«Se han esperado de más», lamenta Ángel Pina casi interrumpiéndose a sí mismo. «Hace siete, ocho, nueve o diez años que deberían habérselo dado. Pero bueno, más vale tarde que nunca...», añade el editor, no sin cierta resignación. «Si hubieras conocido a Paco cuando todavía podía ir de allá para acá lo entenderías», explica Antonio Martínez Mengual, reafirmando la postura de su compañero. «Es que ahora está muy limitado -continúa-. Si esto llega a pillarle un poco antes estoy seguro de que hubiera hecho un grandísimo discurso, como el que hizo cuando tomó posesión en la Real Academia de la Lengua Española», asegura el pintor. Ambos hablan, por supuesto, de su «buen amigo» Francisco Brines, de 88 años, que el pasado lunes fue reconocido con el Premio Cervantes, el máximo galardón de las letras en castellano.

La relación común de ambos con el poeta -que además de Cervantes es Adonais, es Reina Sofía y Premio Nacional de Poesía, entre otros muchos galardones- se remonta al año «noventa y tantos». «Nosotros ya nos conocíamos desde hacía mucho tiempo -señala Martínez Mengual en alusión a Pina-, y en alguna ocasión anterior ya habíamos hablado de la posibilidad de hacer algo juntos para su editorial, Ahora», recuerda el pintor murciano, que incluso había participado modestamente en la primera publicación del peculiar proyecto del editor, volcado en enlazar arte y literatura en ediciones de auténtico lujo. «El caso es que un día aparecen Pedro Manzano -el diseñador- y él y comenzamos a hablar de La Odisea, de La Iliada, del mundo clásico... Yo era un enamorado de todo aquello, pero era un concepto demasiado amplio... Fue entonces cuando surge la figura de Paco», apunta el artista. Aquel fue el germen de La iluminada rosa negra (2003), una antología poética con cuarenta poemas del valenciano -cuatro de ellos inéditos- y veinte serigrafías originales de Martínez Mengual.

Normalmente, cuando Pina -ya retirado- centraba el foco sobre un escritor, lo más difícil (una vez contaba con el beneplácito del autor) era encontrar al artista adecuado, murciano a ser posible, para plasmar en el lienzo los textos seleccionados; pero en este caso no es que fuera lo más sencillo, es que casi que fue el propio Martínez Mengual el que condujo la conversación hasta Brines. «Nosotros encantados y Antonio también, claro. Pero es lo que tiene cuando las gente tiene ganas y pasión por lo que hace..., que te juntas y las cosas salen solas. Y, afortunadamente, como ellos se conocían, Antonio le propuso la historia a Paco y a él le encantó la idea; todo fueron facilidades por su parte», asegura el editor.

Y es que, si algo destacan ambos sobre Brines, por encima incluso de su poesía -y hablamos de una voz imprescindible de las letras españolas de éste y el pasado siglo-, es su generosidad, su cercanía y la atención que el valenciano dedicaba a sus «amigos», un grupo selecto del que Pina y Martínez Mengual -así como otros ilustres de la Región como David Pujante o Eloy Sánchez Rosillo- pueden decir orgullosos que forman parte; especialmente, éste último. Y es que, si bien Pina conoció a Brines a raíz de la citada publicación, Martínez Mengual tuvo su primer contacto con el poeta «en el 88 o el 89», cuando tuvo que tirar de amistades para conseguir su número de teléfono y así poder pedirle permiso para presentar en el Almudí la exposición El otoño de las Rosas.

«A mediados de los ochenta yo trabajaba en la obra cultural de la Fundación Cajamurcia, y un día un compañero me dijo: ‘Mira, Antonio, me acabo de leer este libro y te he comprado uno para ti’. Era, efectivamente, El otoño de las rosas (Francisco Brines, 1986), y me gustó muchísimo... Poemas muy personales, muy auténticos... Y empecé a trabajar sobre ello, a pintar las imágenes que me sugería su lectura. Naturaleza, paisajes, alguna figura... Estuve un año o así -recuerda Martínez Mengual-, y, cuando terminé, quise exponer algunas de estas obras, pero lo primero que debía hacer, antes de buscar un sitio y demás, era hablar con este hombre para ver si no tenía inconveniente en que hiciera tal cosa». Y Brines no solo le dio su beneplácito, sino que puso interés en conocer personalmente al pintor. «Y lo que son las cosas, yo tenía que ir a Madrid -entonces Brines vivía en la capital- y entendimos que el mejor sitio para vernos era en una antológica de Ramón Gaya que tanto él como yo queríamos ver. Aquello fue magnífico: nos saludamos, vimos juntos la exposición y después nos fuimos a comer. Quería saber qué tipo de trabajo estaba realizando, qué interpretación le había dado a sus poemas... Al final, pasamos prácticamente todo el día juntos», recuerda con cariño el pintor.

