Querido escritor. Hace cincuenta años que vio la luz tu último poemario y paseando, junto a quienes te recuerdan, por las calles de la Lorca de antaño, donde pasaste de niño a poeta, me deleito con algunos de tus versos de Poemas Inéditos.

La apertura de tu crepuscular libro, con ese romance a Machado, me hace evocarte en las tertulias de Pombo, con Gómez de la Serna y Guillermo de Torre, así como en las de El Colonial, bajo el magisterio de Cansinos Assens, acompañado, entre otros, por Gerardo Diego y Jorge Luis Borges, escuchando los postulados creacionistas de labios del propio Huidobro, quien años más tarde reconoció su huella vanguardista en tus Motivos Líricos (1919).

Minutos después, en la puerta de la antigua Cárcel del Partido Judicial, la pequeña Constanza Pía declama tu carcelera El pajarico, mientras ojeo las hojas de la antología con la que te rememoramos en este paseo literario. Impactan en mí imágenes de tus versos de cautiverio: «¡Qué cerca de la cárcel / está mi casa; / si no existieran muros, / te vería, hermana!»; «¡Por mucho que te esfuerces / no escalarás la tapia!»; «Me van a dar cuatro tiros / con el alba en Espinardo»; «Volad libres por el aire, / cantad libres en la rama, / y sed, pájaros de hoy, / mis pájaros de mañana».

La pena y el sufrimiento te acompañaron en Mula, Lorca, Murcia y Totana, madurando en tu voz poética una denuncia lírica hacia el aislamiento y el anhelo de libertad. ¡Qué contraste con aquellos años de gobierno municipal en el Frente Popular! ¡Qué distinto a aquellos paseos por la Corredera y las tertulias en el café La Cámara! ¡Qué lejos te quedaron las playas de Águilas y Terreros, el modernismo epígono de Madrid, tus cuentos en la prensa, tus traducciones de Verlaine y, cómo no, los campos de Morata!

En el patio del vetusto Colegio de la Purísima Concepción, en el que adquiriste tus primeras letras de los poetas y dramaturgos Juan López Barnés y José Mención Sastre, pienso en tu vejez, regresando del bar de Cándido a altas horas y acompañado de un niño que te servía vino al otro lado del mostrador. Tus últimos años, en soledad y compañía, entre Lorca y Morata, junto a los recuerdos y melancolías: «Pena de no ser pena, / de querer sufrir por algo, / de sentir el corazón / dormido en sueños lejanos». Todo queda atrás, en un mar de ostracismo, en una selva de confusión. Sin embargo, aún perviven tu memoria y tus estrofas en la ciudad del sol.

Gracias a los Amigos de la Cultura con iniciativas populares como este paseo anual en la efeméride de tu muerte y el interés académico que suscita tu obra entre filólogos, lingüistas y pedagogos de España y América; no se cumplirá nunca tu presagio lírico: «no me queda que dar, / ya soy tan pobre como / el último mendigo. / Os dejo porque ya / no me queréis amar».

Hace cincuenta años que vio la luz tu último poemario y, paseando por las calles de la Lorca de antaño, puedo confirmar que te amamos, te admiramos y te encumbramos como nuestro poeta; pues, cada uno de nosotros gritaría al cielo que «Iba contigo, […], / por soledades hondas / una tarde cualquiera / de trinos y de rosas».