'Diario del año de la peste' quizá sea la historia menos conocida de las que salieron de la pluma de Daniel Defoe. Menos que su universal Robinson Crusoe o Moll Flanders, pero de una altura literaria similar a las anteriores. En él, Defoe hace un relato novelado en el que de manera emotiva, y escalofriante se describen con crudeza los horribles acontecimientos que coincidieron con la epidemia de peste que asoló Londres y sus alrededores entre 1664 y 1666. Una epidemia que dejó mas de 70.000 muertos. viejos camorristas escondidos en sus fortalezas para emitir órdenes y decidir la vida de otros.

Defoe apenas tenía cinco años cuando ocurrió la mortandad pero eso no es obstáculo temporal o imaginario para el escritor que levanta una pieza narrativa muy destacable reconstruyendo de manera precisa lo acontecido en las calles de Londres. Anthony Burgess, en la introducción a la edición que ahora publica Alba Editorial, dice que se trata «de obra de arte muy elaborada, un ardid de la imaginación», dado que Defoe «es uno de los mayores inventores de la narrativa inglesa».

El retrato de la cara mortal de Londres de 1722, por sus concomitancias sociales, ofrece una perspectiva fascinante sobre nuestra crisis actual. La peste bubónica fue, por supuesto, mucho más terrorífica que el coronavirus. Pero en la forma en que se manejó, y el efecto que tuvo en las emociones y el comportamiento de las personas, hay misteriosas similitudes en medio de las diferencias. Defoe las capturó todas.

Rico en detalles, nombrando calles, callejones, cementerios y pubs, narra el caos de la vida cotidiana durante la terrible embestida. Defoe cuenta la historia de la epidemia a través del conteo de muertes por región. Sus descripciones de los que enfermaron y murieron son desgarradoras. Como en nuestros días, muchos desde el principio creían o no podían creer lo que estaba sucediendo. La enfermedad golpeó fuertemente a médicos y enfermeras (como ahora), provocó el acaparamiento y provocó rumores sobre grupos minoritarios (como ahora) a los que se podría culpar. Al igual que ahora, surgieron charlatanes y adivinos para limpiar los bolsillos de personas asustadas y desesperadas. Se aprovecharon de los más vulnerables.

Defoe termina su libro comentando el deleite total que la gente experimentó al verse en la calle compartiendo con familiares y extraños la alegría de estar juntos después de que la plaga había pasado.

Defoe captura el fatalismo pragmático de los londinenses, pero nunca condena su comportamiento, incluso en las circunstancias más abyectas; más aún parece admirar su fortaleza al observar un «coraje brutal».