El arte debe violentar. Debe removerte por dentro, ya sea con una dulce caricia o un guantazo de realidad. El arte no debe ser complaciente, no debe tratar de forma paternalista a quien lo disfruta. Porque, ojo, una cosa no quita a la otra: el Arte -el que se escribe con ‘A’ mayúscula- se disfruta porque emociona, porque tiene la capacidad de ‘cambiar’ (al menos potencialmente) a quien se enfrenta a él; y la emoción, ya saben, a veces es amarga.

Sin embargo, vivimos en un mundo tendente a la invisibilización de aquello que es realmente oscuro (que no ‘dark’, que diríamos los millennial…), de aquellas verdades que no son agradables de asumir. Por eso hay quien asocia ‘arte’ con ‘entretenimiento’; aunque esta es quizá una reflexión para otro momento…, o quizá no.

Centremos el foco: el pasado lunes, durante la presentación de la tercera edición de la Feria del Libro de Murcia, la Asociación Amigos de la Lectura anunció al ganador del Libro Murciano del Año 2019: José Daniel Espejo, autor de un poemario de esos que son difíciles de digerir no tanto por su estilo (cualquiera que esté dispuesto a ello puede acercarse a Los lagos del Norteamérica, la obra en cuestión), como por su contenido. Volvemos aquí, por tanto, a lo que se apuntaba algunas líneas atrás: cuestiones apartadas del foco mediático y versos que te retuercen las entrañas. Lo dicho, Arte.

Espejo (Orihuela, 1975) se define como escritor, activista y librero -es el responsable en Murcia del espacio social y cultural Libros Traperos-, pero, si hay una tarea que le marca (y condiciona) en la vida esa es la de padre; y, en concreto, la de padre ‘cuidador’. Los lagos de Norteamérica, publicado el año pasado por la editorial Pre-Textos, recoge su experiencia. «Es un trabajo de 24 horas al día. Y hay casos en los que los cuidados se comparten, se ponen en común…, pero no es el mío», lamenta el propio autor, que en 2016 decidió abrirse en canal delante del folio en blanco para contar lo que realmente es estar al frente de una familia monoparental y al cargo de un niño con autismo severo no verbal.

«En agosto de aquel año -recuerda- me hicieron la típica entrevista de verano, de personalidad, y respondí pregunta por pregunta lo que se esperaba que contestase. Fue algo casi inconsciente. Básicamente contaba un relato de superación personal muy dulcificado y luminoso sobre cómo había conseguido sacar adelante a mi familia», apunta Espejo, que arranca Los lagos de Norteamérica con un poema en el que reflexiona sobre lo que le produjo aquel artículo una vez pudo verlo publicado. «Aquella pieza empezó a compartirse mucho por redes sociales, WhatsApp, y la gente me la mandaba y me decía: ‘¡Eres tú!’, pero yo no me reconocía…, hasta el punto de que es una entrevista a la que soy incapaz de volver; la sensación de alienación era muy fuerte», reconoce el poeta. «Tratar de explicar esa sensación -añade- es la semilla de este libro».

Para ello, y fuertemente influenciado por la tradición anglosajona -«en la que es mucho más común que un poeta se vaya al ‘yo’ y se exponga con nula autocomplacencia»-, Espejo se declara en rebeldía frente a lo (emocionalmente) establecido. «El discurso de Los lagos de Norteamérica se construye desde la parte negativa de esa tarea de cuidador porque es algo de lo que no se habla en una sociedad de capitalismo afectivo como esta, en la que solo queremos ver a la gente sonriendo en Instagram. Y esto no significa que no pueda ser ‘feliz’ -en el fondo, no deja de ser un libro de amor entre un padre y un hijo-, «pero creo que es importante que la gente sepa también que los cuidados te fantasmizan, te apartan de la sociedad, te hacen perder a tus amigos…, en definitiva, te afectan de una manera muy profunda. Sin embargo, yo me encontrado con que éste es un tema tabú y que, por lo tanto, no se puede expresar, porque no queremos saber; es mucho mejor una persona con una historia de superación tipo Mr. Wonderful», asegura.

