Hace algunos años, en Estados Unidos se introdujo un pequeño chimpancé en una familia para ver su evolución. La chimpancé se llamaba Lucy y sus padres adoptivos fueron los Temerlin, una pareja de doctores en Psicología, profesores de la Universidad de Oklahoma.

Cuando Lucy llegó a casa de los Temerlin era solo una cría alimentada con biberón, que necesitaba los mismos cuidados que un bebé humano. Sin embargo, pronto comenzó a crecer, se acomodó en la familia y llenó la casa con sus travesuras.

Dado que el experimento estaba siendo un éxito, decidieron pasar a la siguiente fase. Consistía en enseñarle el lenguaje ASL (American Sign Language) para la comunicación entre personas sordas.

Lucy no tardó en aprender a manejar signos y a construir frases sencillas. Luego llegó la relación de conceptos. Si Lucy, jugando, tiraba un jarrón, miraba a los Temerlin y, en el lenguaje de signos, decía: «Lucy mala, Lucy castigo».

Sin duda, los resultados superaban todas las expectativas, pero llegó una fuerte crisis económica y el dinero del proyecto se agotó. Los Temerlin fueron entonces trasladados a otra Universidad y Lucy acabó ingresada en un zoológico con otros chimpancés. Ella no entendía nada y, apesadumbrada, pasaba los días golpeándose el pecho y levantando sus brazos al aire, hasta que un buen día llegó un matrimonio que, con sus hijos, se paró ante su jaula.

Entonces, de pronto, al verla, el marido salió corriendo en busca del responsable. No podía creerlo. Aquel chimpancé gritaba desde su encierro como lo hubiera hecho él mismo, sordo de nacimiento. A través de gestos, usando el lenguaje de signos, repetía constantemente: «Lucy buena, Lucy no castigo».

Su caso se hizo viral y una ONG consiguió rescatarla y trasladarla a una reserva de África, pero, para ella, que solo quería estar con personas, aquel lugar seguía siendo un sitio extraño e inhóspito. No podía estar a gusto. Por eso, nadie se extrañó cuando una mañana apareció asesinada con las extremidades seccionadas. Había sido abatida por unos furtivos, seguramente al acercarse a saludarles.

Sus manos hoy deben ser cotizados ceniceros en la casa de algún magnate de dudoso gusto y escasos escrúpulos, pero, desgraciadamente, el final Lucy no es una excepción. Los cazadores furtivos abaten cada año a cientos de chimpancés en África, situando automáticamente la conservación de esta especie al borde de la desaparición y la dignidad humana, una vez más, a la altura de la basura.