Pablo Derqui y María Ribera llegan esta noche al Teatro Romea de Murcia para poner en escena una «obra dura», pero al mismo tiempo muy necesaria. La danza de la venganza muestra la fuerte de discusión de una pareja separada que pelea por la custodia del hijo. «Se trata de una obra de pareja y es normal que al espectador no le apetezca presenciar una bronca, pero tiene una cosa muy teatral que la hace interesante», explica Derqui, quien define esta pieza de Jordi Casanovas -dirigida por Pere Riera- como «un thriller emocional que no sabes cómo va a terminar».

La última vez que vino a la Región lo hizo con Calígula, una obra muy diferente a La danza de la venganza...

Es un palo muy diferente... Aquello era un clásico moderno y ésta es una obra contemporánea de un dramaturgo catalán como Jordi Casanovas y con la que estoy muy contento. Participar en este proyecto es uno de los regalitos que te da esta profesión: poder ser el primero en darle a un texto es una cosa que nunca me había pasado; hasta ahora siempre había tenido algún referente anterior para preparar mis papeles, pero en este caso estoy creando el personaje desde cero, haciéndolo a mi medida. Está siendo muy bonito.

¿Y cómo ha sido ese proceso de creación acompañado únicamente por María Ribera?

Ese también es otro de los factores interesantes que nos planteamos cuando empezamos a trabajar. Es un texto que plantea una discusión de pareja en presente continuo, y esto es algo muy apetecible para un actor porque, en este caso, mi compañera y yo estamos solos, únicamente acompañados por el público, mientras la historia se desarrolla en tiempo real. El patio de butacas acaba siendo cómplice y eso la hace morbosamente divertida.

La obra cuenta con dos personajes en escena, pero en realidad son tres los protagonistas porque el hijo está muy presente...

Como en todas las discusiones de parejas que se separan, hay un niño de por medio, que en esta ocasión es el que desencadena toda la trama. Está muy presente sin estar físicamente y es el arma arrojadiza de los dos protagonistas, que quieren decidir de quién va a ser ese ser humano que nos perpetúa en el mundo.

Así que se trata de un argumento duro, no solo por el tema que trata sino porque además está de plena actualidad.

Sí, la obra empieza con una bronca con la que nos podemos sentir todos identificados, y poco a poco se va enrareciendo el ambiente sin que el espectador se de cuenta. Tratamos precisamente de que el público no se percate de la tensión que va creciendo en el diálogo hasta que es inevitable que les hierva la sangre. En ese sentido, la obra no rehúye de ser un artefacto teatral, y eso la hace tan interesante. A mí me gusta cuando las cosas no rehúyen de sus costuras.

¿Cómo se ha enfrentado a ponerse en la piel de un personaje tan detestable como este?

En mi carrera cuento con todo un catálogo de seres detestables y odiosos; la verdad es que ya ni me lo planteo, y casi que no es una traba, sino un añadido, un aliciente. Si me planteara reparos morales, al final no haría ningún papel. Además, cuanto más reprobable es un personaje, también es más humano. Es bonito tratar de hacer empatizable a personajes que difícilmente lo son porque, cuanto más oscura sea una persona, más luminosas serán las grietas que encontraremos en ella.

La sinopsis de la obra plantea una pregunta: ¿Vivimos inmersos en una violencia sistémica? ¿Ha encontrado una respuesta para esta cuestión?

Se me ha helado un poco la sangre al ver la respuesta del público, que ha sido muy dispar. Hay gente que disfruta muchísimo y hay otros que rechazan la obra porque no lo pasan bien. Además, esto me ha permitido conocer las historias de mucha gente. Parece que estamos en una época en la que las relaciones humanas se pervierten y, en vez de querer, acabamos dominando y teniendo relaciones bélicas y jerárquicas. Tampoco sé si estas historias se dan en mayor o menor cantidad que antes, pero sí es cierto que ahora es todo más explícito. La dominación o el amor mal entendido es un mal que siempre ha existido y esa es una tendencia que debemos cambiar porque yo creo que ahora somos mejores que hace años, cuando la sumisión estaba mucho más asumida.

¿Congregan, pues, público de todo tipo?

Sí, eso es lo que sorprende: obtenemos respuestas de todo tipo de personas porque la adulteración del amor no tiene edad, y la mala interpretación de las cosas puede llegar en cualquier momento. Esta obra también trabaja las afecciones mentales mal llevadas porque uno de los personajes ha sufrido depresión, una cuestión muy a la orden del día y de la que se habla poco.