¿Saben ustedes de esos trastos que sobreviven mudanza tras mudanza por culpa -la mayoría de veces- de un autoimpuesto ‘valor sentimental’? Sí: esos objetos que por llevar años en casa, conservados generación tras generación, han cobrado un valor emocional que les sirve para agarrarse a la vida, a otras vidas; esos que muchos considerarían ‘basura’ pero cuyo cuidado responde más a la categoría de tesoro. Las preguntas surgen solas: ¿por qué? ¿Por qué le conferimos ese aura casi mística? ¿Por qué no podemos deshacernos de ellos sin más? ¿Por qué creemos que son algo más que objetos? Cuestiones como estas son las que se planteó Ana Martínez (Murcia, 1975) cuando se encontró ante un buen puñado de estas reliquias heredadas; y estas cuestiones la llevaron a emprender una investigación sobre la memoria y el tiempo. El resultado, Naves de Mnemósine, es una colección de dibujos que exhibe estos días en la galería Art Nueve y que suponen un viaje al futuro por medio del pasado. O algo así. Mejor que lo explique ella.

Dice que explora el pasado para afrontar el presente y el futuro. ¿Qué ha encontrado al mirar atrás?

Añadiría aquí que también para afrontarlo desde la comprensión y la consciencia. Al mirar atrás a través de los objetos heredados he descubierto historias nuevas de mis antepasados, y me he reencontrado con otras que, si bien ya conocía, he podido mirar desde otra perspectiva. He descubierto que el pasado no es algo estanco y que puedo revisitarlo de muchas formas. 

Muchos artistas usan el arte para reconciliarse con su pasado. ¿Es su caso?

Bueno, la idea central de este proyecto parte, en un principio, de la necesidad de saber qué pasa con el apego a ciertos objetos. En poco tiempo heredé muchos objetos que pertenecieron a mi familia y de los que no podía desprenderme sin más; pero, a la vez, sentía que debía hacerlo porque pensaba suponían una carga... Entonces decidí cuestionar ese ideal [el de que eran un lastre del que debía deshacerse], que no se correspondía con mi necesidad en aquel momento, y decidí hacer zoom e indagar en mi relación con esos objetos. Y el resultado ha sido tener la posibilidad de visitar el pasado desde múltiples ópticas. Lo que en un principio iba a ser un ejercicio de desapego terminó siendo un descubrimiento de todo lo que supone el acto de recordar y de su poder transformador. También es un cuestionamiento de nuestro presente en la era digital con soportes de memoria tan efímeros y cambiantes, así como de nuestra relación con la memoria. En mi obra utilizo mi experiencia personal para hablar de algo más colectivo y universal.  

Se nota en las obras un diálogo entre su ‘yo’ artista, ‘profesional’, y su ‘yo’ infantil. ¿Cuándo y cómo se dio cuenta de que en esta vuelta al pasado residía un caudal poético tan potente?

Como decía, esta serie de obras que componen Naves de Mnemósine parten de una necesidad muy concreta que surge al tener que hacerme cargo de muchos objetos acumulados por mi familia. Comencé haciendo unas composiciones más abstractas utilizando los estampados de algunos de esos objetos y tejidos y después surgió -a modo de impulso inconsciente- el deseo de construir naves con esos objetos y, como en un acto psicomágico, enviarlas al futuro. Enviarlas al futuro para salvar sus historias. Lo poético fue surgiendo de una manera natural, a la vez que yo seguía ese impulso de crear naves con objetos. Poco a poco, mirar al pasado se convirtió en una manera de mirar también el presente. 

¿Qué hace especiales a los objetivos que vehiculan la exposición?

 En esta exposición abordo muchos temas. Por un lado, el de la memoria como herramienta para entender el pasado y el de la necesidad de toda sociedad de saber cuál es su historia, ya que una sociedad sin memoria es totalmente manipulable. Por otro lado, hablo del objeto como anclaje espacial al presente y como vehículo para visitar el pasado, de cómo a través del objeto se puede activar la transmisión oral, de cómo el presente crea futuro... Y podría seguir y seguir: todavía, después de realizar las obras, me siguen apareciendo temas que están contenidos en estas naves....

¿Cómo ha sido el proceso desde que visita en su memoria estos objetos, supongo que relacionados con momentos concretos de su infancia, hasta que los plasma en los cuadros?

Bueno, algunos objetos tienen conexión con mi infancia y otros con momentos anteriores a mi existencia...El proceso ha sido complejo hasta llegar a las piezas que están expuestas en Art Nueve. Fueron surgiendo diferentes formas de representación: empecé siendo menos explícita, hasta que surgió la idea de jugar con los objetos y ver qué sucedía. No he intentado saber exactamente qué historias había en ellos, sino, más bien, el efecto que en mí causaban; y dejar que todo sucediera de una manera un poco ‘mágica’ me llevó a la idea de construir naves. Ahí empecé a construir, apilando y uniendo objetos hasta que aparecía alguna composición que para mi se asemejara a una nave o sonda espacial. Entonces, los fotografiaba para después retratarlos sobre el papel, a modo de archivo, y siguiendo una estética que recreara como si fuera una ilustración de una enciclopedia antigua. 

