Antonio Tapia (Murcia, 1965) es esa persona ingeniosa y amable que al encontrarse contigo te envuelve en abrazos afectuosos, reconfortantes. Agradece con cariño que le digan que sigue siendo un chaval, pero se lamenta, encogiendo los hombros, cerrando los ojos y con una gran sonrisa, de que ya no es "tan joven". Esa madurez -tanto física como emocional-, no obstante, va en consonancia con su producción artística, pues el murciano narra en sus obras las fases de la vida del ser humano (gestación, nacimiento, infancia, juventud, madurez y ancianidad), expresadas en relación con los ciclos de la luz que tiene un día (alborada, orto, mañana, zenit, ocaso y lubricán) mediante un lenguaje que aúna conocimiento y memoria.

Esta práctica es fruto de la propia experiencia -no solo porque sufrió un infarto hace unos años, sino porque perdió a su madre, Carmen, a causa de una enfermedad degenerativa del sistema nervioso-, pero también de voces ajenas reunidas en torno a su último proyecto, Emociones cautivasuna muestra inaugurada el pasado viernes en el Muram de Cartagena y conformada por vídeos, dibujos y hechuras de tinta que van construyendo un árbol neuronal y representan la relación entre el proceso artístico y, efectivamente, las etapas de la vida. Esta conexión entre materia y emoción nos adentra en la singular capacidad del arte para activar y potenciar la pulsión vital del ser humano, transformando la inevitable senectud que pende en la vida, en cada instante de su realización, una belleza que nace en el desconsuelo y el amor.

Considerado uno de los representantes más notables de la nueva figuración renovada en la Región de Murcia, en su reciente propuesta habla de la "incomunicación con los demás y con uno mismo: una situación que desemboca en un bloqueo emocional", comenta. El artista expresa su dolor a través del recuerdo, reconstruyendo las experiencias vitales, y relata la historia con "fuerza, coraje, palabras, emociones y neurociencia", como escribe Carmen Antúnez Almagro, neuróloga y directora de la Unidad de Demencias del Hospital Clínico Universitario Virgen de la Arrixaca. "¿Qué es la conciencia? ¿Dónde está -se cuestiona la doctora-? Viejo y nuevo dilema que trae a científicos y filósofos de cabeza: los unos, para localizarla en alguna parte del cerebro; los otros, por entender de qué materia está hecha y cómo funciona", añade.

Para Antúnez Almagro, "las emociones se tornan en las madres de la memoria, creando una huella indeleble en las neuronas" sin distinguir espacio de tiempo. Y precisamente eso es lo que hace Antonio Tapia en Emociones cautivas, un homenaje a la mujer, especialmente a su progenitora, una exposición que nace de un proceso artístico que revela una línea temporal iniciada cuando se enfrenta a la realidad de la enfermedad terminal de su madre. El artista descubre aquí a la figura materna como "transmisora de ideas; madre generosa que renuncia a sus ilusiones por las de sus hijos; dadora de vida, arquetipo referenciado en Las edades de la vida: el viaje de Deméter", un proyecto anterior de Tapia y el origen de la actual propuesta, que toma como referente la investigación científica en los ámbitos de la neurociencia y la psicología.

La muestra "indaga en la relación del ser humano y su desarrollo neuronal, donde el crecimiento emocional y cognoscitivo va aumentando, paradójicamente, conforme al deterioro del nivel físico". Ambos estados del ser humano son representados de forma metafórica en líneas espaciales y temporales. "Cuando no hay palabras, como era el caso de mi madre en un estado de enfermedad avanzada, tienes que reconstruir esa realidad", señala Tapia. En concreto, son reflexiones del artista sobre la existencia a raíz de un hecho trascendental en su vida que afronta "en cinco niveles de investigación: el descriptivo de las neuronas; las edades humanas; la empatía, recopilando información de otras personas sobre las emociones; la asociación simbólica, describiendo mediante metáforas visuales la evolución del conocimiento asociado al tiempo, y una serie de conclusiones personales", constata.

Tapia intenta moldear sus sensaciones: "Comencé, metódicamente, a narrar la vida de mi madre en cuadros; creía que visualizarla iba a desahogar mi alma, pero al acabar la serie vi que faltaban cosas, porque la pintura era una foto fija de un momento y no podía visibilizar la complejidad del concepto". De hecho, la exposición está formada por seis esculturas, tres vídeos, tres acrílicos de gran formato, 41 piezas entre tintas y grafitos y una vitrina retroiluminada. En ella habla de la fragilidad de la memoria: "Los recuerdos están bien, pero son solo eso", añade con nostalgia.

El autor nos sitúa en el contexto de esta investigación: "Como seres emocionales, tenemos vibraciones de alegría, de tristeza, de maternidad. Somos arpas con cientos de cuerdas y cada una de ellas se corresponde con una emoción. La madre es la que se ocupa de transmitir el conocimiento emocional al niño que comienza a aprender. Esa es nuestra arpa, nuestro armazón, que se va enriqueciendo con los distintos tonos que aprendemos de otros. En mi caso, observé que el arpa de mi madre empezaba a desafinar. Ya no era capaz de mostrar sus emociones, de comunicarse conmigo. Perdió el sonido, sus cuerdas se rompieron e intenté recrear la vida de mi madre".

Nos interesamos por cómo materializa sus experiencias vitales, sus anhelos: "Emocionalmente vamos creciendo en conocimiento a lo largo de la vida, así que imaginé cinco esculturas en forma de poliedros regulares que hacen referencia al trabajo y al esfuerzo. Nada, en esta vida, merece la pena sin esfuerzo", aclara. En este sentido, "la esfera sería la perfección, el conocimiento completo. Cuando somos pequeños nuestras emociones son sencillas y muy fuertes. Todo es magnífico. Conforme vamos creciendo trabajamos en el conocimiento. Las manos de las esculturas simbolizan ese conocimiento adquirido", considera.

Advertimos esa secuencia temporal en esta narrativa: "Son las cinco etapas de la vida a través de las manos. Y cada una de ellas va acompañada de 16 cuadros de pequeño formato. Al tiempo, dichas etapas se corresponden con una fase del día", explica Tapia. Aclara que son "opiniones distintas de lo que sería, por ejemplo, el amanecer, y la parte del día, al mismo tiempo, corresponde con un periodo de la vida: si sumo todas esas opiniones tendré una noción más completa de lo que es un amanecer y, por ende, de los recuerdos de la infancia. Y esos recuerdos corresponden al de 15 mujeres que entrevisté, junto a la visión de mi madre que no tiene opinión; está en blanco. Es una forma de entender qué podría haber significado para mi madre esa etapa de su vida. Un modo de conocerla. Porque todas cuentan las mismas ilusiones, lo que hacían cuando eran pequeñas y, al juntarlas, observas las coincidencias".

Esta exposición es fruto de tejer cada día el gran tapiz de la vida con los hilos de los recuerdos, buenos y malos, hasta formar los filamentos invisibles que nos unen, los hilos de la vida que se deshilachan cuando menos lo esperas, provocando una pérdida de memoria y recuerdos. Tapia, quien no soporta el silencio, presenta una creación desde lo más íntimo, mediante obras que van desde la figuración hasta la abstracción, conceptos que son "un análisis introspectivo de sus impresiones", como expone Juan García Sandoval, comisario del proyecto.

En una breve reflexión acerca de su trayectoria, el artista matiza: "No estoy mentalmente preparado para seguir pintando paisajes".