En algún momento algo se torció en la Unión Europea y a algunos miembros de la familia se les ha puesto cara de Putin, el zar 3.0 de Rusia que asegura que en su país no hay homosexuales.  

Pocos países como Polonia han sufrido tanto en el viejo continente. Invadidos por el Oeste, invadidos por el Este. Entraron en la UE en 1991 huyendo de cualquier influencia soviética tras demasiado tiempo bajo su dominio. Y 30 años después, sorprende que, tras sufrir el señalamiento a los judíos por los nazis, ahora se pongan a señalar a los homosexuales. Ya han conseguido tener sus ‘zonas libres de ideología LGTBI’. Explica el periodista Jon Sistiaga en un reciente documental sobre el país que la derecha polaca ha convertido la homofobia en un elemento aglutinador para afianzarse en el poder. La estrategia no se la inventó Ley y Justicia, partido en el Gobierno polaco, sino que es la misma que ha mantenido a Vladimir Putin en el Kremlin desde 1999 hasta la actualidad (descansando entre 2008 y 2012). 

En otro documental, Bienvenidos a Chechenia (David France, 2020), se muestra cómo Putin consiguió frenar la guerra con esa región a cambio de dejar vía libre al líder checheno, Ramzan Kadyrov, para llevar a cabo una ‘limpieza de sangre’, que se traduce en la persecución de los homosexuales.

Por si esto fuera poco, parió Hungría. Viktor Orban ha sacado una ley que relaciona la homosexualidad con la pedofilia. Si piensan que están conectadas, cómo no van a prohibir que se hable a los niños de diversidad sexual en los colegios. La norma es una patada en la boca a los derechos fundamentales europeos y la Comisión Europea ha tomado, por fin, cartas en el asunto, condenando esta legislación.

En Croacia el partido conservador Most ha presentado una propuesta por el estilo. Diría que poco a poco se van a acercando a España, pero en Murcia ya hemos discutido largo y tendido sobre el pin parental. El PP aceptó el veto escolar de los ultraconservadores en la Región y en Madrid ya se ha abierto a retocar las leyes contra la LGTBIfobia. 

Y es que el PP es un partido no binario, fluye. Llevó la Ley del Matrimonio Igualitario ante el Tribunal Constitucional para que luego Rajoy, Cospedal y Casado, entre otros, acudieran a la boda de su entonces vicesecretario sectorial, Javier Maroto, con su marido. Aprobó en Comunidades autónomas, como en Murcia, leyes de Igualdad LGTBI bastante parecidas a la que se aprobará en los próximos meses a nivel estatal, la Ley Trans (con su posición en contra, ya anunciada). Pues es el mismo partido que se ha abstenido en la decisión de la Comisión Europea de condenar a Hungría por su ley antiLGTBI (con el honroso desmarque de Esteban González Pons, que votó a favor, junto al resto del PP europeo). 

De tanto juntarse con Abascal, a Casado se le está poniendo cara de Putin.