Hoy nadie (absolutamente nadie) se atreve a juzgar su obra; casi que ni a ponerle 'peros'. Y es posible que los haya -nadie es perfecto, ni siquiera él-, pero hace mucho que su palabra es referencia absoluta, canon, incluso dogma. Hoy, en 2020, William Shakespeare es -sigue siendo- un santo privilegiado en el altar de las letras, pero esto no siempre fue así... No es algo inusual -recuerde, lector, que Van Gogh, por ejemplo, murió en la más absoluta miseria-, pero no deja de sorprender. ¿De verdad alguien se atrevió en algún momento a poner en duda la calidad de sus textos? Sí. Pero no fue uno solo, ni unos pocos. No. La oposición al poeta y dramaturgo inglés fue tendencia extendida durante el siglo XVIII y los primeros años del XIX, cuando su obra cruzó al continente europeo -a Francia, concretamente- de la mano de Voltaire. El filósofo parisino fue, de hecho, el líder de aquella corriente, un líder intelectual para quienes tacharon sus obras de "monstruosas", en palabras del dramaturgo español Leandro Fernández de Moratín en 1798. Porque sí, aunque fuera simplemente como consecuencia de las críticas, Shakespeare acabó llegando a nuestro país -también a Italia- y, para entonces, tomar partido en el debate entre sus detractores y defensores se convirtió, casi, en una obligación entre los amantes del teatro. No obstante, en medio de esa encarnizada batalla dialéctica, dos murcianos ilustres ayudaron - uno más que otro...- a decantar la balanza en favor del autor de tragedias como? Otelo, Hamlet, Macbeth y El rey Lear; o, en otras palabras, en favor de la razón.

Esta historia, que debidamente ambientada y ornamentada podría firmar el propio Shakespeare (1564-1616), ha sido recientemente recogida en las páginas de un libro por el catedrático emérito de la Universidad de Murcia Ángel-Luis Pujante, que lleva años estudiando la vida y obra del autor isabelino. De hecho, desde el año 2000 ha desarrollado una fecunda labor de investigación acerca del impacto y la presencia de Shakespeare en nuestro país y, en la actualidad, está considerado como el principal traductor del icónico dramaturgo inglés al castellano (colección Austral, Teatro Selecto y Teatro Completo en Espasa Clásicos). "Al final, llegó un momento en el que llegué a la conclusión de que, después de tantos años y de una serie de artículos y ponencias acerca de mi trabajo, era la hora de escribir un libro", señala el filólogo murciano. ¿El resultado? Shakespeare llega a España. Ilustración y Romanticismo (Editorial Antonio Machado, Madrid, 2019), que, efectivamente, se centra en esa "primera etapa" del autor británico en la Península, en recrear la "polémica" que su obra suscitó y en cómo se acabó superando, en parte, gracias a la labor de personas como el murciano Julián Romea y el cartagenero Isidoro Máiquez.Oposición neoclásica

No obstante, conviene aclarar primero cuál es el contexto al que se enfrenta la obra de Shakespeare tras cruzar el Canal de la Mancha en el siglo XVIII. "Cuando él [por sus textos] llega al continente europeo, sus trabajos no encajan en las reglas y principios del teatro clásico del momento", señala Pujante (Murcia, 1944) en una entrevista con LA OPINIÓN, que remite a esta Redacción a un artículo que publicó con motivo del lanzamiento del libro en la revista Artescénicas de la SGAE. En él, explica el porqué de opiniones tan agresivas como la de Moratín o el jesuita Javier Lampillas, para quien Shakespeare era "un poeta que no conoció el arte ni la decencia": "Cada uno a su modo, se hacían eco, incluso a la letra, de los juicios que el neoclásico Voltaire estuvo difundiendo desde 1734, en los que presentaba a Shakespeare como un salvaje, un autor de 'irregularidades bárbaras' y de 'farsas monstruosas' que no observaba las unidades de acción, tiempo o lugar y violaba las reglas de orden, decoro y verosimilitud". Y es que aquello de que Otelo empezara en Venecia y terminara en Chipre o, simplemente, que la trama abarcara más de 24 horas, era algo que el público europeo no era capaz de encajar; y menos, el español, que, para más inri, se había visto envuelto en la polémica entre los tradicionalistas, defensores del teatro del Siglo de Oro, y los clasicistas, seguidores del teatro neoclásico francés.

