En marzo de 2019, los bullenses Francisco Javier Martínez (1980), Joaquín Olmedo (1995) y Adrián Guirado (1969) se aventuraron a grabar un cortometraje en la pedanía moratallera de Los Odres, la más alta de la Región de Murcia (1.378 metros) y también una de las más deshabitadas. Cuando la llamada ‘España vacía’ ocupaba la primera línea de la actualidad, ellos quisieron ahondar en el tema retratando con nombres y apellidos el problema de la despoblación en la comarca del Noroeste. Con la maestría y delicadeza de verdaderos pintores del detalle, rodaron el documental Los Odres, que se proyecta esta tarde (20.00 horas) en el Auditorio Víctor Villegas de Murcia durante la jornada inaugural de la primera edición del FolkFest.  

Llegaron a la aldea a comienzos de la primavera. La nieve se derretía en las cumbres, una ligera brisa peinaba los campos de espliego, madreselva y romero, y las aves planeaban sobre hatajos de ganado y antiguas casas de piedra en ruinas y con techos hundidos. Al verles con los bártulos cinematográficos, los habitantes de Los Odres se quedaron un poco extrañados. Pero aquellos forasteros interesados en filmar una película sobre la vida en un pueblo de apenas veinte personas pronto se ganaron la confianza de los vecinos. Enseguida apreciaron que se les diera voz a sus anhelos y preocupaciones. 

«Las personas que viven en este territorio son sencillas, honradas y muy sabias (quizás por la edad), con profundos conocimientos sobre una cultura propia y del medio que les rodea», comenta Francisco Javier Martínez, uno de los creadores del documental y miembro de la cuadrilla de música tradicional Animeros de San Blas de Bullas. Cuenta que dieron punto final al rodaje después de un intenso fin de semana de acopio de testimonios, conversaciones nostálgicas, viajes al pasado, cavilaciones sobre el futuro, y se marcharon con un preciado material pero con una sensación de «tristeza» porque vieron que entre los últimos oriundos de esta localidad «cundía el desánimo».  

En un momento del cortometraje un vecino reconoce con cierta resignación que con él acabará no solo toda una generación de pastores, sino una forma ancestral de relacionarse con la naturaleza. «Es muy probable que muchas cosas desaparezcan», advierte Martínez. «El cambio en la manera de relacionarse con el medio rural ha traído consigo el declive de algunos oficios, ritos, celebraciones. Pero creo que salvaguardar esta cultura y dejar testigos de esas formas de vivir supone casi una obligación». 

Cuando apagaban la cámara antes de irse a dormir a las escuelas, hoy cerradas, la gente mayor seguía con la tertulia y se preguntaba cuál sería realmente la solución para «espabilar» el pueblo. “Dos de los protagonistas, Jacinto y Pedro, nos decían que ya tenía que pasar algo gordo ‘allí abajo’ (refiriéndose a las ciudades) para que la gente volviese al campo. Y fíjate si ha pasado algo gordo justo un año después: parecían visionarios de la pandemia mundial», relata.  

Y es que durante la crisis sanitaria de la covid-19 se ha asistido al fenómeno del éxodo urbano y se ha puesto en valor un ritmo vital más sosegado. Hay quien ha huido de la aglomeración de la ciudad y se ha producido un retorno añorado a los paisajes abiertos de los pueblos y los campos. «Alguna vez hemos ensoñado hacer nuestra vida allí, pero la realidad es otra», expresa Martínez. «Se llevan a cabo estudios a diario sobre la despoblación y cómo atajarla, pero el problema no se revierte, quizás porque hay que poner medidas reales. Que no quede solo en estudios y palabras». Y menos en una moda pasajera. 

El reto para revitalizar el campo consiste en ligarlo al estilo de vida del siglo XXI y «ofrecer servicios y oportunidades para cuidar a los que quedan y conseguir que no se vayan», propone Martínez. «No es mucho lo que piden: buenas comunicaciones, acceso a la cultura, dignificar lo rural, ayudas a la agricultura y la ganadería, un turismo sostenible y responsable, pues hablamos de una zona que conserva un rico patrimonio». Una valiosa «sabiduría vieja» en peligro de extinción, tal y como explica a lo largo del documental el escritor caravaqueño Jesús López, autor del exitoso libro sobre la vida rural del Noroeste: Y también se vivía (Editorial Gollarín, 2018).  

Coloquio y música en directo

A la presentación del cortometraje le seguirá un coloquio sobre la despoblación rural en Murcia y una actuación de los Animeros de San Blas de Bullas. Cuando Los Odres se estrenó en el pueblo natal de los directores en noviembre de 2019 también se amenizó el acto con música autóctona de las cuadrillas y algunos de los protagonistas que se desplazaron desde Los Odres bailaron con ganas toda la noche como en aquellos buenos tiempos de su juventud. Y es que en medio de un panorama poco halagüeño la música ofrece un destello de optimismo.

La banda sonora del documental cuenta con músicos de la Región, como Ángel Ninguno, Crudo Pimento o Juan José Robles. Artistas que innovan desde la tradición. «La música de raíz está muy viva y no peligra», afirma Martínez. Tampoco peligra el entusiasmo en las caras de los protagonistas cuando rememoran en el documental aquellas fiestas del pueblo entre guitarras y violines, entre bailes y migas, entre jóvenes y ancianos, cuando la alegría llenaba la aldea, cuando la velada parecía no tener fin y cuando el futuro quedaba tan lejos como la extensión de la noche.