«Freno la luz, con mi cuerpo en este caso, y cuando la luz se apaga, ocurre esto», dice Lidó Rico mientras se interpone entre el foco y una composición fotoluminiscente. La huella de su mano izquierda impregna parte de la superficie de una de las figuras, que se retuercen en un gesto de dolor y gritan con su cuerpo, con sus manos y sus bocas, mientras permanecen con los ojos cerrados, rasgos característicos en las obras del escultor. Donde ha colocado la mano no ha penetrado la luz y aparece una huella sombreada. Nuestra retina observa el resto del conjunto luminiscente en total oscuridad. Pasados unos segundos, la luz nos devuelve a la realidad del espacio. Este tipo de obra, trabajada sobre plano en otras ocasiones y desarrollada ahora a través del cuerpo, forma parte del conjunto de piezas de la exposición Tu vuelo, mis alas, que el yeclano exhibe en la Sala Verónicas de Murcia hasta el 18 de abril. El título es toda «una declaración de intenciones: se refiere al vuelo del espectador, a quien necesito para que mi obra tenga sentido», explica el artista; una invitación a viajar como metáfora del pensamiento propio, de una introspección necesaria.

Este viaje es una alusión poética, como escribe Mieke Bal en el texto realizado con motivo de la muestra: «El vuelo bajo sus alas [las del escultor] es un diálogo, una conversación intelectual-artística», en la que «todas las piezas nos hablan y nos obligan a responder», sostiene. La exposición se presenta como experiencia, «un regalo que podemos llevarnos a casa y atesorar de por vida: atrévete a dudar –señala Bal– a reconocer tu ignorancia, y saldrás del espacio, del acontecimiento, de la experiencia, como otra persona».

También existe en ella la sorpresa, porque las piezas aúnan infinidad de mensajes «que el espectador tiene que ir averiguando, descubriendo, porque sin sorpresa el arte no tiene sentido. Sin el espectador el arte deja de existir; su presencia es fundamental para cerrar el círculo», apunta Lidó Rico. «Mientras trabajo, la emoción de encontrar algo va generando otra sensación; creo que el encuentro con lo inesperado debe ser un ingrediente fundamental», añade el artista, para quien «la exposición es una historia desde donde se ramifican muchas otras. Por ejemplo –señala–, cómo la religión se podría considerar la abstracción más sublime inventada por el hombre. El problema es cuando la supeditación que lleva implícita perjudica a la evolución personal y, en consecuencia, social, trascendiendo como negocio. No hay que consentir que monopolicen nuestra existencia ni que nadie ni nada piense por nosotros», sostiene.

¿Es usted creyente?

Por supuesto que lo soy, creo en el hombre y en su capacidad de cambiar actitudes para mejorar las cosas. El propio hombre es un auténtico milagro de la naturaleza, el problema es de la enfermiza sociedad que lo rodea por cortar de raíz ese concepto de su vida, sustituyéndolo por otros como el miedo, que siempre es mucho más rentable. Pero si hablamos de creer, por encima de todo, creo en el arte y en su poder transformador y amplificador de vida.

Identidad, pánico, agenciamiento o histeria son temas que Mieke Bal ha conectado con su obra. ¿Qué le ha brindado el espacio de la Sala Verónicas para desarrollar tales conceptos?

He tenido que obviar el espacio. Me he planteado la exposición como una especie de gran libro donde hubiera un prólogo, que es mi cuerpo, y a partir de ahí, comenzar a abrir paredes a modo de páginas, para que, al final, de lo único que se tuviera que encargar el espacio fuera de encuadernar todo el conjunto. El espacio es descomunalmente grande y maravilloso, pero cuando tienes cosas que decir, la sala no puede vehicular un discurso, ni mucho menos coartarlo.

Sabía que algunas piezas debían tener un formato importante, como El soplador, el retablo Nocturno de apalancados o los Achicadores de cielos, que, inicialmente, eran un simple concepto que no visualicé hasta que las piezas quedaron montadas en la sala.

Aunque cada una de estas piezas posea un significado en sí misma, ¿todas dialogan?

