Me he dado cuenta de que las calles que rodean mi casa (mi confinamiento) se asemejan a un laberinto. Ha sido un hecho fortuito. Ahora que debemos estar todos unidos y que criticar la gestión del Gobierno es desleal y atenta, sobre todo, contra los principios del propio Gobierno, contemplo aburrido por la ventana. No puedo salirme un ápice de mi papel de buen ciudadano. Observancia y deleite. Agudizar la vista en el balcón se convierte en el mejor momento del día. Para ver, eso sí, los muros del vecino.

Aprecio la superpoblación de perros que hay en mi barrio. Imagino que como en todos los barrios de la España confinada. Los hay de todo tipo: con correa y sin ella, los que salen seis veces al día a pasear y los que salen quince, los que recogen sus deposiciones y los que la dejan como huella caída de la pandemia. Los perros ocupan el centro de la vida de muchos de mis vecinos. Pero yo tengo mi ventana y no debo moverme un ápice de ella.

Grecia siempre acude al rescate, aunque sea a través de unos cristales sucios. Recuerdo con angustia uno de los mitos más fascinantes: el del Minotauro. En la isla de Creta, el rey Minos castigó el adulterio de su mujer con un toro. De este nació una bestia con cuerpo de hombre y cabeza de toro. Reclamó la sapiencia de Dédalo, el mejor arquitecto de la época. Construyó un laberinto tan ingenioso que las personas que entraban en él no podrían escapar nunca. Allí encerraría al Minotauro.

Luego vendrían los siete hombres y las siete mujeres atenienses, vírgenes todos, que servían de alimento al monstruo. Teseo, el libertador, el paseador de perros en tiempos de pandemia, que enamorando a Ariadna, hermana del bicho, lograría vencerlo a él y al laberinto. Toda esa historia que, como buen mito griego, deja un sabor agridulce, entre la victoria y la melancolía.

Pero yo no paro de ver Minotauros a todas horas desde mi ventana. Y desde este rincón de la soledad me siento un poco como Ariadna. Ella era una buena ciudadana. Sufría la condena de estar encerrada en un laberinto que excedía su culpa. Ni siquiera podía ver el mar desde lejos.

Acaso lo escuchaba algunas veces. Sin embargo, el Minotauro salía tantas veces como quisiese. Caminatas de veinte minutos mientras miraba el móvil. La suerte de no ser humano.

Los Teseos modernos se dedican a pasear el Minotauro y los demás preparamos el hilo que nos sacará del laberinto. Observancia y deleite. Qué perra es esta pandemia.