«Y allí dentro está la voluntad que no muere. ¿Quién conoce los misterios de la voluntad y su fuerza? Pues Dios no es sino una gran voluntad que penetra las cosas todas por obra de su intensidad». Con esta cita del escritor, filósofo y clérigo inglés Joseph Glanvill, el artista yeclano Lidó Rico inicia una profunda reflexión acerca de la razón, la existencia y la voluntad del hombre. Lo hace por medio de Arqueologías en el aire, una muestra que exhibe en el Museo Arqueológico de Oviedo y que está formada por cuatro instalaciones caracterizadas por el uso del cuerpo como hilo conductor del discurso. La memoria conforma, a través de sus obras, una arqueología de la conciencia, desde el personaje central, El Soplador, hacia diferentes planetas (o piezas) que se expanden por la sala y se concretan en una serie de elementos simbólicos.

La muestra construye una dicotomía entre lo terrenal y lo espiritual, representados en el hombre y el ángel como símbolos de memoria, de la conciencia y la percepción sobre la creación. Y es que es el ser humano y su existencia la razón de ser de la obra del escultor, que genera una crítica que emerge desde el sujeto individual hacia la sociedad. «El hombre rompe su tamaño a la vez que su escala se magnifica girando sobre sí mismo y, en un gesto congelado, sopla la arqueología en cascada colmada de memoria, expulsando para ella un nuevo destino», mientras los ángeles forman ese arqueo de exhalación que es, al tiempo, una mirada al pasado que vaticina el futuro.

Los rostros de los ángeles, «expulsados de lo celestial, se llenan de una melancolía que grita» de preocupación por permanecer unidos a lo terrenal. En el inevitable descenso se produce una transformación enmarcada en la fuerza de la fe. Las hélices han sustituido las plumas y los ángeles crean universos regidos por un nuevo orden. Hay, entonces, un momento, donde los ángeles se llenan de esperanza en la gestación de una nueva vida: «La única deidad está en el equilibrio que se formula entre la fragilidad de la piel, la fortaleza del anhelo y la búsqueda de certezas». Es, tal vez, una mirada hacia nuestro interior.

Una «gran explosión»

La exhalación de las piezas de Lidó se entiende como una «gran explosión», un nuevo orden histórico que guarda relación con la formación del universo (y de nuestra identidad); una metáfora de los nuevos universos donde habita el ser humano en un momento donde la realidad se asemeja a un espacio «denso, vasto y profundo». Y, quizá, ese momento, seamos nosotros mismos, nuestra capacidad, alma e intelecto. De forma paradójica, el peso de esa realidad se aligera con el aire que sale de las bocas de los personajes, porque en nuestro interior es donde habitan «el aliento y las fuerzas, las respuestas». Una mirada al pasado, a esas arqueologías inhóspitas de nuestro interior, donde la imagen de El Soplador se convierte en portavoz de lo contemporáneo.

Junto a esta escultura se puede contemplar la obra El Tendedero, ángeles protagonistas de una acción cotidiana que logran cambiar nuestra percepción de la realidad. Un nuevo concepto de creación es el tema de Génesis, mientras que Expulsiones en caliente supone una serie de nueve collages de mediano formato en los que, a modo de boceto, una infinidad de ángeles siguen protagonizando una escena basada en la creencia y el dogma como axiomas de una sociedad donde lo insustancial es indivisible de nuestra existencia.

Al intentar descubrir las motivaciones que conforman los actos de cada figura, Lidó Rico reitera: «Es un gesto congelado. Dependiendo de la posición del cuerpo y del rictus de la cara, la figura ya está generando en ti una serie de sensaciones. A veces, es un diálogo entre personajes y, en otras ocasiones, un soliloquio», comenta. Esa conversación queda implícita en el duro proceso de trabajo, y es por ello que «en las piezas reside la fuerza de comunicación de la propia obra. No hablamos de esta materia presente, sino de que, al mismo tiempo, la pieza también es pasado. Es pasado -continúa- por el sufrimiento que conlleva su elaboración o, simplemente, por haber estado ahí mientras se fraguaba. Todas estas emociones quedan implícitas, como si fuera un olor, una especie de corriente que se transmite a través del ojo al ver un determinado movimiento, condensado, apretado. Muchas premisas para un solo resultado». La instalación es, no obstante, como una acumulación: «No solo ves un objeto -como cuando ves una pintura no ves únicamente una pintura-, hay un proceso de ejecución donde al final tiene validez la cuestión de realizar un estudio previo; es ahí donde dotas a la obra de libertad y permites que después explote».

