El contrabajista de jazz Ron Carter sigue paseando por los escenarios su sabiduría, con 82 años. En esta nueva visita a Jazz San Javier recibió el premio del festival y lo agradeció ofreciendo un concierto mayúsculo, pura etiqueta negra.

Cuando se habla de los mejores de todos los tiempos en cualquier disciplina, siempre es tentador hacer recuento de sus relaciones ilustres, sobre todo en el mundo del jazz si se trata de un bajista, porque su papel es afianzar el sonido colectivo de donde puede surgir la genialidad. De 1963 a 1968, Ron Carter, Herbie Hancock y Tony Williams formaron la fabulosa sección rítmica del quinteto de Miles Davis, con Wayne Shorter al saxo tenor.

La auténtica grandeza artística requiere algo más que forjarse una reputación legendaria: requiere presencia, relevancia. Si no, el artista se arriesga a quedar estancado o, aún peor, a convertirse en una caricatura. Si alguien fue al concierto de Ron Carter a verificar su estado, la respuesta que encontró es que la música fluye como un río de las manos de este virtuoso.

Los generosos 90 minutos de concierto proporcionaron a los presentes una noche para recordar, y demostraron que Ron Carter todavía manda en su terreno. Hacía brotar sus notas líquidas, complicadas, fluidas, con imperturbable perfección, pero incluso un grande entre los grandes necesita compañeros que den la talla, y Carter saltó al escenario con tres músicos formidables que merecen reconocimiento por derecho propio: el batería Payton Crossley, tan discreto como resolutivo, lleva más de una década respondiendo a las llamadas de Carter, y ha tocado con Nina Simone, Stan Getz o Hank Jones. Su presencia tras la batería es poderosa, y su control del tiempo, imponente. Él y Carter crearon inolvidables lechos rítmicos para el piano y el saxo tenor. El pianista nicaraguense Donald Vega, que se incorporó al trío de Carter cuando falleció Mulgrew Miller, exuda elegancia y estilo con una técnica impecable. En los acordes serenos recordó a Bill Evans, y en el golpeteo a McCoy Tyner; sus solos desprendían chispas. El saxofonista Jimmy Greene, también conocido como 'Dr. Greene', en el pasado fue 'Big Jimmy Greene', lo que podría hacer referencia tanto a su sonido con el saxo como a su estatura, pero sabe hacer sentir su faceta profundamente espiritual y disfrutar la magnificencia de su sonido. Una evidente complicidad fraternal une a este cuarteto, de primer orden.

El Foursight quartet de Ron Carter resultó casi tan atractivo a la vista como al oído. El concierto se desarrolló sin tiempos muertos, en un continuo magistral, puntuado con regocijantes guiños, donde hasta la secuencia más pequeña era un encanto. Un regalo, un concierto de jazz como debe ser: que subyuga y trasciende los cenáculos musicales, tan estrechos a veces.

Pulsación poderosa

Se pusieron a la faena, y durante una hora y pico crearon una música sin sobresaltos y de una belleza que por momentos conmociona; aunque se recubren con una pulcritud formal más propia de las hechuras clásicas, decir que no pasa el tiempo para ellos puede sonar a tópico, pero es perfectamente cierto. Cada pieza trajo su correspondiente arreglo, meticulosamente escrito, ensayado a conciencia y, a menudo, bastante alejado del original. Así, la primera parte del concierto discurrió sin pausas, entre piezas como 595, el sinuoso tema que cerraba su disco Dear Miles y comenzó su actuación, precediendo a Mr. Bow-tie, el latido hispano de Flamenco sketches de Miles Davis, y la exuberante decoración, tambien davisiana, del Seven Steeps to heaven. Con todo, lo mejor fue la interpretación del standard My funny Valentine -cuya versión más popular e influyente hiciera Chet Baker-, puro terciopelo a dúo entre Ron y el pianista, muy académica y de aires muy clásicos, quien otorgó amplitud, aromas a lo Debussy, y dejó todo marcado para la expansión del solo. Luego, en Caminando , como para restarle intensidad. La inolvidable noche se cerró (aunque volverían para un bis) con You and the night and the music, caminando entre la balada, el puro y bailable swing y el bebop. La sensación de naturalidad era engañosa. Los miembros del Foursight podrían contar lo difícil que resulta sonar de manera espontánea y fresca cada noche. El cerebro pensante y el corazón impulsor de toda la operación es un jefe comprensivo que ejerce su función con la autoridad justa. Pero no es esa su única virtud. Muchos contrabajistas envidian el sonido inconfundible de Ron Carter. Los habrá más veloces, incluso más cultos desde el punto de vista armónico, y hasta será posible encontrar alguno con más intuición melódica, pero nadie toca como él. Seguramente el secreto estribe en un sentido del tempo asombroso y en un swing apabullante.

Carter abraza el contrabajo y pulsa sus cuerdas con la increíble longitud de sus dedos, casi enroscando toda la mano, para poner toda la carne en el asador. Con su manera de hacer cantar a las cuerdas, a la vez dúctil y sólida, su pulsación poderosa y una impresión constante de libertad, Ron Carter representa la grandeza de una tradición. Los temas se dejan reconocer, las improvisaciones están más apuntadas al desarrollo melódico/armónico que al gran despliegue virtuoso, aunque lo haya, y el bebop es el lenguaje que sobrevuela y atraviesa todo.

Carter recibiría el premio del festival con toda la humildad imaginable. Ante el calificativo de leyenda del jazz, tan adecuado para él, esbozaba una sonrisa modesta, en consonancia con ese gesto de señalarse a sí mismo cuando fue llamado al escenario, como preguntando: "¿Yo? ¿Es a mí?", porque él, cada noche cuando sube a tocar, dice sentirse como un debutante, lo que significa que siempre intenta dar lo mejor y estar pendiente de sus compañeros, pero su humildad está teñida de humor (en los saludos, posando para las fotos, les puso 'cuernos' a sus colegas el muy gamberrete).

Ron Carter, de punta en blanco, demostró que la elegancia sigue siendo su marca de fábrica. Alternó su labor de solista y acompañante: asignaba tareas a sus compañeros, les asistía cuando lo necesitaban, y dejó excelentes improvisaciones. Refinamiento y distinción. Elegancia jamás exagerada, discreción, sobriedad y corrección dominaron unas interpretaciones que jugaron mucho rotando los solos, y que Carter siempre supo rematar con imaginación. Un dandy que se distingue por su sofisticación natural, a imagen y semejanza de su música. Un swing a la antigua que tiene algo de atemporal. Hay que agradecer la oportunidad de haber escuchado a este grande del jazz. Fue un espectáculo magnífico, un concierto de los que ya no abundan. Claro que tampoco quedan vivos muchos músicos como él.