Cuando cada año se aproxima la fecha del 18 o del 19 de agosto recordamos una vez más la figura de Federico García Lorca, asesinado una de aquellas madrugadas del año 1936, hace ahora 84 años. Una reciente redición del Romancero gitano, que publica Espasa, en su colección Austral Singular, nos permite volver sobre una de las obras poéticas más significativas de la literatura española de todos los tiempos.

Reúne este volumen la definitiva edición del gran hispanista belga Christian De Paepe y su detallada anotación temática y estilística precedida por un estudio preliminar de Esperanza Ortega, en el que lleva a cabo una valoración del Romancero, su relación con la tradición, estructuras y símbolos y significación de este libro en el contexto de la obra total de Federico García Lorca.

Gracias a las completísimas anotaciones del profesor De Paepe, el lector puede descifrar muchos de los secretos que esconden las imágenes, las metáforas y los símbolos de los poemas, nutridos de la tradición clásica española culta y popular y de la influencia de las vanguardias y del gongorismo que imperaba en la poesía española entre 1927 y 1928, año de su primera edición. Incluso identifica a los dedicatorios de todos los romances, entre los que hay dos murcianos de prestigio: el creador de la revista Verso y Prosa, Juan Guerrero (1893-1955), «cónsul general de la poesía», como lo denominó el poeta al dedicarle el Romance de la Guardia Civil Española; y el doctor Rafael Méndez (1906-1991), médico farmacólogo lorquino, discípulo de Juan Negrín, catedrático en Sevilla, Harvard, Chicago y México, compañero suyo de la Residencia de Estudiantes, a quien dedica Reyerta.

Como se reconoció inmediata­mente, Lorca consiguió una originalísima interpretación de una forma tradicional española como es el romance basán­dose en la trasgresión de sus límites genéricos y, combinando lo lírico, lo épico y lo dramático en su mí­tica visión de la raza gitana.

Todo el riquísimo mundo formal del Romancero gitano hay que ponerlo, desde luego, en relación con los contenidos, en los que se parte de un manifiesto y consciente primitivismo, sustancia básica del mundo gitano: sentido de la libertad, afán de vivir sin límites, trabas, convenciones ni fronteras sociales, vida sedentaria, condición de mundo reducto, enfrentamiento en definitiva entre primitivismo y civilización. De estos sentimientos primarios surgen necesariamente los que se consideran los motivos centrales del Romancero gitano, sobre los que giran todos y cada uno de los poemas: la violencia, la voluntad, el amor, la sangre y la muerte.

Motivos reiterados que dan forma al poemario y definen su complejísimo mundo mítico que tanto ha llamado la atención de numerosos críticos. La realidad del gitano garantiza la verdad de una figuración mítica en la que están muy presentes la vida, la pasión y la muerte, que de manera constante se desenvuelven en dos planos superpuestos estructuralmente: el plano humano vital y el plano simbólico-mítico. La multiplicidad de elementos míticos, de símbolos, de signos vitales trascendentes van definiendo un mundo poético singular: las fuerzas oscuras que mueven la vida del gitano de carne y hueso, la presencia o el presentimiento de la muerte, la lucha permanente y vital del amor, el sufrimiento, el deseo, la soledad y la pena experimentan una representación múltiple en la que adquieren especial relevancia elementos de la realidad anecdótica míticamente transfigurados, entre los que destacan estos: fragua, luna, sueño, viento, sangre, caballo, cuchillo, ángel, tarde, pena, madrugada.

El mito trascendente de todo el Romancero, y el que constituye el símbolo central de todos los poemas, es la muerte y su carácter dominador, tal y como ya advirtiera Pedro Salinas cuando destacaba su fuerza en un mundo poético «sometido al imperio de un poder único y sin rival: la muerte. Ella es la que se cela, y aguarda su momento, detrás de las acciones más usuales, en los lugares donde nadie la esperaría». Su presencia provoca un constante conflicto al enfrentarse con el afán por la vida de los protagonistas de los romances.

Lorca rechazó muy pronto la fama inmediata de folklorismo superficial que atribuyeron a su mítica interpretación de aquella Andalucía. Se hartó de la popularidad que se le atribuía como creador agitanado, cantor de las tradiciones populares, más o menos pintorescas, vinculadas a los gitanos y al cante jondo, por lo que decidió romper con tan frívolo encasillamiento. Por fortuna, enseguida buscó nuevos caminos para su creación artística, y los halló cuando descubrió, ya en América, a partir de 1929, un nuevo mundo que cristalizó en su obra maestra: Poeta en Nueva York. La soledad, el amor, la angustia, el deseo, el dolor y la muerte conocieron entonces una nueva y aún más trágica interpretación.