Búsqueda de intensidad

Por otra parte, «los pequeños matices de crear un susurro, una pieza o tres, recrear una conversación, añadir objetos, todo eso va sumando. Pero depende de la fragilidad de la instalación, de este último instante que tiene que ver con el montaje. Todo es inestable hasta el momento final y hay que saber manejarse en este tipo de situaciones. El hombre vive en un paraíso inventado llamado 'complejo de Dios', y nada le puede hacer más daño. Tenemos tendencia a controlarlo todo, pero mi trabajo está sujeto a estados de ánimo que pueden hacer que la disposición de una pieza cambie de sitio», señala. Esa búsqueda de intensidad es lo que consigue al unir o separar piezas, por eso, afirma, «el espacio expositivo es tan importante».

Lidó plantea la relación con la obra como «una amistad» que perdura a lo largo del tiempo. Y, precisamente, la perdurabilidad de la obra no se centra en la elección de los materiales, sino que advierte los entresijos «de la propia vida, el propio cuerpo y la propia carne, que se traduce en algo fuerte». Es aquí donde residen conceptos como voluntad y fuerza. «No es que surja un concepto de tal profundidad antes de hacer la obra, sino que te das cuenta de la importancia de que la cabeza piense y sea autónoma. Después, los materiales te ayudan a que el conjunto funcione y juegas a equilibrarlo todo. No solo es el peso material sino la densidad que eres capaz de darle a una pieza, de impregnar un objeto con tu impronta. Y ahí está la capacidad que tengas para tocar los resortes adecuados y generar sensaciones», advierte. Considera, sin embargo, que «cada uno es libre de obrar. El arte es libertad, pero hay que tener conciencia de que la libertad no existe; quizá esa libertad está por otro camino. No en el uso de materiales sino en tener conciencia de no perder el valor de la sorpresa. En las obras se genera una realidad paralela que debe tener profundidad», sostiene.

El poder de la naturalidad

La complejidad de temas en la producción de Lidó Rico se une a la «cualidad estética, objetual y escultórica» de lo expuesto, que conjuga con un «claro componente performativo y gestual», como describe el trabajo del artista el escritor Miguel Ángel Hernández. El autor de El dolor de los demás, en una aproximación a la obra del escultor titulada El (des)crédito del cuerpo, explica cómo su acción «remite a una poética corporal del índice y del contacto que transforma las piezas en restos del cuerpo, excedentes y residuos de la existencia». Existe, tal y como relata, «una torsión temporal compleja», donde «la presencia del proceso y el índice del cuerpo que remiten al momento anterior» conforman un contraste con la aparición de las figuras en el espacio. Hay, en estas imágenes matéricas, «una manera de trastocar el orden de lo visible». Esa interioridad subjetiva adquirida en el exterior permite relacionar continuamente ambas esferas. Para Miguel Ángel Hernández, «el arte de Lidó trabaja de este modo estableciendo una comunicación -o, mejor, una tensión, una fricción continua- entre la experiencia del sujeto (corporal, gestual y física) y la experiencia del mundo (fundamentalmente simbólica), creando así el arte que produce símbolos a partir de los concreto.

Con motivo de la exposición Arqueologías en el aire, comisariada por Galería Vértice (Museo Arqueológico de Asturias hasta el 25 de octubre), Lidó reflexiona sobre la necesidad de que «las cosas tengan el poder de la naturalidad. Ahí hay que saber encauzar las obsesiones: me gusta cuando empiezo una secuencia y digo: '¡Basta!', o, por el contrario, me digo que debo seguir. Y ahí es donde residen tus preguntas. El arte también empieza cuando acaban las palabras, porque no se media con palabras, con gestos, sino con silencios. El momento de la reflexión es cuando empiezas a descubrir y a ponerte en la piel del artista».

Se refiere en sus discursos artísticos a la fragilidad del hombre: «Cuando tomamos conciencia de la fragilidad es como si afináramos; y cuando afinas, exiges, y cuando exiges, buscas y cuando buscas, encuentras. Todas las respuestas que el hombre necesita están en su propio criterio». Y en cuanto a la búsqueda de autenticidad en su obra, afirma: «Trabajo con la realidad, con mi realidad material y espiritual. Entonces, al final el arte es como estar condenado, es una condena dulce. No sabría hacer otra cosa. A veces me veo incapaz de hacer algo. Busco la forma de no hacerlo ortopédico. Ya me conoces, a mí, sucedáneos, pocos».