Pablo Genovés (Madrid, 1959) se define como "un constructor de imágenes" y elude evidenciar ciertos aspectos de su obra a través del lenguaje verbal: hago imágenes porque no me llevo muy bien con las palabras. "Creo que muchos artistas hacemos nuestros discursos teóricos a posteriori, una vez finalizada la obra, y nos preguntamos sorprendidos '¿Qué me ha salido? ¿Qué quiero contar? ¿Cuáles son mis inquietudes?'. Este espejo -afirma-, que es tu propia obra, es lo interesante de ser un artista plástico".

Considera que la actividad artística consiste en una constante sucesión de decisiones, tanto a nivel temático como formal, y esa permanente exigencia de criterio es lo que hace que sea tan estresante, agotador y apasionante a la vez: "En esta búsqueda aparecen mis más recónditas obsesiones: las aguas en todas sus versiones, el cambio climático, el paso de la vida, las transformaciones de las utopías humanas ahora en distopías", afirma.

En Umbral, el quinto trabajo del artista en colaboración con la galería Artnueve, dirigida por Mª Ángeles Sánchez Rigal, continúa conjugando las dos máximas de su producción: la pulsión apropiacionista y la visión apocalíptica del mundo construido por el hombre.

Isabel Durante escribe en El umbral de la intemperie, texto que forma parte del catálogo de esta exposición, que se trata de representaciones que combinan "lo analógico y digital, (€) desbordadas por fenómenos naturales", donde Genovés se posiciona de forma crítica ante la "explotación de recursos naturales y la huella de la actividad humana en la naturaleza".

En una distendida charla, conversamos sobre estas cuestiones, donde también hay cabida para temas tan diversos como la literatura o la situación del arte contemporáneo en España.

Su obra, centrada en el cambio climático, alude a la capacidad reflexiva del arte, ¿es una llamada de atención al espectador?

Sí, el hecho artístico es eso, en todas sus versiones. Los artistas, en realidad, lo que queremos es desvelar inquietudes, preguntas, miedos, sueños. No eres artista si no tienes algún tipo de sensación interior que te llama, te molesta, te urge. Me imagino que todas las personas lo sienten igual, pero no le dan una salida física. Tal vez, el espejo que es la obra de arte se convierte en el vínculo que logra que todas las personas de diferentes ámbitos puedan encontrase y piensen sobre su propia vida. Una obra de arte es para mirarse. Y, a veces, es para interactuar con ella, se interpone en tu vida; vas a una exposición, vuelves a ir porque no has acabado de entender de qué iba€ Prestar atención al arte es estar vivo. Poner en cuestión tu manera de entender la vida, de pensarla o la forma de entender como otros la vivieron y entendieron. Por ahí va la cosa.

Usted defiende la diferencia entre las palabras y las imágenes. ¿Qué quiere decir con esta afirmación?

Entiendo la necesidad de poner palabras al arte -por ejemplo, en una entrevista-, pero, al mismo tiempo, se está perdiendo la importancia que tenían las imágenes en sí mismas, con unos discursos cada vez más teóricos y complicados que hacen que la mayoría de la gente abandone el arte y este se quede para expertos; si no tienes la clave de las palabras y de los conceptos pierdes comba. Estamos viviendo en un momento un poco difícil para el arte porque si los creadores se apartan del público, el público se aparta de ellos, de manera que, por ejemplo, el dinero destinado para el arte por el Estado ya no le parece bien a ese público, y es solo el mercado puro y duro el que acaba regulando el arte que se muestra, es una ecuación difícil de resolver -sostiene-. Y, en realidad, todos tenemos culpa. Una sociedad que no mira a sus artistas es una sociedad cada vez más ignorante y la ignorancia lleva a servidumbre y a insatisfacción. Creo que el arte es una herramienta para pensar y también una fuente de placer, de las pocas que hay en la vida -aclara-. El capitalismo nos obliga a que pongamos el placer en la compra como obsesión pero el arte puedes no poseerlo; puedes verlo, pensarlo, compartirlo, disfrutarlo como una experiencia.

Si la imagen es un lenguaje con significado, ¿necesitamos educarnos en cultura visual?

Sí, sí, por supuesto. Creo que, ahora mismo, al alumnado en los colegios se les enseña el arte muy mal. La gente, a veces, no sabe ver arte porque se enseña mal, no se da libertad a los alumnos para crear. Es necesario que todas las personas que acaben los estudios tengan experimentada la libertad de creación y que no ocurra es un gran fracaso social. Siendo niños tenemos un potencial maravilloso para que nos permitan abrirnos a la vida y a la libertad de pensamiento, todo eso está muy censurado. Hay materias cada vez más obsoletas. El arte tiene ahí un papel interesantísimo para abrir las mentes, sobre todo para una sociedad que cada vez nos va a pedir más retos de invención y nuevas ideas originales y creativas.

