Qué pena que una pandemia asolara el mundo pues 2019, además de ser un buen año para respirar, bailar y cantar, estaba siendo un buen año para las publicaciones de jazz. Daniel García firma un disco con el sello alemán ACT llamado Travesuras. Sigue la estela de otros pianistas de jazz flamenco como Dorantes o Chano Domínguez, pero llevando las composiciones una parada más allá de la estación. Conceptualmente cada tema es un viaje aunque desconozco el destino. Puede que él también, pero como se suele decir, el objetivo no es la meta sino el camino andado.

Rompen el silencio con Potro de Rabia y Miel, unas bulerías de Camarón y Paco de Lucía que dan título a aquel disco del potrillo y su sombra o su reflejo, según se mire. Qué difícil es versionar sin que mande el cerebro. Claro que esa es una de las virtudes de Daniel García: pone al frente su exuberante vitalidad. De ella se basta para convertir este concierto de viaje en familia hacia La Ribera, en un viaje épico. Mezcla ambos conceptos porque en el camino se va recreando con azares aparecidos a través de la ventanilla. Uno de ellos es Pablo Martín Caminero (contrabajo suplente) que está aquí porque Reinier Elizarde, “el Negrón” (contrabajo titular) no ha podido traer sus 4 ó 5 metros de salsa a este escenario. No sé qué habría hecho al terminar estas bulerías, pero Pablo se las arregla muy bien, claro, como dice él, las bulerías son vascas y las lleva en la sangre. Alguna gotita le debe de haber salpicado a Daniel García porque baja la dinámica y frasea suave, sencillo y distópico, como si no estuviera ahí, para reengancharse de nuevo al tema y cerrarlo. Impresionante. Esto es un lujo al alcance de pocos; al alcance de muchos siempre quedará el silencio o el tum-tum-pash, ¡y arreando!

El público rompe a aplaudir como si el concierto hubiera acabado. Sinceramente, con la barbaridad que han hecho, no importaría. Pero siguen con unos tangos flamencos. Van tan sobrados que en vez de escoger un palo de compás ternario o de amalgama para destacar el complicadísimo solo de batería que se viene, se quedan en el 4/4. Llega su momento y Olivera (batería) mete la cabeza en la lavadora, pero no en programa rápido, sino en el de sedas y algodones. Practica un downtempo vertiginoso. El tipo, con denuedo, monta un puzzle en 3D de la Torre Eiffel. Se para frente a la foto de la caja y examina los huecos férreos del ritmo por los que colarse sin que los tire el viento o se acabe el tiempo.

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Daniel García Trío & Maureen Choi en Jazz San Javier LOYOLA PÉREZ DE VILLEGAS

Terminan de jugar y se van. Sale Maureen Choi. Violinista de su propio cuarteto, hoy colabora con Daniel García y sus traviesos. Se calza el violín y cierra los ojos hasta acabar el concierto. Daniel García marca el corte y ella confecciona. Su violín es aguja fina, finísima. A penas lo acaricia para exprimirle un sonido extraterrestre, tan sumamente agudo y frágil que hasta una brisa podría enmascararlo, pero si lo oyes, gozas. Maureen sigue en trance. Interpretan Phoenix Borealis, un tema de la violinista que de progresivo, parece improvisado. En este año de mascarilla hemos aprendido a captar la cantidad de información que expresan los ojos, pero ella, que sigue sin abrirlos, en los sucesivos temas nos engaña. Toman el camino hacia oriente y al mínimo descuido nos devuelven a Andalucía.  

De nuevo salen por Camarón con La Leyenda del tiempo. Daniel agradece a Chick Corea todas sus aportaciones a la música española y al jazz. Pablo Martín Caminero hace lo mismo pero marcándose un solo de intro espectacular. Se apoya en un octavador (creo) y un caminito de pedales de efecto que transforman el contrabajo sin hacerle perder el olor a abeto. Mientras lo hace mira a Daniel desencajado, mordiéndose el labio como si de ello dependiera que le diera permiso para tomar la mano de su hija y pasar la eternidad junto a ella. Luego, la versión se torna solamente correcta y un poco plasta. Lo menos interesante del concierto porque aquí se cuela el cerebro en la fila y se planta el primero.

Daniel García es mucho mejor cuando toca lo que compone. Goza de una inventiva, una fuerza expresiva y una vitalidad innatas. Se nota en Travesuras, una pieza basada en las charradas salmantinas. Mutea las cuerdas del piano, incorpora sonidos sintéticos simpáticos, rescata la emoción del crío que fue y que seguramente sigue siendo, pero sobre todo esa capacidad de asombro infantil que convierte todo lo que hace en épico.

Le toma el relevo Mauri Sanchis Band. Organista de primera, Mauri guarda una estrecha relación con San Javier, un festival que ha mimado su carrera. Cancelado su concierto en 2020, hoy dice tomarse la revancha. Para ello se trae un conjunto de vientos, percusión, guitarra, bajo y batería. La marcha la lleva él. La actitud ella, Oneida James (bajo). La Voz, Damon Robinson finalista del programa televisivo homónimo. Se disponen a ofrecer un concierto bailable, pero qué mala suerte, estamos pegados a las butacas. Esto genera una sensación de encarcelamiento o secuestro muy difícil de describir, y sobre todo, puede pasarle factura a la banda.

Ojalá hubieran tocado cuando me gradué. El concierto es puro ritmo pero aun así escucho alguien rezando: “Muy monótono, muy monótono, muy monótono, muy monótono…, muy …”. Es el anciano de mi derecha que seguramente haya visto a la Legión disparando por Marruecos. Con ese tole tole de fondo me descubro ante un solvente proyecto que fusiona perfectamente soul, funk, blues y hasta flamenco. Jazz poco. En el tema Dream, sale el cantaor Raúl Micó a marcase unos tangos resultones. Dice que la música de Mauri es mauriciana. Como marciana. De Mauri y marciano. Mauriciano. Bueno. Arregla el chiste Mauricio Blanco “Latino” (saxo) que es el más “mauriciano” de todos.

Damon Robinson por fin se ha sacudido la vergüenza y ha recuperado el control de su voz. En los bises baila como Carlton Banks y contagia al público que se levanta incluida la mujer del anciano que sigue sobando las bolitas de su particular rosario. El buen ambiente puede oírse hasta en La Curva de Lo Pagán aunque un cuarto del público abandone el auditorio acostumbrado quizá al toque de queda. En época covid, para este tipo de bandas, cualquier plaza es difícil de torear.