Aquella cita, como El otoño de las rosas, marcó a Martínez Mengual, que habla -en referencia a Brines- de un hombre «afectuoso, educadísimo, atento y, sobre todo, muy generoso. Ya sabes que en este mundo hay personas de todo tipo -señala el artista- y a veces nos tropezamos con gente que solo pone trabas. Pero Paco es todo lo contrario». Tal fue el impacto que tuvo entonces el poeta valenciano sobre el artista murciano que, a día de hoy, todavía siente la necesidad de agradecer cada pocas palabras la predisposición del hoy flamante Premio Cervantes durante aquella conversación telefónica de hace más de treinta años. «Y las serigrafías de La iluminada rosa negra -la antología de Ahora Ediciones- eran de una gran complejidad técnica porque había que reproducirlas color a color, pero lo hacía con tanto cariño... Fue también, en parte, un gesto de gratitud por aquello; bueno, por todo...», explica el pintor.

Y es que, si bien problemas de salud impidieron a Brines acudir a la inauguración de El otoño de las rosas, antes de su clausura visitó Murcia para contemplar las obras de Martínez Mengual y pasar otro día con su amigo. Y en el 92, escribió un texto para otra muestra del pintor, ésta en Verónicas. «Desde entonces, nos hemos visto en Murcia -ciudad en la que tiene muchos amigos y conoce bien-, en Valencia, hemos hablado con cierta frecuencia por teléfono... Es verdad que, con los años, la vida se fue complicando para poder coincidir, pero Paco es una persona muy atenta, y, pese a todo, hemos mantenido la amistad», asegura el pintor, que incluso fue invitado a la toma de posesión de Brines como académico en 2006. «Yo no pude ir porque me encontraba fuera de España, pero Ángel creo que sí», apunta. «Allí estuve, sí -confirma el editor-; fue un momento fantástico. Imagínate...», señala Pina, que añade: «Que nos invitara a estar allí junto a toda su familia en un acto tan especial y tan limitado dice mucho sobre qué tipo de persona es».

‘La iluminada rosa negra’

«Después de que Antonio hablara con él, nos reunimos todos y le preguntamos qué quería editar. ‘Podemos hacer una antología’, nos dijo. Y nos dio libertad absoluta; lo único que nos pidió fue que Carlos Marzal, que era uno de los poetas más interesantes del momento, escribiera el prólogo, y la verdad es que Paco estuvo acertado porque hizo un trabajo fantástico», recuerda Ángel Pina. La cuestión, llegados a ese punto, era elegir los textos que aparecerían en el libro y sobre los que Martínez Mengual desarrollaría las veinte serigrafías que acompañarían la edición. «Le digo: ‘Dinos qué poemas quieres, Paco’ -recuerda el pintor-, y me dice: ‘Mira, Antonio, como conoces bien mi obra, elígelos tú’. Imagínate el mazazo (en el buen sentido)», señala entre risas. «Me llevó un mes y pico releer todo lo que había publicado, biografías, críticas..., y, al final, seleccioné unos treinta y algunos. Entonces fuimos a verle, le enseñé la lista y solo echó para atrás uno. Y me hizo un comentario de esos que te llegan al alma: ‘Sabes leer poesía’. Me quedé sin palabras», asegura Martínez Mengual, que todavía se emociona recordando el piropo de este «Maestro, con mayúscula».

Sin embargo, el momento que ambos tienen grabado a fuego en la memoria es el del día en que la expedición murciana visita la casa del poeta en Oliva para enseñarle el resultado de varios meses de trabajo. «Uno puede intuir cuál va a ser su reacción porque éramos conscientes de que el resultado había sido muy bueno. Pero una cosa es imaginar y otra ver en directo la cara que se le queda cuando le das la caja y aparece el libro; es que se le iluminó», apunta con cierta incredulidad. «Ver como lo abre, lo revisa... Disfrutas tú más que él solo viendo la ilusión que le hizo», añade el editor. «Y, por si fuera poco, nos dieron el Primer Premio Nacional 2004 a los Libros Mejor Editados del año 2003», recuerda. No en vano, y tal y como refleja Pina en su web, Brines confesó que nunca poseerá un libro más bello que el que tenía en ese momento entre sus manos.

La iluminada rosa negra, publicada finalmente en 2003, se presentó con honores en el Palau de la Música de Valencia y, por supuesto, en Murcia, en el Museo Ramón Gaya; acto que, por supuesto, contó con la presencia del agradecido poeta: «Espero que me consideren, a mí mismo, un murciano de adopción, porque ni siquiera en mi propia tierra he sido aceptado tan generosamente como aquí», dijo entonces. Y además del cariño de sus amigos y de la ciudad, Brines -que con frecuencia visitó la capital del Segura-, se llevó a casa un último regalo. «Ángel Pina se quedó con las veinte serigrafías originales, pero además de esas hice alguna otra que finalmente no salió, así que le ofrecí llevarse alguna. Eligió unas cuantas, se las enmarqué y, en otro de sus viajes a Murcia, se las llevó a casa. Y me consta que las tiene colgadas en Oliva porque, cuando nos veíamos o nos llamábamos, siempre me decía: ‘¡Nunca has venido a ver tus cuadros!’», comenta Martínez Mengual con cierta añoranza.