De Santa Teresa de Jesús toma Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) el título para su última novela, Tiempos recios, publicada por Alfaguara. Leer de nuevo al premio Nobel y doctor honoris causa por la Universidad de Murcia devuelve al lector la fe en la novela de siempre, porque aquí la riqueza episódica y la emoción del relato están debidamente compensadas con la abrumadora documentación en que se basa la sucesión de los hechos históricos en el relato evocados. El milagro literario conseguido por el gran novelista se debe a su veterana y bien probada capacidad de combinar sucesos reales con acciones atribuidas personajes de ficción que conviven en los territorios y espacios singulares.

Consigue así llevar a buen fin un relato excepcional de la más pura marca de su autor, inconfundible y genuina, «una novela llena de mentiras e invenciones», fiel siempre a su lema «la verdad de las mentiras». Como había puesto de manifiesto a lo largo de su propia trayectoria en Conversación en la catedral, La guerra del fin del mundo o La fiesta del Chivo, con la que esta novela está muy próxima en cronología, en espacios geográficos y en mundos dictatoriales que definieron la vida de Centroamérica durante décadas, y especialmente en los años cincuenta coincidiendo con el mandato del presidente de los Estados Unidos, general Eisenhower.

La realidad fundamenta el inicio de la novela cuando investiga la historia política del encuentro de los judíos emigrados a Estados Unidos, entre ellos el fundador de la poderosa empresa United Fruit o el inventor de las relaciones públicas. La célebre Frutera, Mamita Yunai o El Pulpo (como era conocida la United Fruit Company) fue la que provocó que, en 1954, el Gobierno de Estados Unidos y en concreto la CIA terminaran con el Gobierno progresista de Jacobo Árbenz, presidente de la República de Guatemala. Su sucesor, el coronel Carlos Castillo Armas, que logra el poder apoyado por la inteligencia y el Ejército norteamericanos, sería víctima igualmente de las intrigas palaciegas que lo llevaron a la muerte, final al que contribuyeron dictadores tan patéticamente célebres como Somoza, de Nicaragua, y Trujillo, de la República Dominicana, además del arzobispo local Mariano Rossell y Arellano. Y sobre todo el embajador de Estados Unidos en Guatemala, el mismo 'carnicero de Grecia' que decidió el resultado de la guerra civil en aquellos territorios pocos meses antes.

A lo largo del siglo XX, la United Fruit Company, que producía y comercializaba frutas tropicales (sobre todo bananas) cultivadas en América Latina, llegó a ser en un poder político y económico decisivo en varias naciones centroamericanas (las llamadas 'repúblicas bananeras'), e influyó fatalmente sobre Gobiernos y partidos apoyando golpes de Estado. Al mismo tiempo, se desarrolló en aquellas repúblicas un verdadero terror obsesivo, propiciado por el gobierno de los Estados Unidos y la CIA, a que el comunismo se infiltrase entre los trabajadores y llevase a los gobiernos a acciones progresistas, que eran erradicadas de forma inmediata e incluso violenta.

Pero Mario Vargas Llosa, con este trasfondo histórico tan apasionante, ha sabido, haciendo uso de su veterana maestría como narrador, construir una novela en la que realidad y ficción van sobreponiéndose gracias a un sabio entramado estructural y a un hábil manejo de los materiales narrativos. Mantiene a su lector pendiente de los mecanismos adecuados para graduar y acentuar episodios que logran que se implique plenamente en la trama, cuyo hecho central no es otro que el asesinato de Castillo Armas, Caca o Cara de Hacha, cuya imagen de dictador queda plenamente definida, con la presencia y el dominio de su amante, la joven Martita, apodada Miss Guatemala, que adquiere a lo largo de la novela un protagonismo excepcional.

El lector se ve envuelto en la combinación de diferentes procedimientos narrativos como pueden ser la rapidez en la sucesión de episodios, las detenciones en otros para hacer funcionar a una serie de personajes de una estatura novelesca muy singular, como pueden ser la propia Marta Borrero, el indefectible Johnny Abbes, el indeciso Jacobo Árbenz, que prefirió renunciar a la presidencia, Arturo Borrero, el padre de Martita, su yerno y violador de la adolescente Marta, Efrén García Ardiles, el embajador gringo John Emil Peurifoy, maestro en el arte de la manipulación, y un complejo traidor, desleal y conspirador teniente coronel Enrique Trinidad García, entre otros. Sólo Marta sobrevive, y a sus más de ochenta años recibe, al final del relato, la visita del novelista a quien refiere que llegó a tener diez maridos, que la violó, cuando todavía era una niña, un comunista guatemalteco, «y que, desde entonces, es una anticomunista apasionada». Y de esta conversación surgirá la novela que está escribiendo Mario Vargas Llosa.