Desde aquel Buenavista Social Club, la novia del filin es otra. Omara Portuondo, la gran diva de la música cubana, está embarcada en su última gran gira mundial, 'El último beso', y llegó este viernes al Cartagena Jazz Festival .

A sus 89 años recién cumplidos (este 29 de octubre), el corazón le late con pulsión juvenil; todavía tiene la pasión cubana en ella. Vestida con una túnica brillante, su inseparable pañuelo anudado a la cabeza, conmovió al público con su increíble voz y espíritu. La magia estaba en el aire, y ella no decepcionó, pese al mal sonido que tapaba su voz, haciendo que no se entendiese muchas veces lo que decía, pero eso no pareció importar demasiado a sus seguidores, que cantaron y bailaron junto a ella en un Batel lleno.

Omara salió a la palestra glamurosa y coqueta, dispuesta a todo. Cantó y encantó a la concurrencia. El público, listo para bailar y cantar con ella, se metió de lleno.

Con esa voz fuerte, elegante y emotiva, Omara mostró su destreza flanqueada por una virtuosa banda dirigida por el pianista Roberto Fonseca, integrada por el percusionista Andrés Coayo (auténtico rey del timbal y los bongós), el bajista y contrabajista Yandy Martínez y el ardiente baterista Ruly Herrera.

Antes de que ella saliera, el joven pianista cubano, que se dio a conocer de la mano y la voz del añorado Ibrahim Ferrer, interpretó una breve introducción de jazz afrocubano para probar y ajustar niveles. Presentó a Omara como "la más caliente, sexy, bella..." y la condujo a una silla junto a un atril, donde ella permaneció todo el tiempo, luchando por escapar de su frágil y gastado cuerpo, retorciéndose, lanzando sus manos hacia el techo. El propio Fonseca le pasaba las páginas de las canciones, aunque ella apenas recurrió a consultarlas, perdiéndose un poco en alguna canción. El caso es que se la veía mejor aún de lo que cabía esperar. Lo mismo la brisa del malecón cartagenero le aportó algún extra. De hecho cuando a mitad del recital Fonseca se dirigió al público para decir que la cantante se tomaría un descanso, ella lo miró con sorpresa. No daba la impresión de que necesitara un descanso y quisiera marcharse.

La sensación fue de un tono crepuscular. De temario, el sonido de la Cuba inmortal, aunque obvió canciones como Siboney o Chan chan. Los veteranos exhibieron sabiduría; explosión, los más jóvenes. La cantante de Cayo Hueso empezó con Drume negrita, una canción de cuna de reminiscencias africanas a la que Omara aporta dramatización; rescató Adiós felicidad, un clásico del 'filin' firmado por Ela O'Farrill. Y no olvidó clásicos e imprescindibles de su repertorio como La última noche o Dos gardenias, el bolero de Isolina Carrillo, con una inquietante intro a lo 'twilight zone' en la que rememoró a los ausentes, y especialmente a Ibrahim Ferrer, sacándole el máximo partido a su garganta. Con las manos y el micro, animaba al público a cantarla. "¿Se la saben?", preguntaba.

A partir de ese número se unió su nieta Rocío a las voces y las percusiones de mano. Omara regaló su corazón y su emotiva sinceridad, demostrando que domina su arte: conserva el terciopelo de su voz y la intensidad de su interpretación. Con esas armas y un solvente combo de acompañamiento, que se movió con equilibrio entre el montuno y el jazz, celebró con garbo el vigor de la vida a ritmo de 'filin', bolero y son. Mostró su orgullo con Soy cubana, que levantó al público de sus asientos al irresistible ritmo del rey del timbal, que tocaba incluso con los codos.

Bésame mucho

Tras salir Omara del escenario, Roberto Fonseca acometió en trío Abakua -entre cantos yoruba, afrocuban jazz, insertando citas a Quizás, quizás, quizás-, con la que mostró su enorme clase. Se baña en la espiritualidad africana. De su piano sale magia, jazz y cubanía; una mezcla de estos tres elementos fusionada con acordes clásicos. Pero Fonseca es, sobre todo, un pianista de jazz. Durante todo el concierto pasaba del piano tradicional al Rhodes y el sintetizador, inmejorablemente acompañado. Sus manos golpearon las teclas del piano con un toque implacable y a la vez transparente y claro, como le enseñaron los venerables soneros de Buena Vista Social Club. Su música, incluso cuando se arrebata -cubano de pies a cabeza- llega clara. La agilidad y la velocidad de su mano derecha son fuerzas a tener en cuenta (ha declarado a Oscar Peterson y Art Tatum como sus héroes).

Si venía de Cuba, Omara tenía que cantar aquella canción de Matamoros que es casi el himno nacional: Lágrimas negras. Un bolero satinado que empezó con la cadencia del Danzón cubano y continuó como un son montuno. "Si tú me quieres dejar / y yo no quiero sufrir / Contigo me voy mi santo aunque me cueste morir", coreaba el público.

Omara también hizo suya Veinte años, de María Teresa Vera, el bolero que grabó en el disco Buena Vista Social Club junto a Compay Segundo. Cuando esta mujer canta esa canción no hay más remedio que amarla. Y para el final dejó un medley de La sitiera y La sitiera Guantanamera, aunque ella se perdió un poco a la hora de terminarla. Se despidió a media luz con Bésame mucho, escrita por la compositora mexicana Consuelito Velázquez, y cuando cantó lo de "como si fuera esta noche la última vez", coló un "pero no va a ser la última vez".

El colofón a una noche plena de emociones y elegancia. Canciones que forman parte del acervo sentimental de nuestra época. Nadie las interpreta como ella. Sabe dónde respiran, conoce el peso de cada palabra. Estuvo repasando páginas del álbum musical de su vida, mostrando sentimientos a flor de piel. Omara pertenece, por derecho propio, a la raza de los grandes, de los elegidos. La buena música no entiende de edades, sino de sensibilidades compartidas, y hay bellezas que no se marchitan nunca. Un (pen)último beso de los que no se olvidan, como tampoco verla perderse en las cortinas contoneándose y moviendo sus caderas.

Mood Swing realizan el segundo concierto de calle

La actuación de Mood Swing (13.00 horas, en el parque de la calle Miguel Hernández) será la segunda dentro de los conciertos de calle del Cartagena Jazz Festival. Swing, rhythm & blues, rock & roll y chanson son algunos de los elementos estilísticos que definen la propuesta de este trío de músicos de Cartagena. Leo Sánchez (voz y guitarra, Rafa Hernández (contrabajo) y Lucas Albaladejo (piano) traen de vuelta los sonidos que marcaron una época: Louis Prima, Elvis Presley, Ray Charles, Dire Straits, Bruce Springsteen, Ariel Rot o Frank Sinatra.