La encrucijada que tenemos que afrontar los humanos en los próximos años, con el cambio climático, va a necesitar de estas nuevas ideas; será necesario hacer las cosas de una manera diferente, cambiar los modelos actuales por unos nuevos, porque estamos realmente en un momento muy dramático para la especie humana. Lo actual está obsoleto y aún no ha llegado lo nuevo; son años rápidos, pues el tiempo se nos acelera en todos los sentidos, pero lo nuevo no acaba de llegar

Aborda la imagen desde una perspectiva natural y como acción social, ¿es conveniente pensar qué nos dicen las imágenes?

Sí, sobre todo desde la creación. Creo que en España la educación artística se practica, en niveles ya universitarios, de una forma muy teórica. En los últimos años casi todo el arte camina hacia ahí. Veo que todo son palabras; los artistas no experimentan la libertad del arte; es una enseñanza muy constreñida, gente muy poco creativa. La gran mayoría de profesores se amoldan a textos. Nos hemos vuelto constreñidos.

En España, el gran problema de la enseñanza del arte es, en primer lugar, que los profesores, en su mayoría, no son artistas, cosa fundamental. Claro que tiene que haber también teóricos, pero la gran mayoría deberían de ser artistas en activo, que cuenten a sus alumnos qué es ser artista y eso no está pasando. Así nos va.

¿Cómo cree que nos va?

La situación del arte en España es tremendamente mala. Si te fijas, no hay una sola bienal ni exposición importante en la que haya artistas españoles. El mercado español está totalmente denostado. Y eso viene, quizá, de esa corriente teórica que ha entrado en nuestro país, que lo ha paralizado todo. Los artistas piensan, piensan, piensan y los coleccionistas nos han abandonado, han perdido la fe en nosotros. Pero, ¿cómo fomentas el coleccionismo hacia un arte que no entiende nadie? -se pregunta. Pues es difícil. Aún así, tiene que existir todo tipo de arte. Yo no estoy en contra de nada -aclara de forma rotunda-. El arte es libertad y tiene que haber de todo. Resumiendo, creo que necesitamos ayudar al arte más trasgresor desde el dinero público y potenciar con una ley de mecenazgo el mercado del arte privado, es urgente.

Considera que hay una tiranía de la palabra sobre la imagen.

Entras a un museo y lo primero que te colocan son unos cascos que explican las obras. Pero es que eso no es así. Para ver arte tienes que ir desnudo. ¿Cómo nos van a conducir a lo que tienes que pensar delante de ese cuadro? -cuestiona-. Es una tiranía de la palabra sobre la imagen, pero no solo en España, sino en general. Lo veo una equivocación muy grande. Lo que tienes que sentirte delante de un cuadro es libre. Con cada autor tienes que vivir su obra, sentirla. Ser libre de interpretar.

¿Qué dicen sus obras?

Pues no sé [duda]. Esta última serie que estoy presentando en Murcia es como un grito desesperado. La estaba mirando en la exposición, ya colgada, y creo que es un grito de terror. Se me han hecho muy dramáticas las piezas. Puede que acabe una época. El agua llega, pasa y se ve lo que queda. Lo habéis vivido vosotros en Murcia en vuestras propias carnes -añade apesadumbrado-.

Creo que también hablan de muerte, del final, del abandono, cosas que se me van de las manos, en realidad. Muchas veces me pregunto -a todos los artistas nos pasa, dice-¿y eso lo tengo yo dentro? Se te va de ti mismo. No sabes que piensas eso y sale, de repente. Me veo un poco en manos de la obra. Esta te va llevando y llevando. Tiene también un poco que ver con la idea inicial, pero nunca es lo que has pensado al empezar. La vida misma es así.

¿Encuentra, a menudo, ese factor sorpresa?

Trabajo mucho con el ordenador, con fotografías apropiadas antiguas y muchas otras las he hecho yo -en esta última exposición hay bastantes realizadas por mí a la manera antigua, con fotografía analógica, para que convivan con fotografías originales antiguas. Es una falsa memoria; el ordenador me permite mucha facilidad de trabajo rápido e intuitivo. Por ejemplo, un pintor tiene que pensar mucho más cómo va a ser el cuadro y el ordenador, en mi caso, te permite más libertad de ir mezclando, de interactuar con las imágenes, combinar unas con otras. Es un fotocollage muy sencillo lo que estoy haciendo. Es muy dinámico y rápido. Trabajo en momentos muy intensivos; he realizado todo el proyecto este verano pasado en Berlín y después paro. No trabajo todo el tiempo la parte creativa. Por ejemplo, mi padre [el artista Juan Genovés] tiene que hacer horas y horas, ya que es un trabajo muy lento.

