo ha colado por una de esas mirillas con vistas a la trascendencia. Ese suceso inexplicable.

Tampoco sé cómo explicar que para cerrar el concierto haya elegido Aquelas coisas todas. Precioso y afamado samba del brasileño Toninho Horta. Hubo bis: Skippy. Swing pegadizo y simpático compuesto por un hombre-lagarto. Una trampa final. El trío nos calza el tema más siniestro en un claro mensaje: «Haberlo pensado antes». Soberbio en ambos sentidos y nosotros agradecidos. Era y fue ‘el concierto’ de la XXII edición del Jazz San Javier.

Mientras la astronomía avanza y descubre nuevos hogares para la vida, puede que estas tres lunas sean de las pocas alternativas de un jazz que mira más al futuro por venir que al pasado por volver. Giran, van, vuelven y tornan. Siempre han estado ahí, sin función aparente y puede que un día nos salven la vida.