Una mujer muerta, ataviada para la sepultura, rodeada de flores blancas, esperando que un príncipe azul le bese y le devuelva a la vida. Una voz en off. Un músico que se acerca, y que después de merodear a su alrededor, inicia acercamientos perturbadores que acaban desnudando el cadáver. Un cuerpo sexualizado, cosificado, ¿amado?, pero muerto. Todo se inicia con una perfomance que recuerda a las exposiciones transgresoras de cuerpos hiperrealistas. Y comienza el espectáculo.

Un paraje inhóspito, pero bonito; jóvenes que hacen yoga, que cuidan su cuerpo preocupándose por su estética, por la forma en la que se ven y en la que les miran los demás; móviles, ordenadores, cámaras, pantallas y luces; palos de golf, un monopatín y una manzana. Toda una simbología de pecado y egocentrismo que marca la no comunicación entre los personajes en escena en la primera parte, simulando la realidad del amor egoísta que vive la sociedad en la actualidad.

El público espera a Giselle, o la revisión de su historia, esa historia de amor tremendamente romántica, que la gran mayoría del público ha visto representada en su versión clásica. Y la realidad es que solo encuentra pinceladas de su música combinada con la de Permanent Destruction de Naomi Velissariou y Joost Maaskant. Decir que el espectáculo está inspirado en Giselle y en la visión del amor romántico, quizás, es decir demasiado.

El espectáculo muestra de forma explícita esas prisas por demostrar que estás haciendo cosas ‘interesantes’, para evadir la culpabilidad de lo que denominan ‘FoMO’, una nueva dolencia surgida de las redes sociales, una nueva forma de envidia, de angustia por no tener una vida suficiente a los ojos de los demás, o a los ojos de ese Gran Hermano que todo lo ve y que está encima de sus cabezas, rememorando a un ovni gigante, a un ser superior o al círculo de luz que utilizan los instagramers o youtubers. Cuerpo, sexo, amor propio, egoísmo, relaciones homosexuales, y una gran bacanal.

La danza, el movimiento de inspiración contemporánea a través de bailarines con una gran base clásica, solo es el vehículo para mostrar esa reflexión sobre las relaciones de amor en tiempos de redes sociales. La combinación de la atmósfera creada a través de la escenografía, el diseño lumínico junto al movimiento coreográfico, (que hacia el final de la segunda parte, coge un ritmo interesante y te hace despertar de la butaca), y una voz en off en inglés, (que aparece y desaparece sin traducción alguna), crean una obra que no deja indiferente a nadie. Ni a los que han ido a ver una versión de Giselle y no entienden nada, e intentan buscar esa relación inexistente entre las dos obras, ni a los que se aventuran a reflexionar sobre la realidad expuesta del amor y lo que nos depara el presente en forma de futuro. 

Posiblemente esto es lo que pretenden con la obra y su título: crear polémica e introspección. Consiguiéndolo indudablemente.

La obra de gran formato elaborada por la Compañía Kor’sia nos muestra el devenir de los espectáculos de danza en donde se fusionan distintos lenguajes escénicos. Una pieza idónea para el cierre de esta temporada de ‘DanzaAuditorio’ en el Víctor Villegas. 

'Giselle'

  • Compañía: Kor’sia.
  • Idea, dirección y coreografía: Mattia Russo y Antonio de Rosa.
  • Dramaturgia: Gaia Clotilde Chernetich y Kor’sia.
  • Lugar: Auditorio Víctor Villegas, Murcia.
  • Fecha: 19 de julio.