Es una enamorada de la cultura clásica, donde cree que radican muchas de las claves para entender el mundo actual, y defiende sin dudar las Humanidades, que considera en estos momentos más necesarias que nunca. Así, la literatura de Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) está impregnada de todo ello, porque la escritora aragonesa está convencida de que la mejor manera de plasmar la realidad que nos rodea es dar un rodeo por el pasado. En este sentido, su última creación, El infinito en un junco, es un ensayo atípico que constituye una toma de posición en favor de uno de los inventos más revolucionarios de la humanidad: el libro. Su obra constituye un canto de amor a las librerías, a las bibliotecas y a las escuelas, y un recorrido absolutamente sugerente por treinta siglos de historia libraria recogidos con un esquema que pretende recordar al de Las mil y una noches, en las que las historias librescas se entrecruzan entre sí y van dando lugar a otras diferentes.

Irene Vallejo iba a estar esta semana en dos actos en la Región de Murcia, por un lado en la biblioteca del Centro Cultural Ramón Alonso Luzzy dentro del programa Cartagena Piensa y, por otro, en la Universidad de Murcia, en la sala Mariano Baquero de la Facultad de Letras. Sin embargo, ha tenido que cancelar las citas por enfermedad.

¿Qué nos puede aportar el mundo clásico en una sociedad como la actual, hecha de prisas y redes sociales y en la que la instantaneidad, y no lo importante, es lo que prima?

Creo que, precisamente, el contrapunto; ese contraste con la fugacidad con la que todo pasa y nada dura, con este mundo en el que solo vivimos rodeados y sumergidos en modas, en tendencias. Los clásicos nos anclan a las cosas esenciales. La mitología antigua tiene el don de expresar y contener todo lo que nos afecta: nuestros miedos, nuestras pasiones, nuestros duelos? Los descubrimientos de griegos y romanos nos interpelan desde el pasado. Yo creo que conocer lo que nos ha precedido, con sus errores y sus logros, es la única forma que tenemos de modelar el futuro, aprendiendo de lo que ha acontecido.

¿Los clásicos ya lo han dicho todo?

Yo creo que la humanidad está constantemente buscando formas nuevas de decir lo que ya hemos sentido, lo que ya hemos vivido, lo que ya hemos experimentado. Y es cierto que cada época necesita de sus inflexiones distintas -aunque estemos cantando la misma canción necesitamos cambiar los estribillos-, pero a mí siempre me ha tranquilizado la voz de los antiguos, y sentirlos tan próximos en sus angustias y sus miedos, sentir que ha habido personas que se han sentido como nosotros ya hace milenios.

No se agotan los mitos, ¿por qué?

Nunca, nunca se agotan. Los mitos son las historias que mejor han funcionado a lo largo del tiempo. Han ido pasando filtros sucesivos siglo tras siglo, y si no hubieran sido historias que tienen una capacidad universal de emocionar y de explicar, habrían caído en el olvido.

Y siguen existiendo.

Son un prodigio de supervivencia. Todos esos mitos a los que seguimos acudiendo (Orfeo, Ulises, el laberinto?) nos están contando algo esencial. Y hace muchos milenios que no queremos vivir sin los mitos, seguimos acudiendo a ellos. Estamos acostumbrados a vivir con historias tan antiguas que hemos perdido el asombro ante el hecho de que las primeras historias del mundo Occidental sigan vivas todavía hoy, con lo frágiles que son las historias...

Y siguen inspirando las historias que nos llegan ahora.

Cuando voy a los institutos insisto a los estudiantes en que la mayoría de las sagas juveniles que ellos ven en el cine o leen en los libros están inspiradas en los mitos. Por ejemplo, la saga de Harry Potter está escrita por una filóloga clásica como J. K. Rowling, y tiene muchas referencias al mundo antiguo. El Corredor del laberinto lleva ya en su nombre el mito del Laberinto, y Las crónicas de Narnia son de C. S. Lewis, que también era filólogo. Y Tolkien estaba totalmente fascinado por los mitos cuando escribió El Señor de los Anillos.

Hay como un doble discurso en todo esto: por un lado, estamos diciendo que el mundo antiguo, el latín y el griego, ya no tienen lugar en el mundo contemporáneo, sin embargo, está inspirando a una enorme cantidad de creativos, de escritores, de guionistas, en el mundo contemporáneo. Lo negamos y al mismo tiempo acudimos a ellos sin cesar, constantemente.

Háblenos de su último libro, El infinito en un junco .

Empecé a escribirlo hace cuatro años, en un momento en el que había muchos mensajes y pronósticos que anunciaban el fin del libro de papel, y decían prácticamente cual era la fecha de defunción del libro tal y como lo habíamos conocido hasta entonces. Parecía que el libro electrónico iba a arrasar y acabar eclipsando totalmente toda una cultura milenaria de transmisión en el papel y de determinadas formas de lectura. Ante ese panorama tan apocalíptico, yo, que he estudiado la evolución de los formatos de los libros desde la antigüedad hasta aquí, sentía un impulso de rebeldía. Empecé a escribir un libro cargado de esperanza, para decir que las pantallas han llegado para quedarse y tienen ventajas, pero que no van a expulsar de nuestras vidas a los viejos libros. Quise contar la aventura de treinta siglos de historia. Gracias a los libros han llegado hasta nosotros las mejores ideas de la humanidad.

Pero ahora existen dos formatos distintos de libros que parecen incompatibles.

No es la primera vez que han convivido varios formatos de libros. De hecho, en la antigüedad convivieron durante bastantes siglos el libro de página, que llamamos códice, con su antecesor, que era el rollo. Y lo que pasa en esas épocas, cuando conviven varios formatos, es que se especializan cada uno de ellos en aquellos usos para los que son más aptos y para los que ofrecen más ventajas. Mi obra es una llamada a no matar a los libros tan rápidamente y ser conscientes de que han sido los protagonistas de una gran aventura épica.

Un ensayo apasionante por lo que cuenta, que ha tenido una excelente acogida.

Ha tenido un recibimiento bastante asombroso para mí, sí. Al decidir escribir un ensayo era consciente de que parte del público siente prejuicios ante este género...

Pero es un ensayo un tanto atípico...

Sí. Éste es un libro muy narrativo, también tiene fragmentos poéticos y sentido del humor, ingredientes que no son habituales en el ensayo académico. Pero, a pesar de eso, yo pensaba que sería un libro minoritario, y aquí estamos, con nueve ediciones ya desde octubre...

¿Cómo fue el plantearse escribir El infinito en un junco ?

Mi planteamiento básico era incardinar el ensayo en el esquema de Las mil y una noches. Esas historias que contienen muchas historias dentro, que cuentan una anécdota o un episodio y enlaza con el siguiente, lo interrumpe y vuelve otra vez al cauce principal, todo con una estructura, pero con ese juego de llevar al lector de anécdota en anécdota y de personaje en personaje, y tratar de despertar el asombro.

Cuando nos enteramos de toda su historia [la de los libros] es posible que los miremos de otra manera, con una mirada de asombro de lo que ha significado toda esa historia y el cambio que supone el paso en el que los libros eran privilegio de unos pocos. Por ello El infinito en un junco es un canto de amor a las bibliotecas, a las librerías, a las escuelas..., a todos los que han facilitado esa transformación. Y a los espacios auténticamente democráticos de acceso a la cultura y al conocimiento.