‘Nueva Carne’, submundo de contenidos oscuros, perversiones que traspasan la campaña y hasta un profesor Oblivion que, a modo de inteligencia artificial analógica, continúa ofreciendo vaticinios y consejos después de muerto gracias a haber dejado un legado de miles de cintas VHS con miles de posibles respuestas, consejos y píldoras de sabiduría. Cronenberg inventó lo interactivo lustros antes de que se popularizase Internet y nos permitió asomarnos a un submundo oculto ante nuestros ojos y que apenas se vislumbraba en emisiones pirata de contenidos catódicos oscuros, morbosos, rayanos en lo snuff y, por si todo esto fuera poco, capaces de transformar literalmente la morfología carnal de quienes quedaban sometidos a su influjo.

En Videodrome, James Woods es el responsable de una cadena televisiva obsesionado con los contenidos extremos, que por casualidad descubre unas emisiones del canal pirata Videodrome (o, en la edición doblada al español, ‘Videodromo’). Buscará por todos los medios hacerse con ese material, pero no tardará en descubrir que el influjo de esas cinta de vídeo traspasa la pantalla. Incluso le hacen sumergirse literalmente dentro de la televisión, en uno de los momentos más icónicos de la película, cuando la pantalla de la TV muestra los labios de la subyugante cantante Debbie Harry (coprotagonista del filme) y el cristal se comba y se hincha, absorbiendo a Woods.

No menos icónico es el momento en que la cinta de vídeo que contiene el material es tragada por el abdomen de Woods mientras este reposa en el sofá. Un momento casi lynchiano pero que da buena cuenta de la mezcla de fantasía, onirismo y terror que adornan este filme de Cronenberg, convertida en auténtica cinta de culto (no va con segundas) casi desde el momento de su estreno. Ese culto a la transformación de la ‘Nueva Carne’ propuesto por el director canadiense resuena aquí como un eco más de otros de sus títulos, desde La mosca (1986) hasta eXistenZ (1999), donde en lugar de decantarse por el terror físico o el terror psicológico abraza con pasión ambos, sumando la fisicidad y la casquería de uno a la metafísica y el abismo incomprensible del otro. De ahí que la ‘Nueva Carne’ se adapte tanto a los años ochenta, donde surge como a una época actual donde sigue produciendo desasosiego.