Exacto. En ningún momento buscaba una visión panorámica o de conjunto dentro de la exposición. Prefería ir abriendo página a página, y, al final, consigues que todo tenga sentido, porque el punto de partida y llegada siempre es mi propio cuerpo. Asumo ser barroco en algunas de mis obras, pero el hombre no es más que una suma de estratificación de pasados, por eso el reduccionismo es menos habitual dentro de mi producción artística. También podemos ver la pieza Autorretrato soñando Gigantes, que va en una línea donde la sombra es tan importante o más que la materia.

Lo más importante es no tener claro qué camino voy a seguir en la siguiente obra, porque el detonante quizá sea la cosa más inesperada. Esta cuestión es algo que me activa y me da todo el aire que necesito. Al final, el arte está marcado por comportamientos y cada uno tiene una forma de trabajar, y la mía es tener al hombre como puerta de entrada y de salida.

Sísifo es una obra en la que «treinta y seis manos sujetan, aprietan o aplastan un ángel desmembrado». Mieke Bal explica cómo el mítico Sísifo fue condenado a empujar, montaña arriba, una piedra como castigo a sus fechorías. Sin embargo, nunca consigue llegar hasta la cima.

Es una pieza donde se averigua la concepción que tengo sobre el arte, porque cualquier pieza artística debe ser ese espejo donde mirarte y desde donde aprender. En este caso, Sísifo habla de ángeles ciegos que intentan ver su reflejo en el espejo, habla de imposibilidades, pero también de esperanza, de la perseverancia como triunfo. En definitiva, lo que nos cuesta es modificar comportamientos aprendidos. Tengo la certeza de que muchas de las personas que visiten la exposición van a buscar su reflejo en esos pequeños espejos y en ese instante es donde empieza el diálogo, el juego y la emoción.

¿Habla de frustración?

Hablo de evidencias. El hombre nace para aprender, pero ese conocimiento siempre acaba sesgado y condicionado por infinitud de factores. El problema es esa falsa sensación de deidad que tenemos al pensar que lo sabemos y controlamos todo; es la dichosa arrogancia incontrolable que se nos pega en la piel con el paso de los años. Siempre he pensado que crecer, en muchas ocasiones, no supone una forma de avanzar o de desarrollo, sino una lenta y dramática forma de morir.

¿Es el motivo de la ausencia de color en sus obras?

El no color me ayuda a no caer en la anécdota y a desnudar conceptos. Pero en Achicadores de cielos el color está buscado premeditadamente para encontrar esa inmensidad que supera a la materia; por ejemplo, la visión que tenemos del mar es una ilusión, porque es cambiante y jamás podremos verlo en su inmensidad, menos todavía en un solo golpe de vista. En esta obra puedes ver el mar, las olas y cómo la marea fluctúa entre los ángeles, la tonalidad de zonas más y menos profundas y cómo el sol tinta el agua que abraza cada una de las piezas.

En Los idiotas, ¿refleja los estados de ánimo de la sociedad?

La sociedad actual está completamente agujereada y rota. Ese vacío y falsa apariencia de conocimiento, que subyace de un constante bombardeo de información, merma nuestra capacidad de autenticidad y decisión. El contexto en que vivimos hace que nuestra piel más genuina desaparezca y eso se refleja en esta pieza; se refiere a estímulos completamente inútiles que te llenan y, aunque no te lleven a ninguna parte, se comparten como si de algo divino se tratara. El hombre tiene el deber de sumar y aportar.

¿Es un alegato que nos mueve a reaccionar?

Absolutamente. El hecho de llevarte a pensar significa que tienes que actuar. Me interesa rescatar ese sentimiento de utilidad del hombre. Pero no pretende ser una obra dogmática, o pensada para provocar sin más, porque lo simple o evidente jamás han tenido lugar en mis parámetros creativos. Por ejemplo, para hablar de política no es necesario nombrarla, porque ese término subyace pegado en cada uno de mis trabajos, solo tienes que pararte y rascar un poquito.

Por otra parte, El soplador plantea soluciones.

Ese soplido te dice lo que hay dentro del hombre: su memoria; porque las personas hemos perdido la capacidad de reconocer cuáles son nuestros cimientos y de qué estamos construidos. Nuestra base es el conocimiento, y para conocer hay que saber amar, pero esta cuestión se difumina con el paso del tiempo como algo abstracto y ajeno. La desafección es un mal endémico del hombre contemporáneo. Cuando observas esta obra averiguas la presencia de cariátides griegas, cráneos, alas, piezas de puzzle, efigies egipcias, nubes barrocas; todo el conjunto es un soplo cercano al vómito lleno de pasado y miedo.

