Alejandro Ibáñez llevaba tiempo dedicándose a la realización de documentales cuando su padre enfermó. «Como cualquier hijo -recuerda-, tenía el corazón apretado, y decidí hacerle una película de homenaje sin ninguna pretensión más que sentarme con él, verla y disfrutarla». Así, escribió un guion rápido -aprovechando que había estudiado a fondo la obra de su progenitor-, llamó a sus amigos actores y se fue a Brasil dos meses, a rodar Urubú, un thriller de angustiosas aventuras que acaba siendo una extraña continuación de la mítica ¿Quién puede matar a un niño? (1976), dirigida por su padre, Chicho Ibáñez Serrador.

«Me fui diciéndole que me iba a hacer otro documental y, al volver, le enseñé un tráiler de lo que había rodado; le dije que era en referencia a su película y se puso muy contento, aunque primero me dijo que estaba loco -se ríe- y que era idiota por haberme ido sin él. Pero le gustó lo poquito que vio», agrega Ibáñez, que el pasado mes de febrero estuvo en Murcia inaugurando en la Biblioteca Regional una muestra dedicada a su padre -fallecido en junio del año pasado- y que el día 20 de este mismo mes volverá a la capital del Segura para presentar su ópera prima en la marco del IX Festival de Cine Fantástico Europeo de Murcia, 'Sombra'. La velada, que será presentada por el joven cineasta, tendrá aforo limitado -como todas las proyecciones de la Filmoteca Regional- y las entradas ya pueden adquirirse por 4 euros en la web del festival.

De ese modo, Urubú está llena de guiños a su padre, aparte de haber contado en el reparto con el veterano actor José Carabias que, como dice Ibáñez, «trabajó con mi abuelo, con mi tío abuelo, con mi padre y ahora conmigo», así como el hecho de que el personaje que él mismo se reserva -también imitando a su padre- se llama 'Nauta', lo cual es todo un easter egg. Y es que ese era el apellido del actor que daba vida al niño rubito que, al final de ¿Quién puede matar a un niño?, se subía en una barca con otros dos pequeños; en concreto, su nombre era Roberto Nauta, hermano de su madre, «mi tío Róber», apunta Ibáñez. «Quién sabe si cuarenta y pico años después esa barquita llegó al Amazonas...», deja caer el cineasta, todo ojos azules por encima de una mascarilla negra que promociona la película, a punto de ver la luz.

Sin embargo, su debut no será todo lo feliz que a él le hubiera gustado. Ibáñez quería que su padre participase en el montaje, pero no le dio tiempo; tanto es así, dice, que murió dos meses antes de que terminara. Por ello, este largometraje es «más que un remake de ¿Quién quiere matar a un niño? -afirma-. Tiene cosillas de Historias para no dormir (1966), y de cómo él veía el cine, cómo movía las cámaras... Por eso también Urubú tiene un poco ese aire de aventura setentera, con esa música muy armónica, que hoy ya no se hace», añade.

Reconoce que ha intentado mantener «tanto el estilo como la manera de ver el cine de género de mi padre: un terror sin monstruos, sin mucha sangre, más psicológico. Algo que pueda pasar de verdad y el espectador se identifique totalmente con los personajes». En este caso, un matrimonio que hace aguas, protagonizado por la actriz brasileña Clarice Alves, esposa del futbolista del Real Madrid Marcelo Vieira, y Carlos Urrutia, amigo del director y actor -sobre todo de series de televisión-, viaja al Amazonas junto con su hija que, como todos los adolescentes, vive pegada a su tableta.

Urrutia es Tomás, un fotógrafo y ornitólogo que vive obsesionado por captar una imagen única, la del urubú albino, que vive en una zona muy peligrosa de la citada selva donde han desaparecido varias personas. Aun así, por puro egoísmo, explica el actor a Efe, se lleva a su familia con él. «El quiere hacer 'algo importante', pero al final las circunstancias le obligan a cambiar el enfoque de su vida. Muchas veces en esta sociedad relegamos lo que realmente es importante por buscar fama, relevancia o palmaditas en la espalda, cuando las importantes son las que te da tu familia; eso también está ahí reflejado», considera el actor, que se reconoce «en las antípodas» de su personaje.

Pero, como en la de Ibáñez Serrador, los auténticos protagonistas, sin diálogos, son los niños de Manacapurú, la zona donde rodaron Urubú; niños medio embrujados a los que se identifica porque «se han despojado de todo lo que les esclaviza: teléfonos móviles, tabletas, camisetas de fútbol...», explica Ibáñez. En este sentido, desde el comienzo la cinta va dando pistas de esa mirada crítica del director: niños pequeños sirviendo en restaurantes, ayudando a cargar maletas, limpiando pescado... Imágenes, añade, «que no deberían parecernos normales». «Es tan cotidiano que igual la gente ni se da cuenta de lo que estoy grabando; al final -señala-, es también una denuncia social. Cuando estuve trabajando con Save The Children supe que cada cinco segundos muere un niño. Mi padre en su momento denunció la guerra de Vietnam, pero es que ahora estamos aún peor», resume.