Así, José Daniel Espejo, que reconoce que nunca se había expuesto hasta este trabajo -y eso que de pudor no es algo de lo que se le haya podido acusar…-, deja al descubierto en este poemario cuestiones asociadas al trabajo de cuidados como la depresión, el alcoholismo, la soledad, el miedo, de la pérdida, la ansiedad…, pero sin caer en el sensacionalismo. «Son cuestiones que están ahí, que desfilan por el libro y que son tan íntimas que cuesta mucho trabajo mostrar -dice el autor, que en alguna ocasión ha reconocido que cerca estuvo de no publicar Los lagos de Norteamérica-. Pero yo tengo predilección por aquellos poetas que son capaces de hacer esto sin caer en la pornografía emocional, que sortean ese peligro pero investigan dentro de su ‘yo’ de manera nada complaciente, sin automarketing; más bien, al revés», aclara. «Y -añade- estoy muy contento porque la recepción ha sido muy buena y por cómo se ha leído el libro: la gente me ha devuelto compresión; han sido más sensibles de lo que yo erróneamente esperaba».

Nada de confesión, literatura

En cualquier caso, José Daniel Espejo insiste varias veces a lo largo de la entrevista en que Los lagos de Norteamérica no es una «confesión», no es un «testimonio»: «Es un proyecto estrictamente literario, aunque pueda sorprender porque hable de los cuidados de un niño autista», asegura. De hecho, ahí están el Premio Internacional de Poesía ‘Juan Rejano’ de Puente Genio y el que hoy nos compete, el Libro Murciano del Año 2019. «Parece que dárselo ahora a un libro de poesía es como reducir la credibilidad del premio, ¿no?», bromea el oriolano cuando se le recuerda que coge el relevo de otro título para lectores fuertes (aunque, eso sí, de narrativa): El dolor de los demás (Alfaguara, 2018), de su amigo Miguel Ángel Hernández.

«Yo es que creo que tengo las prioridades un poco al revés -continúa en alusión a esa pequeña batalla que libran en según qué corazones el verso y la prosa-. Creo que la poesía es el centro de la literatura, su motor; lo que pasa en la poesía es lo que pasa en el eje de lo que ocurre en los libros y en la sensibilidad contemporánea, en la forma en que vemos el mundo. Es el artefacto más sofisticado y potente de todos los géneros literarios», defiende con vehemencia alguien que se conserva «un monje de ésto»: «He sido poeta toda mi vida. Este es mi séptimo libro, y lo que hacen algunos autores de cambiarse a la narrativa a mí me parece inconcebible».

Por suerte para él -ya que «los premios no dan de comer, pero sí de merendar», según sus propias palabras-, Espejo se ha encontrado con un jurado de altura y que no ha castigado su ‘tozudez’ y su amarga sinceridad; más bien, al contrario. «Han apostado por los valores literarios y se han dejado fuera otro tipo de consideraciones. Creo que han sido muy valientes otorgando este reconocimiento a un libro como éste, y por eso estoy doblemente contento con este galardón», asegura.

No obstante, Los lagos de Norteamérica e un libro que, con permiso de su autor, va más allá de las letras; incluso más allá del Arte. Porque sí, es un libro con capacidad para removerte por dentro, pero también para cambiarte, comenzando, claro está, por José Daniel Espejo. «Este libro me ha enseñado que estas cosas se pueden decir. Que esa imagen deísta que nos venden se puede romper», señala, e insiste: «La sociedad de consumo capitalista nos enseña a preferir unas posturas emocionales y a rechazar o invisibilizar otras. Y esto genera una tensión muy fuerte en muchas personas… Sacar siempre la mejor cara de ti mismo, eliminar de tu imagen todo lo negativo y estar permanentemente en un escaparate no es sano. Pero ese es el paisaje emocional en el que nos movemos, por lo que creo que es importante tomar conciencia de que lo que se enseña no siempre corresponde con lo que pasa en casa de cada cual cuando se cierra la puerta. Esa distorsión a veces es tan heavy que modela el discurso de lo que te dices sobre ti mismo».