Imagino que todos ustedes, los que han llegado a esta página del periódico, hasta este preciso artículo escrito sobre el agua, han sido niños alguna vez. No quisiera robarles la infancia, aunque sospecho que a estas alturas del partido para muchos ya forme parte de un reino difuminado, una tierra solamente visible a través de los prismáticos, muy de tarde en tarde. No soy pesimista. En cierto momento, la infancia aparece solamente como un arlequín, en una esquina de la casa, delante de un objeto perdido hace años, para recordarnos el mundo que fuimos y la vulnerabilidad de los años. Hay tanta melancolía en unas gafas o en una pelota como en una fotografía. Yo mismo me he sorprendido frente al espejo buscando marcas al afeitarme que me acercasen a mis antepasados.

Hace unas semanas, buscando entre mis libros, encontré una vieja edición de Peter Pan, de James M. Barrie. Durante mucho tiempo, el libro provocaba una especie de hechizo en mi casa. Mi hermano y yo crecimos con el cuento infantil. Lo leímos, cada uno en su momento, con una distancia de cuatro años. Cuando él empezaba a juntar las letras en el papel, yo estaba viniendo al mundo. Cuando yo leía con soltura las historias de Peter y el Capitán Garfio, él ya había dejado de leer cuentos. Pero aquella historia londinense siempre nos unió. Fue traspasando las etapas vitales. Nos encontramos, de tanto en tanto, entre las líneas del libro, leído muchos años después. Creímos habitar el País de Nunca Jamás y con ese espíritu viajamos a Londres, a Kensington Park ante la estatua de Peter Pan, donde el joven toca la flauta y camina sobre otros niños.

Estaremos de acuerdo en que Peter Pan es una obra compleja. Como los grandes libros, sus lecturas son innumerables: desde la inocencia de unos niños en verano hasta el limbo cristiano de los que han muerto antes de conocer a Dios; cada lector que se acerca a Peter Pan no queda indiferente. La idea original es fruto de una obra de teatro, estrenada en 1904 y su título es Peter Pan, el niño que no quería crecer. Tras el éxito, se publicó una serie de cuentos, que pueden leerse como una novela, titulada Peter Pan en Kensington Park.

El argumento del libro se distancia de la idea común del Peter Pan infantil. Peter es un niño de diez años que no crece. Se comporta de forma egoísta y cruel, propio de su edad. Campanilla, un hada diminuta, lo encuentra recién nacido en Kensington Park. Había sido abandonado. Decide rescatarlo y llevarlo al País de Nunca Jamás, una lugar mágico, fuera del mundo conocido, donde el tiempo no existe. Allí, otros niños como Peter, también son privados de crecer. Son los Niños Perdidos. Su vida es una continua aventura de supervivencia, contra un grupo de piratas capitaneado por Garfio, un temido personaje inspirado en el capitán Ahab de Moby-Dick al que le falta la mano derecha, amputada en una batalla legendaria por el propio Peter Pan.

Pero la historia es interesante desde muchos puntos de vista. Peter Pan vuela de tanto en tanto a Londres, a la ventana de la casa de la familia Darling. Allí encuentra a Wendy, una niña de doce años que se enamora de él. Wendy será una madre para todos los Niños Perdidos. Pero ella extraña a su familia y decide volver a casa. Elige crecer, tener preocupaciones, remordimientos, fracasos y enfermedades. Su elección es ser humana y vivir en el mundo de la realidad. La imagino despidiéndose del País de Nunca Jamás, recitando No volveré a ser joven de Gil de Biedma. Wendy renuncia a Peter Pan. Rechaza el amor idealizado e infantil para abrirse a la vida adulta y al desencanto. Entre medias, la rivalidad con Campanilla hace que el hada intente asesinarla. Al fracasar, probará con el suicidio, aunque finalmente se salva.

El propio País de Nunca Jamás es un territorio misterioso y lleno de crueldad. Los niños no pueden crecer porque están muertos. La infancia perpetua en la que viven es un paraíso al que se aferran tras la vida. Son niños que han fallecido con una edad tan corta que la vida no les ha dado la oportunidad de equivocarse. Huérfanos, como Peter Pan, viven eternamente en un mundo sin relojes. Matar al capitán Garfio es su misión diaria, pero jamás lo podrán conseguir porque viven atrapados en un tiempo que no avanza. En el País de Nunca Jamás todos los días son el mismo día. Cada personaje interpreta un papel que se repite hasta la infinitud. Un juego eterno.

James M. Barrie contó el origen de su obra, marcada por la tragedia. Su hermano mayor, llamado David, murió con tan solo 13 años, y el impacto fue tal en su familia que continuaban hablando del hermano muerto como si estuviese aún vivo. Es el origen del País de Nunca Jamás. Los niños fallecidos son acompañados por Peter Pan a su destino, como un dios psicopompo, una especie de Caronte londinense que atraviesa el cielo lleno de humo hasta la segunda estrella a la derecha, al amanecer.

Peter Pan es también esa parte de nosotros que se ha ido, pero que aún pervive en un recuerdo escondido. La esperanza de vivir en los nuevos niños que llegarán. Que el libro de Barry sea ese punto de encuentro entre todas las generaciones. El lugar donde no muere la infancia, donde no existen las facturas ni el cáncer. Donde ver los ojos de un niño descubrir la literatura, esos ojos primerizos que encuentran el País de Nunca Jamás y que no quieren salir de él, hasta que son arrojados a la vida y descubren que los piratas también han sido niños.