En ciertas ocasiones, a José Bocanegra (San Javier, 1977) le gusta despedirse como los personajes de Un día más en el paraíso (1997), de Eddie Little: «Nos vemos en los caminos». Devoto de la mística que une literatura y viaje, el autor publica Vacas bajo el paraguas del sello editorial La Marca Negra, del que es padre fundador. En su cuarta referencia, Bocanegra despliega su particular universo referencial (desde el bebop hasta Soren Peñalver, pasando por los beats) y nos presenta a personajes memorables como el lobo de mar Ron Williams, que dio la vuelta al mundo a bordo del Achille Lauro.

¿Cuándo se dio cuenta de que en su viaje había un libro?

Preparé un viaje en solitario con la intención de encontrar unas condiciones idóneas en las que escribir: tiempo, aislamiento y un lugar desconocido al que poder mirar por primera vez. Fue, de hecho, premeditado.

En su trayectoria, viaje y literatura han ido de la mano con frecuencia. ¿Es coincidencia o concibe el viaje como un sustrato muy fértil para la escritura?

La literatura pertenece al viaje, ha sido así desde a Odisea hasta El corazón de las tinieblas o Pedro Páramo. Adentrarse en un territorio desconocido abre un mundo de nuevas posibilidades.

Háblenos de Ron Williams.

Encontrarme con él fue un regalo inesperado del azar. Estuve tres semanas en su casa, durante las cuales hicimos trabajos de albañilería y jardinería. Él me contaba sus historias de modo espontáneo, mientras hacíamos una pausa para descansar o tomar un café. Las transcribí de forma fragmentada. Narrar es contar y es una actividad inherente al ser humano. Te levantas por la mañana para ir a currar y cuando llegas le sueltas a tu compañero: «¿A que no sabes lo que me acaba de pasar?». Y se lo quieres contar. Una parte del libro está formada por las historias que me han sido contadas y, en el caso de Ron, se trata del mismo personaje en distintos momentos de su vida y lugares del mundo. Eso me apasionó y me emociona releerlo. Ojalá haya sido capaz de transmitir una mínima parte de esa emoción, me daría por satisfecho.

¿Cómo fue convivir con él?

Era un hombre discreto y muy respetuoso. Compartíamos cierta visión del mundo, lo que facilitó nuestra convivencia. Y, además, no le gustaba juzgar ni criticar a nadie. Un tío auténtico. Recuerdo cuando me enseñó su pasaporte marino con el sello del Achille Lauro. Habíamos tomado vino y estábamos enardecidos. En sus historias había siempre un punto de orgullo, pero nunca vanidad. Era el orgullo de quien ha vivido según sus principios, creo.

¿Le llegó a reconocer sus intenciones literarias?

Sí. Incluso llegué a grabarlo. Me gusta ese trabajo de campo. Quería que me contara cierta historia de manera ordenada. Pero la presencia del magnetófono no resultó apropiada para él, de modo que tuve que prescindir de eso. Fue revelador en el sentido de que, en el día a día, no vamos contando las historias cronológicamente. Un día te puedo hablar de mi pasado reciente y tal vez otro de mi infancia. El orden cronológico es solo un formato al que estamos acostumbrados. No es el único, ni tal vez el mejor.

¿Qué pinta en todo esto Soren Peñalver?

Entró en mi libro por la primera página. Siempre me ha fascinado este poeta, a quien no conozco personalmente. Apareció en el momento oportuno y entró en mi libro, creo que es un hombre mágico. A partir de ahí, forma una de las tramas de la novela. Se trata de una trama menor en tono surrealista (hay una metáfora entre personajes tomada de Lynch) que abre y cierra la obra, aunque también está relacionada con otros elementos de ella.

Vacas es su cuarto libro. Con cada uno de ellos ha dado una vuelta de tuerca a su forma de afrontar una historia, ¿qué ha puesto en práctica en esta novela?

