El escenario del Auditorio Municipal de Calasparra acogerá este sábado a una fauna muy particular: la que protagoniza el espectáculo Chatungla, de la compañía murciana Teatro Silfo. Hablamos de criaturas únicas, cada una con su historia y su estilo, pero todas con un origen común, pues les une que, sin excepción, nacieron de cacharros olvidados por casa o de materiales desechados y recuperados para otorgarles una nueva y mágica vida. Porque si algo consiguen Sara Sáez y Bárbara Sánchez Vargas –responsables de esta pieza, que mezcla títeres y actrices– es convertir lo ordinario en extraordinario. Hablamos con la primera para conocer un poco mejor este espectáculo a propósito de la función prevista para este fin de semana.

Este fin de semana invitan al público de Calasparra a visitar una jungla muy particular...

¡Sí! Hemos querido construir un espectáculo de marionetas un poco especial, en la que cada una tiene su particularidad; pero no solamente en cuanto a cómo están hechos, sino también a cómo se mueven y su historia dentro del espectáculo.

Una propuesta, Chatungla, con un mensaje de gran calado...

Durante estos días estamos escuchando mucho en las noticias la enorme preocupación que hay a nivel mundial con el cambio climático y el medio ambiente. En este sentido, obras como Chatungla contribuyen en cierta medida a que no desechemos tan a la ligera los trastos viejos que tenemos por casa, a que reciclemos, a que pensemos que igual todos esos cacharros pueden tener una segunda vida.

Por cosas como esta, la obra está dirigida especialmente a un público infantil, pero es perfectamente disfrutable por un adulto. ¿Cómo se busca el equilibrio en una obra familiar de manera que se pueda garantizar el disfrute de grandes y pequeños?

Mira, en Teatro Silfo tenemos un lema desde que comenzamos a hacer teatro para un público familiar, hace ya veinte años: ‘Tratar a los niños como adultos y a los adultos como niños’. Con esa premisa, nuestra idea es acoger a todos y tratarles por igual, independientemente de la edad. Porque hay una tendencia generalizada en el mundo de las artes escénicas y de la cultura en su totalidad que nos lleva a tratar al niño como un ser diferente, minimizando incluso su escucha. Nosotros, con esta premisa que te comentaba, creo que conseguimos abarcar ese amplio rango de edades, y que todos se vean reflejados en el espectáculo. Y, por ello, cada persona que venga a ver Chatungla este sábado va a quedarse con algo (bien de la propuesta, de la música o de la puesta en escena): el niño se quedará con la imagen, con la puesta en escena, mientras que el adulto se quedará con el mensaje.

Una cuestión que, sin duda, abrirá un debate en el seno de la familia que acuda al espectáculo.

Eso es. Creemos que es fundamental que el teatro sirva como vehículo para la enseñanza y el enriquecimiento personal. El teatro te da una enseñanza de vida.

En esta obra comparte escenario con Bárbara Sánchez Vargas. ¿Qué tal está siendo trabajar con ella?

A Bárbara la descubrimos con La luna en el jardín, nuestro anterior montaje, y contar con ella fue entonces, y ha sido ahora, todo un acierto... Es que es una compañera con la que realmente existe una sintonía total. Y eso que no fue fácil al principio: nosotros –Fabrizio Azara [responsable de la dirección, escenografía y construcción de la marionetas] y yo– somos una compañía familiar y que alguien externo entrara en Teatro Silfo para participar en nuestra forma de trabajar y crear era algo delicado..., pero, desde el principio, lo nuestro con Bárbara ha sido un amor mutuo, y espero seguir trabajando con ella durante mucho tiempo.

¿Cómo es ese proceso creativo? ¿Cómo se pone en marcha un espectáculo de marionetas?

Es una pregunta difícil de contestar, porque todo depende del punto de partida. A veces partimos de un texto, como nos sucedió con El Principito –a raíz del libreto desarrollamos la propuesta escénica–, pero, en este caso, fue más bien al contrario. Porque Chatungla realmente parte de las marionetas que construyó Fabrizio y que ya nos ofrecían, de base, una cierta poética; y es a raíz de eso que hemos creado todo lo demás. Al final, siempre depende de cómo nos viene la inspiración y de lo que queremos transmitir.

En concreto, Chatungla nació durante el confinamiento.

Sí. Fue ahí cuando Fabrizio se puso a crear las marionetas. Pero también hemos recuperado algunas de trabajos anteriores, porque estaban ya vivas y no queríamos que desaparecieran.

El año que viene se cumplen veinte años de la fundación de Teatro Silfo en 2002. ¿Cómo fueron los inicios y qué les motivó a trabajar con marionetas?

Nuestros inicios fueron curiosos... Yo no vengo del teatro para la infancia; lo descubrí gracias a Fabrizio, que venía de Italia y, en concreto, de Milán, donde había trabajado en un teatro especialmente centrado en el público más joven. Él tenía muy claro que el teatro para niños también era una forma de acercarse didácticamente a ellos y decidimos seguir ese camino.

Nuestro primer trabajo fue El caracol aventurero, y ya entonces tuvimos claro que queríamos trabajar con objetos. Ahí empezamos una búsqueda constante de objetos, chatarra y materiales que pudiéramos transformar en algo más. Y lo cierto es que nuestra forma de hacer teatro tuvo muy buena acogida desde aquel debut tanto por parte del público escolar como familiar, por lo que eso nos animó a seguir investigando esta línea de actuación y la poética de los objetos.

Por cierto, después de una buena temporada sin representaciones por culpa de la pandemia, ¿qué tal está yendo la vuelta a los escenarios?

Pues está siendo emocionante porque es ahora cuando nos damos cuenta de las ganas enormes que teníamos de volver a los escenarios, y también de la necesidad que tiene el público de consumir teatro. Te das cuenta de que tu trabajo es necesario para la sociedad, y eso es realmente bonito. Además, el público es muy respetuoso con todas las medidas sanitarias que tenemos en los teatros, por lo que estamos muy contentos.