En muy pocas ocasiones los artistas de Murcia han planificado un proyecto artístico en grupo, con un objetivo plástico concreto, con una preocupación en la herencia de un camino de forma y estilo marcado a las generaciones siguientes. Los artistas de Murcia han sido especialmente individualistas, atendiendo, históricamente, más a su soberbia intelectual y personal que a la generosidad que significa el trabajo en equipo. Afirmado lo cual, se puede decir que la Escuela de Murcia, hoy por hoy, no existe; existen, eso sí, ciertos síntomas que pudieran cambiar las cosas y, en algún caso, dejar la lucha feroz y titánica individual por propuestas colectivas de raíz murciana que pudieran llegar a identificarnos artísticamente en conjunto.

En varias ocasiones, algunas ideas de agrupamiento fueron desvaneciéndose desde el primer momento para quedar en nada; en otras, fueron iniciativas débiles en torno a un maestro o a una generación. Este último es el caso de la Escuela del Malecón, de los artistas de los años veinte, con Joaquín García 'Joaquín' a la cabeza; un grupo de trabajo conjunto más fraternal que otra cosa que, curiosamente hay que decir, cuenta con algunos artistas murcianos que, durante algunos años, firman obras de idéntica tendencia plástica y factura. Luis Garay, Victorio Nicolás, Pedro Flores y otros pueden confundirse a veces, más si se trata de pequeñas notas de paisaje de nuestros alrededores. No va más allá de lo que podríamos llamar 'saga familiar' el hecho de existir familias de artistas implicados más en el parentesco que en la materia pintada.

El intento más serio de formación de grupo artístico en Murcia lo protagonizan en los años sesenta los pintores César Arias, Ceferino Moreno y Mariano Ballester. Lo denominan 'Puente Nuevo', e intenta ser un revulsivo de la sociedad dormida de la capital en este tiempo; las condiciones personales de los protagonistas inciden en cierto gusto por la provocación ante la pasividad del público claramente alejado del interés cultural. La gente creyó que la denominación del grupo se debía al puente metálico sobre el río Segura, pero nada más incierto; los tres pintores pensaban en movimientos centroeuropeos como el alemán Die Bruck.

Estos son los antecedentes a los días que vivimos, donde hay hechos que pueden cambiar la trayectoria y tendencia a la creación de una Escuela de Murcia, como a nivel nacional ocurriera con la de Vallecas o Madrid, por poner tan solo un ejemplo. Yo vengo observando que en las últimas generaciones de pintores hay unas referencias comunes más o menos conscientes; algo que une más que separa. Nombres como Nono García, Hurtado Mena o Alfonso del Moral siguen una línea que creo ver nacer en la obra de Ramón Gaya, sin duda un pintor notablemente influyente en generaciones posteriores, más aún con la labor realizada durante décadas en su propio museo. Puede que sea solo una percepción mía o, tal vez, no.

Por otra parte y sin que tenga que ver con lo anterior, la figura de Pedro Cano y su labor didáctica, a veces «partiendo de cero», otras de forma más evolucionada, pero siempre en su Fundación y con su genial magisterio inabarcable, apunta a niños, adolescentes y adultos que van a seguir, en un futuro que ya contabiliza, unas formas de expresión muy determinadas, perfumadas por la existencia del maestro de Blanca, que no tiene inconveniente en destapar sus secretos artísticos hacia los demás.

Dos historias, estas últimas, que pueden tener como resultado feliz lo que puede llegar a llamar Escuela de Murcia o, quizá, Escuela de Blanca, denominación de origen que se me antoja preciosa y preciosista.