Es impresionante como la historia se repite, tan estúpidamente. Creíamos situarnos en la cúspide de la evolución. Con bibliotecas llenas de ensayos y libros sesudos, repetimos que nada de todo lo leído volverá a suceder. ¿Pero acaso no leían nuestros ancestros? Con toda probabilidad, más que nosotros.

Se ha instalado el debate en el norte de Europa sobre si se debe dejar morir a los ancianos. Mientras que en el Mediterráneo nos quedamos en casa para intentar salvarlos, en países como Holanda cuestionan la estrategia sanitaria italo-española (aunque pongo en seria duda que la haya). Es entonces cuando acudo a mi biblioteca y releo algunas páginas de Q. El libro en sí es un misterio. Su autor se presenta con un pseudónimo, Luther Blissett (un Miguel Lacambra ilustrado), lo que no impidió que escribiera la mejor novela histórica de los últimos treinta años.

El argumento nos tocó hace algunos siglos: es un juego de espías en la Europa del siglo XVI, en plena Reforma Protestante. Una persecución a través de las ciudades, los años y las intransigencia que llevará a sus protagonistas a sufrir la ira del papa de Roma, la de Lutero y todos sus derivados florecientes como las setas venenosas.

Pero la novela se centra en el sitio de Münster, una revuelta de anabaptistas que quisieron crear una ciudad modelo, libre de pecados. Los humos calvinistas ya impregnaban el aire europeo. El confinamiento acabó peor que un patio de vecinos, con asesinatos, violaciones y matanzas ordenadas por Lutero, el santo protestante. Hoy en día aún cuelgan de la catedral las jaulas donde se mostraban los cuerpos de los líderes de la revuelta. Europa enfrentada entre dos mundos: sur y norte, mediterráneos y bárbaros (no en el sentido peyorativo), católicos y calvinistas. El sol y el trabajo, que diría Max Weber.

Italia y España se plantan ante los postulados de países como Holanda y Alemania, que se niegan a emitir los llamados 'coronabonos'. Sin embargo, Baviera, único territorio alemán donde Lutero pasó por la historia de puntillas, se ha alineado con la tesis de ayuda al sur. Carlos V y Felipe II se estarían frotando las manos. Qué poco hemos cambiado.

Estos días, sesudos editorialistas a los que admiro anuncian el fin de la Unión Europea. Y sospecho que llegan tarde. La Unión Europea en la que yo creía dejó de tener sentido en el momento en el que varios prófugos de la Justicia española (es decir, de la Justicia europea) camparon a sus anchas de país en país y recogieron sus actas de eurodiputado. O cuando dejaron sola a Italia en la crisis migratoria, en las manos de un populista infame como es Salvini. Ese fue el final de Europa.

Ahora estamos más cerca de aquellas disputas que descibre Q que del Tratado de Roma.