El cine dentro del cine es un subgénero que goza de una larga tradición, y quizá pocas veces con mayor exquisitez que en El último metro ( Le derniere metro, François Truffaut, 1980). Pero encuadrándolo en el ámbito del terror, probablemente los dos ejemplos más revolucionarios en su momento e influyentes desde entonces sean Holocausto Canibal ( Cannibal holocaust, Ruggero Deodato, 1980) y El proyecto de la bruja de Blair ( The Blair Witch project, Daniel Myrick, Eduardo Sánchez,1999), o Monstruoso ( Cloverfield, Matt Reeves, 2008), inaugurando y reforzando el formato found footage (metraje encontrado), donde el espectador asume que las imágenes proyectadas se corresponden con un montaje algo apresurado sobre el material que se ha recuperado de un grupo que rodaba un documental y al que todo le salió lo suficientemente mal como para encontrar la muerte y dejarnos pasa miedo con lo que captaron sus cámaras.

Más cercano a One cut of the dead ( Kamera o tomerumro na!, Shinichiro Ueda, 2017) puede estar Dead set: Muerte en directo ( Dead set, Charlie Brooker, 2008), donde el creador de la serie Black Mirror nos anticipaba una tecnología inmiscuida en la vida cotidiana (o extracotidiana) a cuenta de un concurso televisivo estilo Gran Hermano en el que los participantes ignoraban que, mientras continuaban sus vidas de terrario social, en el exterior tenía lugar una plaga zombi.

Aquí es donde llega One cut of the dead, reuniendo elementos de estos conceptos someramente enunciados y añadiendo algunos propios. Acompañamos a un grupo de cineastas amateur inmersos en el rodaje de su propia producción de serie B (o incluso de serie Z) en unas instalaciones sobre las que no tarda en ceñirse la amenazante sombra de una leyenda urbana relativa a misteriosos experimentos gubernamentales. Y pasa lo que tiene que pasar: que la realidad se cuela por los resquicios de la ficción hasta alumbrar una metaficción, una metarrealidad en la que el rodaje de una peli de zombis termina convertido en cinema veritè sobre el ataque de auténticos zombis que nos lleva a recuperar a otro nombre clásico del cine en cuanto a aprovechamiento de los recursos que la realidad pone delante de tu objetivo, el Carl Denham que en King Kong (Merian C. Cooper y Ernest. B. Shoedshack en 1933, Peter Jackson en 2005) anima -impele, obliga en realidad- al equipo de rodaje a seguir dándole a la manivela de la cámara para registrar hasta la última monstruosidad que la vida coloca ante el objetivo.

En One cut of the dead volvemos a recuperar al personaje del director que pretende dirigir la vida, más allá de la ficción, cuando descubre que la realidad ha resultado mejor guionista de lo que pudo pagar. Por si no había quedado claro, la cinta es una comedia que abraza las convenciones del género de zombis para jugar con ellas. Esto probablemente sirve para constatar la madurez de un género, lo que suele llegar cuando el mismo es sometido a parodia.