Amadeo Modigliani tuvo en Manuel Ortiz de Zárate a un «ángel» -así lo define Antonio Lucas en un artículo para El mundo en el que repasa el 'viaje al infierno' del pintor y escultor de Livorno-, y, sin embargo, ni siquiera él pudo salvarle de la muerte el 24 de enero de 1920. Tuberculosis, meningitis y una vida de excesos acabaron con un genio cuya fama le sobrevino una vez desaparecido. Afortunadamente, fue un hombre muy querido por sus coetaneos, que pagaron «el entierro más fastuoso del momento en París»: amantes, pintores, músicos, poetas y actores acompañaron al féretro con el cuerpo -tan solo un día después del deceso- hasta el cementerio Père-Lachaise de la capital francesa; un tour del que tenemos constancia gracias a una pintura del salmantino Celso Lagar.

Pues bien, esta es tan solo una de las muchas historias -si bien, la más significativa- que guarda París Vivant. De Montmartre a Montparnasse, una exposición que se inaugurará el próximo 3 de septiembre en el Almudí y que, como su propio nombre indica, pretende ser testigo de aquellos años de efervescencia artística que impregnaron las calles de la Ciudad de la Luz en el periodo de entreguerras. Para ello, el céntrico palacio murciano cuenta ya con obras de cerca de medio centenar de pintores -también hay alguna referencia escultórica, como La celliste, de Emmanuel Mané-Katz- que durante aquellos años convulsos de la primera mitad del siglo XX, y desde sus estudios en los barrios a los que alude el título de la muestra, rompieron con las convenciones impresionistas que habían dominado el mundo del arte desde el último tercio del XIX. Son los casos de Ortiz de Zárate, representado con el bodegón Nature morte aux fruits; Celso Lagar, cómo no, con Entierro de Modigliani (1920), y el propio maestro italiano, con dos dibujos que, a buen seguro, serán para muchos lo más atractivo de esta impresionante exposición.

En concreto, Modigliani 'aporta' a Paris Vivant dos retratos: uno de la escritora inglesa Beatrice Hastings -seudónimo de Emily Alice Haigh- y otro de un tal 'Abdul', al parecer, un príncipe tunecino al que conoció como esposo de Beppo, una artista británica con la que el italiano tuvo un pequeño affaire. Curiosamente, Hastings, inmortalizada al óleo por Modigliani en numerosas ocasiones, también fue -además de musa y compañera de apartamento durante su etapa en Montparnasse- amante del malogrado pintor transalpino. Como podrá apreciar el lector, las historias se suceden entre las piezas de esta exposición. Y esa es la idea.

En cuanto al resto de firmas que acompañan a Modigliani, merece la pena destacar la del murciano Pedro Flores, que en 1928, después de recibir varios premios y buenas críticas en nuestro país, recibió una beca para continuar su formación en París; ciudad en la que pasaría prácticamente el resto de su vida, a excepción de los años de la Guerra Civil y un breve periodo de tiempo en el que se trasladó a Murcia, al final de su vida, para decorar la cúpula del Santuario de la Fuensanta. En el Almudí, Flores cuenta con cuatro obras: Femme devant le mirroir, (1939), La femme dans le toilette (1945), el bodegón Nature morte (1942) y La Place du Tertre (1950), que muestra uno de los espacios más activos de Montmartre durante aquellos maravillosos años de inspiración colectiva.

No obstante, París Vivant mostrará la obra de hasta ocho pintores españoles más -sin contar, además de a Flores, al ya citado Lagar-: los catalanes Joaquim Sunyer, Pere Créixams y Mariano Andreu; el vasco Juan de Echevarria; Ismael de la Serna, amigo personal de Federico García Lorca, y Ginés Parra, Emilio Grau Sala y Bores, todos ligados a la llamada Escuela de París y relacionados con Picasso, Juan Gris y compañía. Pues la Ciudad de la Luz, insistimos, daba cobijo entonces a infinidad de artistas venidos, muchos de ellos, de los lugares más recónditos; buen ejemplo de ello son el japonés Foujita o el estadounidense Frank Bogg. Así, en la muestra que ocupará el Almudí hasta la segunda semana de noviembre, también podrán contemplarse obras de los rusos Leonardo Benatov y Ossip Lubitsch, un bodegón del holandés Willem van Hasselt, un par de paisajes del polaco Nathan Grunsweigh, otras dos piezas del belga Charles Kvapil y un linezo del ucraniano Arthur Kolnik, entre otros.

Aunque, por supuesto, son los artistas galos los que dominan París Vivant. Gustave Madelain, Georges Cyr, Leon Suzanne, Maurice Louvrier, Pierre Dumont, Henri Ottmann, Marcel Cosson, Jules-René Hervé, Alphonse Quizet..., una muestra significativa de lo que ocurría en aquellos años de entreguerras entre la colina de Montmartre y el barrio de Montparnasse, de cómo era entonces la capital francesa y de cómo el arte cambió para siempre en la Ciudad de la Luz entre las historias y relaciones personales que se encondían detrás de cada lienzo.