Autorretrato, 1938

El pasado 26 de mayo hubiera cumplido don Manuel Muñoz Barberán su centenario, motivo más que suficiente para dedicarle esta página en exclusiva, pero además por suerte y gracia de su hijo Manolo llega a mis manos, para una pequeña restauración, una joyica que, con su permiso, quiero compartir públicamente: su Autorretrato.

Titulado, firmado y fechado en 1938, año decisivo de la contienda civil, un jovencísimo Manuel, con tan solo 17 años, refleja su mirada interrogante, expectante, en el espejo roto de la pared. He de decir que, cuando observé el detalle y comprobé la fecha, me pareció que pudo haber intención en ello, la España fracturada en la que nuestro protagonista se ve a sí mismo con incierto futuro.

Su temprana vocación de pintor había sufrido los avatares que azotaron nuestro país y en ese instante, por necesidades de subsistencia familiar, se encuentra en su Lorca natal trabajando en el taller fotográfico de Juan Navarro Morata, sin dejar, como vemos, de practicar con su talento natural el arte de la pintura, aún con la lógica precariedad de materiales que debía de haber entonces. Me basta con ver el bastidor artesanal, de palos burdamente desbastados, donde se clavetea un lienzo escatimado por los bordes.

La obra, la obrita por su pequeño tamaño que no por su extraordinaria calidad, es todo un testimonio. Nos cuenta tantas cosas, a través de esa intensa mirada aún límpida, que no ingenua, de ese ligero ceño, de esos labios apretados en la concentración, y más allá de la expresión, la ventana abierta, una balda pequeña de pared, con primores de tapete blanco, altar donde se concentran las devociones familiares, el Cristo de Limpias y otra figurita, que pudiera ser Virgen, a las que recurrir en momentos de angustias y apuro. 

Manuel, vestido con la camisa blanca de la esperanza, que escribiera Víctor Manuel, como «paloma buscando cielos más estrellados», que en un extremo se quiebra en el reflejo del espejo roto de la incertidumbre. Hermosísimo autorretrato.

Garrucha, 1963

Al hablar de Muñoz Barberán los teóricos se empeñan en marcar etapas en su producción, un antes y un después de 1981. En mi más que modesta opinión yo distinguiría entre su obra por encargo, necesaria para la subsistencia de la familia, y su obra por amor a la pintura, la más genuina.

En esta última categoría creo no errar al incluir esta vista de Garrucha, del año 1963, homenaje al recuerdo del pueblo almeriense en el que pasó parte de su niñez.

Cuenta Juan Bautista Sanz, en su Olvido y memoria, sobre la asombrosa retentiva fotográfica de nuestro autor, también sobre el incuestionable talento artístico, algo indiscutible. Ambos aspectos cobran vida en esta obra. 

La visión escogida de la costa, a mitad de camino entre Garrucha y Vera, lejos del alegre paisaje playero, con las ruinas de la antigua fundición de plomo San Jacinto, como espectros iluminados bajo la luz del atardecer, tiene la poesía melancólica del recuerdo. La pincelada potente, cargada de materia, sólida y precisa en los contornos, esos contrastes de color certeros, es la rúbrica del pintor seguro de su hacer.

La Fuensanta, 1966 

Y, por último, un fragmento de un conjunto mural decorativo realizado en 1966, hoy desaparecido, como tantos otros por desgracia, posiblemente para la Confederación Hidrográfica, aunque también podría tratarse de algunos de los numerosos paneles decorativos que realizó en la fructífera década de los 60, entre otras instituciones, para la Feria Internacional del Comercio y la Alimentación de Murcia, para los que no la conocieron, la FICA.

Siempre con su impronta reconocible, esta obra nos habla de un momento de inquietud, experimentación modernizadora, sin perder sus referencias, quizás uno de los escasos ejemplos de collage en la producción de Muñoz Barberán. 

Adherido al panel de base, la impresión en papel de las vistas aéreas de la vega murciana, coloreadas parcialmente de sus característicos tonos ocres y amarillos, y sobre ellas una bien definida visión de la Fuensanta, de trazo firme, luminosa, atrevida en sus azules y malvas, vibrante de color.

Una pequeña y deliciosa rareza.