Que el tiempo no abata el recuerdo de las acciones humanas», escribió Heródoto en alguna parte de sus Historias, porque como hombre sabio, intuyó que los males a los que se enfrenta el viajero son la distancia y el olvido. El mundo no es una línea horizontal, un camino que recorrer del alba al anochecer. Al menos no es solo eso. Sabía Heródoto que existía una dimensión más confusa pero a la par interesante, que se hallaba solamente en el perfil de algunas piedras y las arenas del desierto. Él llamó a esa conjura de recuerdos incrustados en el suelo ‘Historia’ y entendió que ningún viaje es completo sin volver la vista al pasado. Es la línea vertical que le faltaba a sus pasos. Ambos senderos se cruzan en su escritura, por eso Heródoto se viste de historiador, tal vez el primero, pero camina como un viajero.

El Ecúmene en los tiempos de Heródoto.

Un hombre que había nacido en Halicarnaso estaba llamado a vivir siempre a salto de malta. De un lado a otro, el destino era siempre aquello que estaba por conocer, un aventura que narrar, una anécdota que escuchar.

El siglo V a.C. fue para Grecia el tormento y el éxtasis. La guerra y la vanidad del arte. A punto de ser arrasada por las tropas persas, supo vencer a los ‘bárbaros’, hombres que luchaban por un rey, poniendo a combatir a unas cuantas ciudades que olvidaron sus diferencias. No eran hombres libres, tal y como entendemos la libertad en nuestros días, pero aquellos soldados defendían una casa, unas murallas, unos dioses y un mar tan particular como humano. En medio del siglo dorado nació Heródoto, cuando Atenas construía la leyenda de Pericles y Fidias moldeaba su memoria.

Pero a Heródoto no le bastó entender el mundo a su alrededor y buscó los límites de lo conocido. Lo encerró en nueve libros, cada uno de ellos un viaje, todos una reflexión profunda sobre lo que significa la historia de los pueblos, sobre el papel de los hombres en el devenir profundo de los acontecimientos. Es una obra ambiciosa tanto por la intención de revelar el conocimiento de los otros pueblos no griegos, de los vecinos incómodos y en disputa por la grandeza de los hechos, como por el método empleado. Utilizó la técnica más exhaustiva de todas: viajar de un lugar a otro, entrevistar a las gentes del lugar, disfrutar de cada rincón del mundo conocido y exprimir de ellos la cultura y las historias que contasen en noches de insomnio; hablar a los ancianos que cuidaban los templos sagrados de las antiguas religiones.

LIBROS

Historia. Heródoto,

Gredos



Heródoto pretende encontrar las causas de las Guerras Médicas, las que enfrentaron a griegos y persas, en su Libro I de Historia. Se remonta hasta el primer contacto entre las dos culturas. Habla de Troya y Creso, rey de Lidia, pero sobre todo explora la geografía de Persia, un imperio tan vasto que englobaba mares desconocidos y capitales tan antiguas como el hombre. Describe Babilonia como una ciudad amurallada, atravesada por el Éufrates que solía desbordarse y llenar los templos de agua. La distante capital quedaba tan ajena al mundo griego que los viajeros miraban a sus murallas como si una niebla profunda difuminara sus contornos. En el Libro II describe Egipto como un pueblo milenario que abraza una religión compleja, llena de sacrificios y codificada en la arena, un lugar donde los faraones nunca mueren, sino que se transforman en dioses. Visita las pirámides y se maravilla con la de Keops, pero piensa en los costes humanos de la obra. Remonta el Nilo y va acogiendo las anécdotas que encuentra en su expedición, dándoles forma con las palabras.

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Tras Egipto, llevará a cabo expediciones hacia Asia Central, en el país de los Escitas, y hacia la actual Libia, territorios ambos en peligro por el dominio persa. Son territorios ajenos para un griego, de culturas en muchos aspectos distantes a la suya. Heródoto apunta noticias acerca de la geografía del terreno y las costumbres de sus gentes. Vuelve a Grecia y realiza un viaje por la mayoría de las ciudades. Quiere conocer de primera mano cómo lograron esas polis unidas deshacerse del gigante persa. Sabe que el hierro de las lanzas no es suficiente para derrotar a la lógica de la guerra. Visita Macedonia (lugar de paso para los enemigos), las islas de Asia Menor, donde empezó la sublevación jonia, entra en Atenas y se maravilla por el oro de Pericles (el oro y la corrupción).

Frente a las Termópilas, Heródoto siente orgullo griego. Narra la batalla con pasión, dejándose llevar por la emoción. Afirma que dos millones de persas entraron en Grecia para destruir el mundo conocido, pero que los espartanos posicionaron a trescientos hombres para bloquear el paso y garantizar la subsistencia de todo el país. Son cifras exageradas, claro está, porque Heródoto mezcla en ocasiones la leyenda y los hechos consumados. Se dirige a Delfos y consulta el dictamen de los oráculos. El viaje de Heródoto lleva el nombre de las musas. Cada una de ellas da título a sus libros. Somete la historia a la observación. Viaja ante la necesidad de conocer la verdad. Escucha y escribe. Conoce el pasado y lo preserva. Sabe que Grecia nunca vencerá si no es recordada por la posteridad.