Aarön Sáez, teclista de Varry Brava, debuta en la literatura con Videoclub (2021), su primera novela, que ve la luz de la mano de la editorial murciana La Fea Burguesía. Se trata de una novela corta sobre la nostalgia, sobre una generación a caballo entre lo analógico y lo digital que busca su sitio. A través de la ‘loca idea’ de montar un videoclub en pleno siglo XXI, este libro cuenta cómo intentamos superar nuestra infancia, y cómo algunas personas no quieren abandonarla jamás. Hay algo de peterpanismo, de costumbrismo generacional, pero también humor y ciencia ficción de andar por casa. Es una novela de obsesiones y aventuras. 

Sáez (Orihuela, 1984), editó tres discos en solitario antes de crear junto a otros compañeros bandas como Varry Brava, Piyama y Dúo Orquesta Regalizes. Reparte además su tiempo entre composiciones para otros artistas, la presentación de un podcast musical (Bananas en Piyama) y la realización de artículos para distintas publicaciones. De todo ello hablamos con él.

¿Qué ha inspirado la novela? ¿Quiénes son los personajes principales?

La novela la inspira mi gente, mis amigos, mi generación, unos pobres niños que fueron muy felices en los ochenta y los noventa en un mundo analógico, consumista y divertido, y que se enfrentan a una edad adulta digital, intangible, y menos atractiva de lo que creían. De ahí que mi personaje principal decida que quiere vivir como en 1994 y montar un videoclub. La historia parte de ahí, y de cómo ese personaje intenta conseguir la financiación para levantar el negocio, y cómo los amigos y gente de alrededor intentan derribar o apoyar su sueño. 

¿Por qué Videoclub?

El videoclub es un sitio que simboliza muy bien toda esa época y, sobre todo, su destrucción. Es el sitio en el que éramos felices, y que el paso del tiempo y la lógica del mercado se ha encargado de destruir para siempre.

¿La idea de Videoclub explotó durante el confinamiento, durante esta situación de pandemia y toque de queda?

Realmente durante la pandemia lo que ha aparecido es la idea de terminar las historias y enviarlas a concursos y editoriales. Esta historia es otra de tantas que me vienen acompañando desde hace tiempo.

¿Qué has querido contar en esta primera novela?

La idea central es cómo nos influye esa nostalgia y las dudas que nos crea el mundo actual. Nos es más fácil refugiarnos en el pasado y en el fetiche de nuestra cultura pop de los ochenta y los noventa que seguir adelante en un mundo con pocas oportunidades y sin el calor de lo analógico. La novela habla de esas dudas a través del personaje principal, que elige la loca salida hacia adelante, buscando regresar como sea a esas sensaciones.

¿Cómo te sentiste al enfrentarte a la página en blanco? ¿Lo pasaste mal o te sirvió de evasión?

Nunca he sentido ese miedo, porque siempre he tenido muchas páginas llenas de cosas en mi libreta. Siempre he escrito mucho, casi a diario, y el miedo o los nervios vienen más bien a la hora de cerrar una historia, de cuadrarla y darle el visto bueno definitivo.

¿Cuando escribías la novela sonaban canciones en tu cabeza?

En mi cabeza suelen sonar canciones siempre, pero lo que realmente había era mucha televisión. Muchas referencias de las series y programas de mi infancia y adolescencia sobrevuelan el texto, pero tampoco quería convertir la historia en una lista interminable de referencias que no fuera a entender todo el mundo. He echado bastante el freno para que la novela se entendiera más allá de las referencias.

«Estamos todo el día con la cantinela de que nuestros padres vivieron mejor que nosotros. Algo no ha funcionado como se esperaba»

¿Cómo te sientes en tu acercamiento a la literatura? ¿Qué hay de ti en los personajes creados?