Aquello -la oposición o no al teatro de Shakespeare- se acabó convirtiendo en una cuestión de estado entre aficionados, dramaturgos e intelectuales del mundo de las letras. "Mucha gente se sentía obligada a tomar partido y, en ocasiones, entraban al debate sin conocimiento de causa, hablando de Shakespeare 'de oídas', por lo que habían leído a este u otro crítico", apunta Pujante, que recuerda una anécdota protagonizada por el escritor y político Antonio Alcalá Galiano: "Él vivió durante algún tiempo exiliado en Inglaterra, huyendo de la persecución de Fernando VII. Era un señor muy culto, muy leído y que hablaba inglés desde muy pequeño, así que durante su estancia en las islas obtiene una cátedra en un college británico y, como divertimento, se acostumbra a visitar los teatros londinenses. Así, cuando regresa a España tras la muerte del rey, le invitan a intervenir en una serie de coloquios en el Ateneo de Madrid en los que se plantea la calidad de Shakespeare como dramaturgo, y en una de ellas el debate acaba centrándose en la unidad de lugar en Otelo, con una oposición frontal por parte de los neoclásicos, que defienden que la obra debe transcurrir en un mismo sitio. Es entonces cuando les dice una frase muy significativa: 'Señores, yo he ido a ver Otelo ", apunta, entre risas, el profesor Pujante, que añade, motu proprio, a la declaración: "Ustedes están criticando algo que ni siquiera conocen. Quizá si tuvieran la oportunidad de experimentar ese 'viaje' cambiarían de opinión".

Y es que, para entonces, algunos teatros españoles ya habían comenzado a 'representar' (muy entre comillas) al polémico dramaturgo. "El problema es que a finales del siglo XVIII sus obras todavía no han sido pasadas al castellano, y lo poco que puede verse de Shakespeare en nuestro país es en adaptación; es decir, no se le representa traducido directamente del inglés, sino a través de una serie de versiones neoclásicas francesas", explica Pujante, que apostilla: "Y, claro, aquello no era Shakespeare". Se adaptan los tiempos, el espacio..., los textos se rehacen en acuerdo con los principios del teatro de la época. Esto, evidentemente, tiene sus contras -se estaban desvirtuando sus obras-, pero también ayudó al público a ir entrando en el universo trágico del autor isabelino. Y es en este punto en el que aparecen dos de los murcianos más ilustres de nuestras artes escénicas, cada uno con su particular visión de cómo Shakespeare debía llegar a España.

Romea y Máiquez

"El primer intento de llevar a la escena española un Shakespeare 'auténtico', traducido directamente del inglés, tiene lugar en el madrileño Teatro del Príncipe el 13 de diciembre de 1838 de la mano de Julián Romea. Fue con Macbeth, pero no gustó", asegura Pujante, que apunta que el murciano interpretaba el papel protagonista. "El montaje -continúa- apenas duró cuatro noches en cartelera; los motivos de por qué fue así los explico en el libro2, señala con sorna. Muy diferente fue lo que le ocurrió a Isidoro Máiquez algunos años antes con una versión adaptada de Otelo. "Traducido, según Larra, 'a no se sabe qué lengua', este montaje [en el teatro de los Caños del Peral de Madrid] tuvo, sin embargo, un éxito extraordinario desde que se estrenó en 1802 con el cartagenero en el papel titular hasta nada menos que 1844. Además, en torno a él se creó una 'otelomanía' teatral y social, en la que obras relacionadas, como el Otello de Rossini, el Caliche o la parodia de Otelo y la comedia Shakespeare enamorado -en la que éste aparece escribiendo Otelo-, se beneficiaron de la popularidad de la tragedia y contribuyeron a reforzarla", apunta el experto murciano en Artescénicas.

"Máiquez tuvo mucha suerte con esta obra -insiste, en declaraciones para LA OPINIÓN, Ángel-Luis Pujante-. Gozó de gran aceptación no solo por parte del público, sino también de la crítica, e incluso continuó representándose durante décadas tras su muerte; la diferencia de repercusión cultural con respecto al montaje de Romea es importante", señala cuando se le pregunta por la aportación de estos dos murcianos a la aceptación de Shakespeare en nuestro país. "Aunque fuera una adaptación neoclásica [por Otelo], contribuyó decisivamente a que en España se entendiera un poco mejor su obra, ya que, a fin de cuentas, respetaba el conflicto básico de la obra -Otelo mata a su mujer por celos-; además, el hecho de que fuera puesta en circulación por Máiquez, que era una estrella entonces, ayudó a que el público se decidiera a darle una oportunidad y, dado que Otelo es, en cierto modo, una especie de tragedia domestica, llegó mejor a los espectadores que, por ejemplo, Macbeth, con sus reyes y sus príncipes", explica.

El Romanticismo, en su oposición a los postulados neoclásicos, acabaría por confirmar a Shakespeare como uno de los grandes dramaturgos de la literatura universal; de hecho, el británico, por su conflictiva llegada al resto de Europa, acabó por convertirse "en una especie de santo": "Lo canonizaron. Se convirtió en el ejemplo de que se podía producir buen teatro sin atenerse a esos principios y reglas preestablecidas que habían dominado el continente, y ya solo fue cuestión de tiempo que alcanzara el estatus que hoy ostenta", concluye Pujante.