Es la mayor laguna de agua salada europea, una bellísima joya natural que tendría que haberse mimado como se mima lo único, lo que no tiene igual, lo que distingue, lo que emociona y enorgullece. Pero hablo del Mar Menor, y hablo de una administración que no sólo se ha tocado la flor, políticos paletos que aman su tierra llenándose la boca de un folclore rancio y pestoso pero sádicos y criminales con lo que dicen amar, sino que ha sido cómplice de su agonía en connivencia con empresarios sin escrúpulos. Desde el fin de semana, cuando lubinas, gambas, anguilas retorciéndose en la orilla, y todo tipo de crustáceos varados en la arena buscando una salida sin futuro por falta de oxígeno, cuando las primeras imágenes del holocausto saltaron a los medios, ya era tarde. Moría el Mar Menor, una muerte anunciada.

El desastre tendría que rebanar algunos kilos de grasa de sus barrigas satisfechas a los políticos que se ponían horas antes la medalla de recibir a Felipe VI y a Letizia Ortiz a pie de playa pero incapaces de nada más. Panda de inútiles. Es una vergüenza para la Región de Murcia, un camino señalado de salida para el gobierno en pleno del simplón Fernando López Miras que apuntilló hasta la asfixia a un mar enfermo. Ni DANA ni puñetas, incapacidad. La flota de barcos pesqueros del Mar Menor debería emprender un viaje de alucinados cabreados con una carga de peces podridos y llegar a las puertas de San Esteban y alfombrar la entrada de los despachos ya que en los mercados nadie quiere pescado de la laguna. Es un desastre sin matices. Los informativos y magacines, a pesar del monopolio catalán, ya han empezado a fijarse en este apocalipsis murciano.