Entre las pocas palabras que comienzan por una letra tan española como la ñ, con su virgulilla (diminutivo de ‘vírgula’, a su vez diminutivo de virga en latín, que significa ‘vara’, de donde también proviene ‘verga’), una de ellas es este hipocorístico (del griego hypokorízesthai que significa acariciar con palabras, llamar cariñosamente), pues se refiere a la forma de hablar de los niños, con su característica ‘lengua de trapo’, y a aquella manera en que se les habla, empleando términos onomatopéyicos o afectivos, muchas veces con reduplicación, como es el caso que nos ocupa, o el de ‘mama’, ‘papa’, ‘tata’, ‘tete’, ‘yaya’, ‘pipi’, ‘caca’ o ‘chichi’, entre otros.

Los significados que atesora esta palabra no son sin embargo agradables, pues entre las acepciones que recoge se encuentran las que la hacen sinónimo de llorón, quejica, sensiblero, asustadizo, pusilánime, timorato, melindroso, remilgado o apocado, así como de soso, pusilánime, remilgado y melindroso, amén de desusado, y, por último, también de senil, atribuido a la persona que ‘chochea’. Únicamente en Puerto Rico, según me consta, tiene un sentido positivo, pues equivale al adjetivo ‘cariñoso’.

Su origen está en nonnus, palabra con la que se hace referencia al anciano, preceptor o ayo, y evoca la relación que, de forma paralela a la de la nutrix o nodriza, se establece entre el joven y el anciano que le prodiga a aquel sus cuidados y, sobre todo, su afecto, y que tiene su reflejo en la lengua, notario de la realidad en todas las épocas.