Se supone que ocultamos ciertos traumas de la infancia y aprendemos a vivir obviándolos. ¿Se ha encontrado con alguno al mirar atrás?

No exactamente traumas... Lo que sí que he encontrado en el proceso son maneras de sanar a través de la creación. Por ejemplo, me di cuenta de que mi madre, mi padre y mi hermana no habían estado nunca en una exposición mía, y trayendo esos objetos a mi obra de alguna manera los hago presentes, a la vez que vinculo mi pasado a mi presente: el arte. Cada una de las naves representadas en este proyecto está compuesta por objetos que pertenecieron a distintas personas de mi familia, y al mezclarlos estoy uniendo historias y también inventando nuevos relatos. Pero mi mirada esta vez ha nacido más bien de la celebración y el agradecimiento, ya que gracias a muchas de esas historias estoy aquí.

Los objetos que inspiran la obra serían, sin este ejercicio que hace usted a partir de los recuerdos que le suscitan, basura. ¿Hay algo de homenaje, en ese sentido?

En parte sí. Hay algo de homenaje a las historias que contienen; son algo así como tótems. Los objetos aparecen  aquí como herramientas de resistencia y activadores del pasado y del presente. A mí me han supuesto un vehículo con el que poder viajar a las raíces y también con el que poder cuestionar el presente. 

Un día, en el estudio, se me ocurrió la idea de jugar a ser arqueóloga del futuro y elegir los objetos que cumplirían en un futuro la misma función que los objetos que yo había heredado, y me dispuse a elegir yo los objetos que a mi hijo o a generaciones futuras les sirvieran para conectarse con su pasado, y mi sorpresa fue darme cuenta de que estaba rodeada de objetos de muy poca durabilidad, de la obsolescencia programada. Esto todavía cobró más fuerza la idea de que esos objetos guardados durante generaciones, portadores de memoria, no podían convertirse en basura. 

Se nota en el conjunto de la muestra una voluntad por trazar una continuidad entre de dónde venimos y adónde vamos, algo que en pleno 2021 parece que cuesta más que en otras épocas.

Bueno, esa continuidad es inevitable. No sé si cuesta más en este 2021 que nos ha tocado vivir, pero lo que sí que veo es la necesidad, más que nunca, de trazar esa continuidad. La naturaleza nos lo está poniendo bien en frente. Y si miramos de dónde venimos, el camino para avanzar se verá claro, creo yo. 

En toda esta búsqueda que ha supuesto este proyecto descubrí al ensayista alemán Andreas Huyssen; y, en concreto, el libro En busca del futuro perdido (2001), que me ayudó a entender ese impulso de mirar al pasado. Según Huyssen, asistimos a un proceso de extrema aceleración del tiempo y compresión del espacio, que es una fuente de «profunda angustia», y así se explica la creciente necesidad del recuerdo productivo en la sociedad actual. La memoria nos da perspectiva para poder avanzar.

Dice que la memoria no corresponde únicamente al pasado. ¿A qué se refiere?

Desde la memoria construimos el pasado y el futuro. Elegimos qué y cómo recordar y olvidar, y éstas decisiones establecen nuestra capacidad para pensar y construir un futuro. 

En la exposición hay un juego de tiempos pasado-presente-futuro que están representados en las combinaciones de objetos del pasado convertidos en naves o sondas espaciales para ser lanzadas al futuro. El presente sería la realización del archivo de esas naves. En realidad, se trata de un envío de memoria al futuro. En vez de sólo recordar, lo que hago es lanzar esos recuerdos al futuro, para visibilizar ese vínculo entre la memoria y el futuro. 

Hay también algo político en el acto de recordar. La memoria sucede en el presente, acude al pasado y condiciona el futuro. 

¿Ha encontrado melancolía en el proceso? Artistas como Paco Ñíguez dicen que no hay arte sin melancolía, que vendría a ser «un sentimiento generador y activo».

Supongo que en cierto modo sí, pero la melancolía implica tristeza y ese estado no ha aparecido en ningún momento en mi proceso. Me he encontrado más con el placer de jugar, de reformular, de transformar..., de poder validar el pasado en el presente. También ha aparecido el humor, y ha sido una sorpresa absoluta para mí. Este proyecto habla de la memoria como una fuente de saber que orienta y activa las acciones del presente. En ningún caso miro al pasado como algo inmóvil o perdido, sino como algo con capacidad de activar y generar acciones presentes y futuras.