Usted utiliza el fotomontaje en blanco y negro. ¿Qué significa? ¿es más dramático?

Sí, el blanco y negro para mí es intemporal. Esa sensación de pasado, pero un pasado sin fecha. Busco, una historia que es mentira, como todas las historias, que es futuro o pasado, no se sabe. Esa indefinición a mí me gusta, para que el espectador se sienta un poco perdido. Los artistas queremos que el espectador entre en la obra y todo recurso es bueno. He hecho algunas cosas también con color [fotografía intervenida], pintando sobre fotos antiguas. Pero utilizar imágenes a color aún no me ha llegado. Igual me llega. El pasado de la fotografía en color es muy reciente, de los años 60, y para mí eso es muy cercano, tiene connotaciones de mi propia vida. Prefiero pensar más en una vida lejana, la de los otros. Mi blanco y negro tiene dominantes de amarillo y magenta, es un blanco/negro muy colorido -exclama.

El blanco y negro original analógico es muy azulado. Y a mí me gusta mostrar que el tiempo lo ha teñido, jugando con los sepias. Como si fuera un papel usado.

En sus trabajos, ¿pretende traer el pasado al presente? Quizá por el sentido cíclico de la vida.

Sí, absolutamente. Creo que el tiempo es circular y aunque tenemos esa idea de que vamos del pasado al futuro, en el fondo vamos viajando en el tiempo. Son esas teorías de que tú vas en el tiempo también.

Las veo como una llamada de desesperación. Son como salvas de atención para los demás. Aunque no sé si los artistas somos importantes como para que se nos haga caso, tú pones tu granito de arena.

¿Y qué hay de sus obsesiones?

Creo que, para los creadores, los límites de lo real y lo ficticio se mezclan bastante. Tendemos a ser obsesivos y le damos vueltas y vueltas a sensaciones repetitivas, esto creo que le pasa a todo el mundo, pero en nosotros es más grave pues acaba tomando forma.

El tema del cambio climático me obsesiona bastante, he leído varios libros y me he dado cuenta de la gravedad de la situación. Pero los seres humanos tendemos a escabullirnos, a ir a lo cómodo y dejar sin solucionar los problemas, sobre todo si son tan contradictorios y complejos como este.

[En este momento de la entrevista nos recomienda sus últimas lecturas: El planeta inhóspito de David Wallace-Wells -"me ha dejado impactado, noqueado"- y El green new deal global, de Jeremy Rifkin]-

[Pablo Genovés ha regresado recientemente de Moscú, donde su padre ha hecho una exposición. Sobrecogido -confiesa- por la abundancia y bonanza en Rusia. Comenta, aturdido, acerca de la superpoblación en algunas zonas del planeta y la sobreproducción en diversos ámbitos].

¿Cree que llegamos tarde?

No lo sé. Estoy un poco pesimista. Tiene que ser un cambio radical. Las últimas noticias del cambio climático son devastadoras y estamos tan tranquilos [ríe para restar dramatismo a la situación]. Estoy muy angustiado. Recuerdo cómo ya en el año 87 un compañero con el que compartía piso en Londres me hablaba de todo esto y es algo que he tenido latente y ha ido saliendo en mi trabajo.

Volviendo a la serie actual, ¿cuál es significado que otorga usted a Umbral

Sí, esa sensación de que entras en un sitio antes del sitio. En la antesala. Es el sitio donde aún no ha pasado nada pero ya intuimos.

Hay una parte de historia real y otra interpretada en sus piezas, ¿cómo se ensamblan para que sea un conjunto coherente?

En ocasiones, escuchando a las propias imágenes antiguas, me dan pistas que sugieren ideas. Otras veces comienzo con una idea preconcebida que surgió en los momentos más dispares; ahí me veo forzado muchas veces a tomar personalmente la fotografía.

¿Cómo sugiere que el espectador contemple su obra?

Con curiosidad, en silencio y con una mente abierta. Una visita a una exposición es un viaje mental. El significado está en manos del propio espectador, hay que ser egoísta y buscar en uno mismo, igual no queremos un significado, una idea escrita; igual solo queremos una sensación, un misterio, un enigma.