Mi acercamiento a la literatura era una cosa muy pequeña y muy personal, y de repente se ha transformado en algo que estoy disfrutando mucho. Hace unos meses comencé un curso de narrativa con gente tan gigante para mí como Leo Cano, Miguel Ángel Hernández y Ginés Sánchez, y encima tengo la suerte inmensa de tener unos compañeros talentosísimos, y hemos hecho un grupo muy especial. Así que mi acercamiento a la literatura ha sido de estar solito en casa a tener muchos amigos y maestros. Una gozada. Supongo que de mí hay en todo lo que escribo y compongo. Siempre están por debajo las dudas y las historias de cada uno.

¿Por qué escribes? ¿Te ha servido para poner en orden los recuerdos?

Escribo porque componer y escribir es lo que me hace más feliz; no el resultado ni la repercusión. Lo que me hace feliz es crear, el momento exacto en el que estoy escribiendo o componiendo es el momento feliz al que estoy enganchado desde siempre.

El título de Videoclub evoca la nostalgia de un tiempo pasado, los ochenta, que fueron los años en los que viniste al mundo. Decidir montar un videoclub en pleno siglo XXI cuando las cintas de VHS han desaparecido para dar paso a algo intangible como ‘lo digital’ ¿es una actitud quijotesca? ¿Contra qué molinos lucha Aarön en esta novela?

Es quijotesca, sí. Nunca lo había pensado, pero me parece bonito verlo así. Yo adoro al personaje que he escrito porque comparto sus amores, pero me toca intentar durante todo el libro desmontar esa idea loca que tiene en la cabeza y traerlo de vuelta al mundo real, explicarle cómo es el siglo XXI. Esa ha sido un poco mi sensación mientras escribía. Yo quería que el personaje aprendiera algo, llegara a algún sitio..., pero él quería huir y ver dibujos. Ha sido muy divertido sentir en las manos algo vivo mientras tecleaba esta historia.

¿Qué otras cosas, aparte de los videoclubs, se han perdido para ti? ¿Se puede extraer del libro una reflexión o una crítica ?

No es en ningún caso una crítica sobre la actualidad. Tenemos la actualidad que tenemos y usamos la tecnología como la usamos. Es un poco raro para mí que esa tecnología actual vaya más dirigida a streamear y a analizar contenidos pasados que a la creación en sí, y ahí tal vez es donde hemos perdido un poco. Tal vez el fin de siglo era un sitio en el que brillaba más la creatividad y las nuevas ideas, y ahora estamos más interesados en sentarnos a mirarlas y refreírlas. O a lo mejor es que la cultura ya se ha acabado, y ahora solo nos queda hablar de ella, una vez muerta. A lo mejor es que ya se han hecho todas las artes y no queremos admitirlo.

¿Salva más la escritura o la música? ¿Hay más preguntas que certezas en esta novela?

Dice Zambra que no entiende cómo alguien puede escribir para decir que está seguro de algo. Se escribe porque se tienen dudas, porque uno no sabe a dónde va, porque se tiene miedo, y preguntas. Con certezas no se escriben libros. Y a mí me gustan mucho las cosas que dice Zambra, y estoy muy de acuerdo con esta.

¿Qué te ha empujado a dar el salto a la novela? ¿Hay alguna obra que te marcara el camino?

Comencé a mandar algunos manuscritos a editoriales que me habían recomendado buenos amigos, y mi única idea era que si le gustaba a alguien editaría algo, y si no, pues seguiría llenando de historias mi carpeta de Drive muy tranquilamente. He tenido suerte, como casi siempre.

¿Y qué puede aportar la creación en un momento como el que vivimos?

A lo mejor nada, Ángel. A lo mejor estamos empeñados en crear y ya no hace falta. A lo mejor el cine, la tele, la música y las artes plásticas ya no tienen nada que ofrecernos y han llegado a su límite, igual ya se han contado todas las historias de una manera más o menos similar varias veces, y en sonidos y estética estamos igual de completos. A lo mejor el problema es que la gente prefiere jugar videojuegos y contarlo en Twitch porque es más divertido, y la creación como tal ya no aporta nada. A lo mejor los creadores de ahora son los que hacen videojuegos y filtros de Instagram, pero nosotros no somos capaces de verlo todavía. Es posible.