El hilo narrativo de la exposición conecta y sumerge al espectador en un inquietante universo lleno de referencias al presente ¿Cómo trabaja este concepto?

No concibo una obra que no esté realizada por y para el presente. No tengo otra forma de hacerlo. Mi mecánica de trabajo actúa de esa forma. Son los estímulos del contexto en el que vivo los que generan la certeza, y de ahí la fragilidad de la propia creación. Si nos vamos al presente, una de las piezas que evidencia este concepto de manera más notable es la titulada Nocturno de Apalancados.

Lidó Rico comenzó a trabajar en Nocturno de apalancados antes de la pandemia y de inaugurar una exposición en México. Sabía que se llamaría así; también que quería un formato similar al que tienen las ventanas y, al regresar de su viaje, se encontró con el confinamiento. Retomó su trabajo en el momento más crítico de la pandemia. «Nadie podía salir, mi hermano estaba en la UCI y tenía que atender a varios familiares». En ese momento tan extremo y dramático, explica, surgió la necesidad de «expulsar toda esa incomprensión que todos compartíamos: ahí te das cuenta de cómo muchos valores, y formas de entender tu existencia, saltan en pedazos», afirma.

Lo más llamativo de esta obra es la ausencia de herramientas para su elaboración. El artista ha prescindido de elementos como pinceles u otros materiales para crear un conjunto en «acrílico negro sobre madera de haya, donde la veta habla: sobre la madera rozas tu piel, codos, manos, dedos y, en cuestión de segundos, te das cuenta de que todo lo que hay dentro de ti, surge. Es un diálogo literal y sin intermediarios que viaja del alma a la piel hasta llegar al soporte», constata.

¿Es la oscuridad que sentía ante esta situación?

Absolutamente. No es que carezcas de luz, es que no había luz para nadie. Todavía es un tema que aturde y desespera y este contexto que vivimos nos ha hecho enfrentarnos a nosotros mismos. Así surgió este gran retablo de la incomprensión y la soledad, donde personas retorcidas miran desde esos balcones sin saber hacia dónde y sin entender el porqué de su situación. El único aspecto positivo de la pandemia ha sido encontrarnos con nuestro auténtico yo. Esta obra es una especie de oscuro gran retablo donde se universaliza y refleja la infinidad de estados de ánimo experimentados. Cuando vi la obra montada en su totalidad, la primera sensación que tuve es que no necesitamos guerras, ni que caigan bombas, para pintar un nuevo Guernica, porque estamos viviendo dentro de él.

Los personajes que nos miran son huidizos. ¿Son los diferentes perfiles de las personas ante la pandemia? ¿Se encuentran reflejados los sentimientos del artista?

Muy pocos te miran de frente porque, realmente, cada uno de ellos tiene un problema, un cuestionamiento vital. Otros, en su angustia te miran casi con descaro. Cada uno de ellos supone un viaje introspectivo. Narra lo que ha vivido y sufrido ese personaje y se refleja en su rostro. Por supuesto, también están mis sentimientos.

Reflejan soledad.

Es el gran retablo de la soledad del hombre contemporáneo, sí. Austeridad de medios para su elaboración (acrílico, agua, madera y piel); soledad del contexto en el que fue elaborado, la soledad de la locura del individuo buscando su lugar en un mundo que ha sido de un codazo de su órbita hasta llegar a perderse en el caos más absoluto.

¿La exposición sigue un hilo conductor con respecto a las anteriores?

Me da la impresión de estar andando sobre una misma línea desde que empecé, hace más de treinta años. Aunque, evidentemente, como en la vida de cualquier persona, existe una evolución, madurez, unos cambios..., llámalo como quieras. Intentar ser cada vez más certero siempre ha sido mi compromiso, a la vez que supone una dificultad añadida.

Veo una preocupación por el ser humano, desprotegido ante ciertas situaciones. ¿También ante el destino?

En cierto modo, el hombre es una construcción cuyos cimientos son pura y dura fragilidad. En ocasiones, la fortaleza de muchas personas no es más que una coraza de cartón piedra construida de miedo y piedras, de humo y lastres.

¿Cuál es, en definitiva, su intención?

Recuperar la conciencia de las personas, que es, en conclusión, aquello para lo que sirve el arte contemporáneo.