U n espacio vacío, escueto, blanco sobre blanco y tonos tierra. Un poso de calma, el sonido del mar y movimiento. Respiración pausada a través de esa mirada profunda que conecta, de forma directa, con los ojos que se cruzan con los del intérprete nada más comenzar.

Un solo de danza en el que Pau Aran invita a transitar por un camino de sentimientos enlazados y entrecruzados de forma íntima, sincera, con esa locura que te permite hacer una pieza inspirada en lo surrealista y la confianza de construir algo que brota del corazón.

Treinta minutos de conexión, de complicidad con el público a través de los movimientos hipnóticos de las manos. Esas manos que guían la pieza cuando estamos un poco perdidos en ella, esas manos que son miradas porque te traspasan el alma, que orientan porque son el inicio del todo que recorre el cuerpo conectado con la tierra.

Una obra abierta a la interpretación del espectador, aunque la sinopsis te guíe hacia lo que encontraremos después de la muerte.

La pieza está acompañada de unas luces simples, que resaltan lo imprescindible en la escena, y una mezcla musical que se funde en diálogo con el movimiento honesto del bailarín.

Una coreografía íntima que ha sido un perfecto cierre de la temporada, dedicada a las Artes Escénicas, en el Centro Párraga. Si tienen ocasión, no dejen de verla.