En el título de Corralejo (2015), ya quise reflejar que el protagonista no era yo, sino el lugar, pero se trataba de un trabajo con grandes dosis de introspección. Mi intención principal con Vacas consistía en pasar a un segundo plano. No quería ser el tema del libro ni parecerlo, solo el conductor, de modo que, por un lado, di mayor protagonismo al resto de personajes y a la presencia de la naturaleza que aporta, creo, cierto carácter lírico a la obra; por otro, alterné el narrador en primera persona con otro en tercera, inventando, además, diferentes alias para un mismo personaje. Otra diferencia es que Corralejo está contado en primera persona del presente, una técnica conocida como 'narración de cámara en mano' en la que el narrador es una especie de reportero que va transmite en directo lo que acontece, y Vacas está narrado en su mayor parte en pasado.

En su escritura siempre hay un poso de generación beat, ¿cuándo descubrió a aquellos autores?

Acabábamos de comenzar las clases en la universidad cuando llegó mi amigo Luc y se empeñó en que fuéramos a buscar un bar donde nos sirvieran vino de Oporto. Íbamos Tiago, él y yo. Después me dejó, creo, Los vagabundos del Dharma (1958), de Kerouac, donde si no recuerdo mal los personajes beben Oporto y fuman yerba.

¿Qué supusieron para usted, primero como lector, y luego como escritor?

El prólogo de Los subterráneos (1958) lo escribe Henry Miller. Para mí, Trópico de Cáncer (1934) es la gran referencia. Fue escrita en el París de Sylvia Beach, que fundó Shakespeare & Co., publicó Ulises (1922) a Joyce y prestó libros gratis a Hemingway. Dicho esto, la generación beat introduce un mundo narrativo que está en la semilla de toda la historia de la cultura popular moderna, desde el bebop a la música psicodélica de finales de los sesenta, por eso es para nosotros fácil conectar con sus historias y sus personajes.

Siempre se dice que estos autores, entre otros, dan respuesta a muchas preguntas que se nos presentan en la adolescencia y primera juventud. Usted es profesor de Lengua y Literatura en Secundaria. ¿Por qué no se les pone En el camino (1951) a los estudiantes y se les pone, por ejemplo, La casa de Bernarda Alba (Federico García Lorca, 1936), un libro en el que difícilmente encontrarán algún tipo de interpelación?

El currículo propone la enseñanza de Literatura Española, lo que se hace revisando nuestro propio canon desde una perspectiva histórico crítica, aunque cada vez se abre más a todo tipo de lecturas. También hablamos en clase de Woolf, Baudelaire o la generación beat. Aun así, el sistema de enseñanza a menudo convierte a profesores y alumnos en antagonistas. Uno no se suele ilusionar en un ambiente rutinario de deberes y obligaciones. Imagina que pones tu canción favorita como melodía del despertador: la acabarías aborreciendo.

Publica Vacas en La Marca Negra, la editorial que usted mismo fundó hace ya algunos años. ¿Cómo surgió el proyecto?

Siempre me solía decir que si me tocara la lotería y no tuviera que trabajar, montaría una editorial. Es lo malo de tener ideas raras ahí metidas, que al final a veces florecen. Ese año estaba publicando Corralejo por mi cuenta, lo financié por micromecenazgo. Después indagué en los medios que había al alcance sin necesidad de tener dinero en el banco y expandí el proyecto para tener un sello.

Habitualmente habla del placer que le supone ir confeccionando una colección editorial de la que se siente orgulloso. ¿En qué momento La Marca Negra se convirtió en un espacio para hacer las cosas a su manera sin pedir permiso a nadie?

El autor construye su discurso con palabras, párrafos, libros. El editor construye su discurso con los libros de su catálogo. En el momento en el que hay varias voces dispuestas a sumarse a ese discurso, se constituye una sociedad o una banda. La unión hace la fuerza.

¿Cómo es tener una editorial que apuesta por una línea minoritaria en la Murcia de 2020?

Es, sobre todo, un aprendizaje constante. La indiferencia de algunos se equilibra con el entusiasmo de otros. Lo importante no es que seamos muchos, sino que seamos los correctos.