No deja de ser irónico que los primeros versos de Occidente se los debamos a la peste. El nacimiento de la literatura en Grecia (que es lo mismo que decir en Europa) se produce en un campamento asolado por la enfermedad, con miles de soldados confinados esperando pacientemente que un dios se apiade de ellos. Están ante las murallas de Troya. Han soportado diez años de una guerra inútil que se ha llevado por delante lo mejor de su juventud. Volverán a casa (los que vuelvan) siendo ya viejos, mutilados y con pocos sueños en su frente. Pero solo alguien puede hacer cambiar sus destinos. Es Aquiles, el de los pies ligeros.

El pasado está también para enseñarnos que pocas cosas son nuevas bajo este sol mediterráneo. Nuestras ciudades han convivido cara a cara con las plagas. Los soldados griegos miraban con ansiedad las murallas de Troya e imaginaban al otro lado un mundo de salvación y monotonía, la misma de la que huimos cuando vive a nuestro lado. Esa que ahora echamos en falta y que convierte la acción de mirar por la ventana en la melancolía de aburrirnos en las calles.

Homero, que fue la voz que rompió las tinieblas y nos convirtió en poetas y lectores, recoge en el Primer Canto de La Ilíada la peste y la ira de Aquiles. El dios Crises, devastado por el rapto de su hija Criseida a manos de Agamenón, pide ayuda a Apolo para castigar a los invasores griegos. El dios de las artes, tan refinado, no les manda versos y hojas de laurel, sino una peste que amenaza con hacer fracasar la expedición. Aquiles, que había declinado participar en la guerra, decide marchar hacia Troya para evitar la muerte de sus compañeros.

En el mundo homérico los destinos de los hombres son regidos por los dioses, caprichosos y tan humanos que se traicionan, se ponen los cuernos y no ganan para escándalos sexuales. Mientras los hombres mueren de peste, los dioses juegan a pelearse, como en un Consejo de Ministros cualquiera en plena cuarentena.

Tras la ciudad de Troya se esconde todo nuestro mundo. El sol, el conocimiento, la belleza y el dolor de ser humanos. En los héroes griegos aprendemos el valor de la vida, la ternura, la compasión. Cada uno de ellos albergaba el miedo, como nosotros lo guardamos. La peste que los rodeaba es el mismo virus que nos restringe en casa estos días. Ambos compartimos la esperanza de un mundo mejor tras las murallas de Troya. Sin esperar Aquiles que vengan a salvarnos.