Apenas quedan unas semanas para que den comienzo los Juegos de Melbourne de 1956. Béla Rajki, el seleccionador húngaro de waterpolo, se reúne con su equipo después de un entrenamiento. No será un discurso ensayado mil veces frente al espejo. Este tipo de comunicados precisan de cierta espontaneidad. Acaban de concedernos los pasaportes para Australia, dice como si sus palabras fuesen un contragolpe de la escuadra rival, salimos el lunes a primera hora. El silencio se apodera de los jugadores. Sus cuerpos adoptan posiciones de estatuas griegas. Están, posiblemente, ante el gran abismo de sus vidas. 

Kálmán Markovits rompe el bloque de hielo que ha petrificado el ambiente. ¿Cómo vamos a irnos ahora? ¿Qué clase de compatriotas abandonan su país en un momento como este? La Unión Soviética ha decidido poner fin a la Revolución Húngara que desde octubre amenaza la estabilidad del país. Las calles de Budapest se han convertido en un campo de batalla con diecisiete divisiones del Ejército Rojo y un centenar de tanques de combate peinando hasta el último centímetro de la capital. En estos días grises de noviembre es imposible saberlo pero más adelante, con el paso de los años, los libros hablarán de miles de muertos y cientos de miles de refugiados.

En el vestuario del centro de alto rendimiento no hay espacio para dilemas morales. Se trata de waterpolo, mis adorables camaradas, dice Béla con firmeza. Tenemos un deber con nuestro país. Y Béla está en lo cierto. Para Hungría el waterpolo es más que un deporte. Es una práctica sagrada, una religión que se ha transmitido de padres a hijos con un entusiasmo misterioso. Las dudas que rodeaban a la selección empiezan a disiparse. Tienen, además, el grandísimo honor de defender el título olímpico conseguido en Helsinki 52.

De esta manera aterrizan en Melbourne unos días más tarde. Lejos de los disparos y de las revueltas, Australia les parece un paraíso al otro lado del globo, un lugar maravilloso para afrontar la competición más importante de su carrera deportiva. La ronda preliminar la resuelven casi sin tirarse a la piscina: 6-1 contra Gran Bretaña y 6-2 contra Estados Unidos. Se cumplen los pronósticos y Hungría avanza por el Palacio de Cristal a paso firme. Del mismo modo triunfal arrasan en la fase final: 4-0 contra Italia y 4-0 contra Alemania. A estas alturas del torneo todos reconocen el recital del equipo magiar. Un waterpolo de músculo y armonía, opinan los expertos, de una época futura aún en el horizonte.

Pero ha llegado la prueba de fuego. El destino es retorcido y quiere que en su camino se cruce la Unión Soviética. La tensión en el entorno de los jugadores horas antes del encuentro es más que palpable. Son el gran enemigo a batir dentro y fuera del agua, un proyectil en ascenso con unas posibilidades desconocidas. Hace unos años eran unos simples aficionados hasta que Moscú, siempre Moscú, decidió poner cartas en el asunto. Mandó a un grupo de espías a las instalaciones de Budapest y lo copiaron todo: los entrenamientos, las tácticas, los descansos, incluso los niveles de PH y la temperatura ambiente. Hoy son una réplica perfecta. Tanto es así que terminaron imponiéndose en un enfrentamiento durante el preolímpico. El mayor borrón en la cuenta personal de los húngaros.

Con estas sombras el balón flota en el centro del Palacio de Cristal. Los waterpolistas apenas pueden contenerse en sus respectivos campos y sienten que una borrasca empieza a cubrir las gradas. El choque da comienzo y los jugadores nadan con todas sus fuerzas hacia la pelota. Los dos capitanes se enzarzan en un cuerpo a cuerpo desde el inicio y se intuye que esta tarde habrá algo más que waterpolo en la Villa Olímpica de Melbourne. Dezső Gyarmati transforma un penalti a pocos segundos del final del primer cuarto que supone el 1-0 para Hungría. Los soviéticos se comen a los jueces. Su portero, dicen con metralla en los labios, no estaba en posición reglamentaria. La polémica está servida. 

El segundo tanto llega tras otro penalti a manos del joven Ervin Zádor. Los rusos protestan de igual manera. La idea de que el árbitro está descaradamente con Hungría se consolida en su banquillo. El incendio se vuelve incontrolable cuando Mishi (URSS) recibe un puñetazo de Gyarmati. La piscina australiana es ya una versión submarina de las calles de Budapest. Nadie sabe en realidad lo que está sucediendo bajo esa tempestad metálica de tanques y fusiles.

El marcador se detiene en 4-0. Esto está sentenciado y los soviéticos lo saben. Pero Zádor busca la humillación y desde hace un tiempo viene provocando a los rivales. Demasiado para Valentin Prokopov. De repente se eleva hasta la cintura, extiende su brazo y lo estrella contra el rostro del jugador húngaro con la fuerza de un martillo. Zádor queda suspendido en la piscina con una brecha en el párpado derecho. El Palacio de Cristal se convierte en un baño de sangre. Sus compañeros lo sacan del agua y un oficial lo acompaña a la enfermería. No puede continuar, está completamente noqueado.

El partido se paraliza. Tiene que intervenir la policía de inmediato para evitar que la confrontación vaya a mayores. Nadie se acuerda ya del waterpolo en estos momentos. El comité arbitral se reúne y da por terminado el encuentro con la victoria para Hungría por 4-0 y solo el paso del tiempo logrará acallar la guerra que se ha instalado en Melbourne. 

Béla Rajki consigue reunir a su equipo en el vestuario después de una larga búsqueda. Comprueba por enésima vez que estén todos, incluido Zádor que sigue recibiendo atención médica. Un pequeño descuido puede desencadenar en una tragedia. Allí permanecerán hasta que el temporal amaine por completo. Mientras tanto, el seleccionador medita sobre la victoria de hoy y lo cerca que están de proclamarse campeones. Mañana se la juegan contra Yugoslavia. Sin embargo, todo ha quedado sepultado bajo una atmósfera de color ceniza. Las aguas de la tormenta han apagado la llama olímpica del pebetero de Melbourne y él comienza a sentirse abatido. No deja de pensar en la manera tan envenenada con la que han llegado a la final. Tiene el extraño presentimiento de que ni la medalla de oro será capaz de borrar este partido de las páginas de historia del deporte.