¿Qué piensan de tu novela tus compañeros de Varry Brava?

Solo puedo decir la verdad: aún no la han leído.

«La televisión ha arrinconado a la música, ha arrinconado a los programas familiares y se va a arrinconar a ella misma para siempre»

Le has puesto a los personajes los nombres de tus propios amigos. ¿Hay alguna vinculación con Varry?

Les he puesto el nombre de mis amigos a los personajes porque me era muy sencillo a la hora de articular los diálogos y conversaciones tener claro en la mente quién decía cada cosa. Además, con ellos siempre he hablado sobre estos temas, y me era muy sencillo tenerlos dando vueltas alrededor del personaje principal a modo de corifeo griego que va poniendo los puntos sobre las íes, planteando dudas, enfrentando al personaje con el mundo real...

Esos años que describes en la novela eran bastante idílicos, pero parece que se han complicado en la actualidad. ¿Por eso echamos la vista hacia nuestro pasado?

La mayoría de gente de mi generación ha tenido buenas infancias en una época económicamente buena y de progreso. Y ahora estamos con la cantinela de que nuestros padres vivieron mejor que nosotros. Obviamente algo no ha funcionado como se esperaba.

Hay recuerdos que están en la memoria de todos los que han vivido una época. ¿Cuáles son los que te han permanecido adheridos y has plasmado en la novela?

Creo que la cultura. Creo que lo que llamábamos ‘entretenimiento’, ‘cultura’, como lo quieras nombrar; es lo que más recuerdo. Ir con mis padres a comprar los fines de semana y que al carro se echaran discos, alquilar y ver películas en casa todos los días en familia, reírnos de las series entre amigos por la mañana en el colegio, ir a ver juegos al videoclub, ir al cine..., no sé, mi infancia y la de mis amigos está imbricada con el entretenimiento y la cultura, y sobre todo con compartirla y hacernos partícipes de las cosas que veíamos y escuchábamos.

Ya no son los años ochenta, a la música se la ha arrinconado de la televisión. En Varry Brava también os manifestáis en favor de lo retro. ¿Sois parte de la generación perdida?

La televisión ha arrinconado a la música, ha arrinconado a los programas familiares y se va a arrinconar a ella misma para siempre. Es una pena, pero solo quedan rentables cuatro programas, e Internet se los va a acabar merendando en breve.

¿Qué es más complicado, tres minutos de una canción o escribir trescientas páginas?

Escribir es como jugar al ajedrez, y hacer canciones es como boxear. Escribir es tener una historia larga, saber que la partida no acaba enseguida, planear, montar, tener ideas, desecharlas, hacer sacrificios para mejorar la situación... Una canción es un asalto: sales, pones toda la carne en el asador, tiras las frases y el estribillo y esperas haber tumbado al otro en la primera escucha, y que no te partan la cara...

Una parte importante para un grupo son los conciertos. ¿Está siendo una etapa complicada?

Está siendo una mierda. Pero volveremos, y aunque sea una mierda, esto nos ha hecho volver a valorar cosas que parecía que ya no eran mágicas por el hecho de ser repetidas. Nos ha bajado a todos un poco a la tierra. Ojalá podamos quedarnos con eso, y esta sea una oportunidad de disfrutar mucho más a partir de ahora cada cosa que nos pase.

Acabáis de publicar Loco, grabado en directo en La Riviera. ¿Es un single individual, o avanza un disco en directo? ¿Era la que mejor sonaba, o tenía algún significado especial? ¿Qué sigue estos próximos meses con Varry Brava?

Se juntaban varias cosas: el aniversario de la salida de Loco, nuestra última actuación en La Riviera (que es una sala con la que tenemos especial conexión), que de cara a la pandemia quisiéramos volver a promocionar un poco Hortera... Nos apetecía celebrar todo eso con ese single en directo tan emocionante.

¿Qué se siente al decir «mis lectores»?

Yo no digo eso. ¡Madre mía! Hay palabras que me quedan muy grandes y no me caben en la boca.